lunes, 15 de junio de 2009

Ciudad del Aire



CIUDAD DEL AIRE

Mi infancia es la memoria
de un mar de agua tibia,
salado, menor, azul, surcado
de balandros y poblado
de balnearios; horizonte limitado
de mis sueños infantiles.

Mi infancia es también la luz
y el perfume de los jazmines,
intenso como fragancia arrebatada,
y una casa grande y luminosa,
rodeada de jardín, con un huerto,
un pozo seco y una palmera;
una casa en la calle Cuatro Vientos
de un pueblo leve, paradisíaco,
que no aparecía en los mapas,
territorio indeleble de mi niñez,
Ciudad del Aire.

Mi infancia es un mundo de silencios,
y de verdades en voz baja,
que mi padre imponía severo
y nosotros acatábamos sumisos,
en la obediencia que dictaba
un entorno hostil, autoritario,
que dominaba las conciencias
y ponía plomo en las alas
del pensamiento libre.
No pude saber entonces
en qué bando hizo mi padre la guerra,
porque nunca de eso hablaba;
era como si se hubiese impuesto
el deber de mantenernos
ignorantes de todo aquello:
el hambre, las calamidades,
la miseria por todas partes,
los pelotones de fusilamiento,
la luz cautiva de las cárceles,
la nostalgia inútil del destierro.

Mi infancia es la ternura de mi madre
prodigada en caricias y desvelos.
Mi madre, joven y hermosa,
con una vitalidad contagiosa,
aunque algunas tardes de otoño
se dejara ganar por la morriña
de su tierra brumosa y marinera;
la recuerdo siempre cantando:
cuando pienso que te fuiste
negra sombra que me asombras…
si cantan, eres tú que cantas,
si lloran, eres tú que lloras.

Mi infancia es el sueño de Jacob,
la confusión de la torre de Babel,
la historia de Tobías y el ángel.
Es también el miércoles de ceniza,
cuando un cura sombrío dibujaba
en las frentes infantiles, memento mori,
una cruz de ceniza con el dedo,
imborrable como un estigma.
Viernes de cuaresma y penitencia,
años de confesiones tenebrosas.
Pero también el venid y vamos todos,
entonado en las tardes de mayo,
con flores a María que madre nuestra es.

Mi infancia es el himno nacional
cantado todas las mañanas mientras
la bandera era izada en el mástil
frente a la puerta del colegio;
gloria a la patria que supo seguir
y nosotros firmes con la cartera
en la mano y el pelo peinado
con colonia, por el azul del mar,
los pantalones cortos, los calcetines
altos, y el caminar del sol.
Después, monotonía de lluvia
tras los cristales de la clase.
Un maestro enjuto, de duro trato,
soberbio y despótico nos atemorizaba
con problemas matemáticos,
las comarcas leonesas o las ciudades
navarras: Estella, Tafalla, Olite
Corella y Cascante; el crimen de Caín
y el desamparo de Abel, los mártires
de la cruzada española, los verbos
irregulares y las bienaventuranzas.
El colegio era el temor y el castigo,
pero también los partidos de fútbol
del recreo, Ciudad contra Ribera,
confusión de balones y jugadores,
algarabía de voces infantiles
que se llevó el tiempo hacia
el mundo sombrío de los adultos.

Mi infancia es la noche de reyes,
un desvelo ilusionado de fuertes
y vaqueros, de indios sometidos
a la marginación en sus reservas,
de incipiente capitalismo de palé,
de garajes, balones y del inevitable
misal que nunca pedíamos y siempre
nos traían, para que veáis qué buenos
son los reyes, decía mi madre.

Mi infancia es el juego solitario,
aquella tendencia mía al aislamiento,
encerrado a solas con mis juguetes,
como quien no necesita a nadie,
mundo propio hecho de silencios;
te has fijado, decía mi padre
a mi madre, en que este niño
está siempre triste y ausente.

Mi infancia es una música
aprendida en la guitarra
que le regalaron a mi hermano,
arpegios de mis dedos menudos,
banales melodías populares.
Después de tantas cosas, fue la mía
una infancia feliz y compartida
y nada pudieron contra ella los fantasmas
y los miedos con que algunos
quisieron limitar mis sueños
y ensombrecer la luz de mi alegría.

Mi infancia es una esperanza postergada
que se oculta en el fondo de mis días,
como tantas ilusiones que navegan
en las aguas turbulentas de los años.



Nota. Las fotos de la Ciudad del Aire están tomadas hace ya algunos años, en el verano de 2004. Sigo fotografiando estos lugares, inexplicablemente en declive, en los que viví los mejores años de mi infancia.

5 comentarios:

Javier Sánchez Menéndez dijo...

Que no falte la esperanza Javier, que no falta.

Muy personal tu poema. Muy sugerente y desnudo de ti. Los recuerdos son muy fuertes.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Gracias por tus palabras, Javier. En efecto, por engañosa que sea a veces, que no falte la esperanza.
Un abrazo, Javier.

Anónimo dijo...

Muy bonito el poema Javier. Gracias por también compartir tu vivencia personal.
Aunque yo soy del 83, me siento identificado con casi todo lo que dices. Como dices, los mejores años de mi infancia...

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Gracias a ti, anónimo comunicante, por tu comentario. Me hubiera gustado más saber quién eres, me gustan poco los anónimos, pero de todos modos, gracias.
Un saludo, Javier.

Maria J. Lombarte dijo...

Hola Javier, no te conozco pero yo también viví en la Ciudad del Aire y sigo yendo cada verano, comparto contigo los recuerdos de una infancia feliz y comparto contigo la pena que me embarga al ver como se va deteriorando la Ciudad del Aire, por Dios sabe que intereses ocultos.
Ahora que ya he cumplido los 50, he decidido ir a probar suerte y volver a vivir cerca de allí, recuperar el olor intenso de los jazmines y llenarme los ojos de ese mar menor que me da tanta serenidad, igual nos encontramos, un abrazo, Maria José