viernes, 13 de noviembre de 2009

Pedir perdón


- Se empecina, por lo que advierto, en no pedir perdón.

- No tenemos por qué pedirlo.

- ¿No le parece suficiente motivo haber secuestrado, torturado y asesinado alevosa e impunemente a ese hombre y después haberlo enterrado en la cuneta de un camino?

- Ignoro de qué me está hablando, nosotros no hacíamos cosas así.

- Ya lo creo que las hacían. Sepa usted que cuando los archivos, que permanecieron secretos e inaccesibles durante demasiados años, pudieron ser consultados, todo se encontró allí, en un expediente, con nombres, fechas y multitud de detalles que confirman cuanto le estoy diciendo.

- Me está hablando de cosas sucedidas hace muchos años y de las que ya no guardo memoria.

- Le traicionan las palabras. Hace un instante me ha dicho que ustedes no hacían esas cosas y ahora que no se acuerda ¿en qué quedamos?

- Bueno, todo el mundo sabe que en tiempos de guerra eso puede suceder.

- Pero los conflictos bélicos se dirimen en los frentes de batalla y no en la paz de las retaguardias.

- Pero la nuestra estaba sembrada de espías, traidores y contrarrevolucionarios peligrosos, trotskistas indeseables, enemigos de la República, como ese hombre al que usted alude.

- Entonces, reconoce usted que el caso del que le estoy hablando, el secuestro y asesinato de ese hombre, se debió a causas políticas.

- Tal vez, no lo sé. Lo único que puedo decirle es que yo no di las órdenes ni participé en los hechos.

- Pero eso no le exime de responsabilidad. Otros lo harían por usted, y sabiéndolo, calló.

- Pues exíjales esas responsabilidades a ellos y no a mí; además, sabe qué le digo, que las órdenes vinieron de fuera.

- No puedo hacer lo que me pide.

- ¿Por qué?

- Porque ellos, como usted dice, ya no viven, pero usted, sí.

- Pues si no viven, caso cerrado. Dejemos, si le parece, que el tiempo cure las heridas del pasado.

- Las cicatrices se cerraron en falso y para que no vuelvan a abrirse las heridas, sería necesario que alguno de ustedes, los que aún viven, pidiera perdón.

- Yo no puedo pedir perdón por lo que no hice; dejando al margen que ya no tengo cargos de responsabilidad en la organización.

- Pero los tuvo, y muy importantes. Ser cómplice y haber callado durante tanto tiempo le convierte en responsable.

- Mire, le pido y le ruego que dejemos en paz el pasado.

- No habrá paz hasta que ustedes reconozcan los hechos y pidan perdón por ellos.

- ¿Y los otros? ¿Qué me dice de los otros? ¿Acaso no hicieron también lo suyo? ¿Por qué no les pide cuentas a ellos?

- La violencia de los demás no justifica la suya.

- Doy por cerrada esta conversación, no quiero permanecer ni un minuto más encerrado en el laberinto de responsabilidades morales en el que usted me tiene prisionero.

- No está en su mano hacer lo que dice.

- Entonces me cierro a la banda, no diré ni una sola palabra más.

- Eso ni arregla nada, ni cambia las cosas. La dignidad, la decencia y la ética les obliga a reconocer los hechos y a pedir perdón. Allá ustedes si no lo hacen.

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