lunes, 16 de marzo de 2009

Cuando todo se ha perdido


Gordon W. Allport (1897-1967), antiguo profesor de psicología de la Universidad de Harvard, se pregunta en el prefacio a la obra del Dr. Frankl que aquí se cita: “¿Cómo pudo él –que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio-, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla?” Se refiere el profesor Allport al hecho de que Victor E. Frankl viese morir a sus padres, a su hermano y a su esposa en el campo de exterminio de Auschwitz y fuese capaz de sobrevivir a aquel infierno. Cuando llegaban a los campos los trenes de deportados, se llevaba a cabo una primera selección y los no aptos para el trabajo eran conducidos a las cámaras de gas y solo los capaces de trabajar salvaban momentáneamente la vida. Ese proceso brutal es el que describe Vasili Grossman en las páginas de Vida y destino en las que narra la marcha hacia las cámaras de gas de un grupo de deportados que no ha superado la selección, entre ellos va la doctora Sofia Ósipovna que no desvela su condición de médico para no colaborar con los nazis. Las páginas de Grossman son estremecedoras y las interrogaciones acerca de cómo se puede soportar algo así y sobre todo, cómo se puede narrar, parecen ligarse con la narración autobiográfica del doctor Frankl, creador de la logoterapia, que pasó por una experiencia similar. Enfrento ahora, casi como pregunta y respuesta, los textos de estos dos escritores que en sus obras se acercan al universo concentracionario nazi para contar, de forma magistral, lo sucedido en los llamados campos de la muerte.

Vasili Grossman, Vida y destino


¿Cómo se puede transmitir la sensación de un hombre que aprieta la mano de su mujer por última vez? ¿Cómo describir la última y rápida mirada al rostro amado? ¿Cómo se puede vivir cuando la memoria despiadada te recuerda que en el instante de aquella despedida silenciosa tus ojos parpadearon para esconder la grosera sensación de alegría que experimentaste por haber salvado la vida? ¿Cómo puede ese hombre enterrar el recuerdo de su esposa, que le depositó en la mano un paquete con el anillo de boda, algunos terrones de azúcar y unas galletas? ¿Cómo puede seguir viviendo al ver el resplandor rojo inflamarse en el cielo con fuerza renovada? Ahora las manos que él ha besado deben de estar ardiendo, los ojos que se iluminaban con su llegada, sus cabellos cuyo olor podía reconocer en la oscuridad; ahora arden sus hijos, su mujer, su madre. ¿Cómo es posible que pida un lugar más cercano a la estufa en el barracón, que sostenga la escudilla bajo el cucharón que sirve un litro de líquido grisáceo; que repare la suela rota de su bota? ¿Es posible que golpee con la pala, que respire, que beba agua? Y en los oídos resuenan los gritos de los hijos, el gemido de la madre.


Viktor E. Frankl, El hombre en busca de sentido













Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros, resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en el otro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada uno pensaba en su mujer. De vez en cuando yo levantaba la vista al cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de la mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer. Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad –aunque sea sólo momentáneamente- si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente –con dignidad- ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: “Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita.”



Nota. Las fotos de ambos escritores y la de la puerta del campo de concentración están tomadas de la red. Tienen ambos autores un cierto y extraño parecido. Los textos pertenecen a las ediciones de Galaxia Gutenberg y Herder, respectivamente.

1 comentario:

Gemma dijo...

Tengo el libro de Vasili Grossman pendiente de leer, aunque todavía no encuentro el momento de ponerme a ello...

Respuesta automática ante la pregunta de Gordon W. Allport relativa a cómo puede el hombre sobrevivir al horror del holocausto. Personalmente, no creo que se trate de una cuestión de voluntad, sino de mero afán o instinto de supervivencia, sobre todo, dadas las extremas circunstancias que tuvieron que hacer frente. Claro que si uno se lo plantea desde el puro raciocino, es fácil concluir que es un absurdo y que no tiene sentido, en efecto.

Muy interesante la entrada. Un abrazo