jueves, 30 de noviembre de 2017

Fernando de Rojas: diatriba contra el amor

 

De diatriba contra el amor podrían calificarse las palabras con que Pleberio se refiere a la tragedia de la muerte de su hija en el planto que cierra la extraordinaria obra de Rojas. Estas son algunas de ellas:

¡Oh amor, amor, que no pensé que tenías fuerça ni poder de matar a tus subjectos! (...) ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fuesses, amarías a tus sirvientes; si los amasses, no les darías pena; si alegres viviessen, no se matarían como agora mi amada hija. (...) Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traídos. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congoxosa dança. (...) Ciego te pintan, pobre y moço. Pónente un arco en la mano con que tires a tiento. Tu fuego es ardiente rayo que jamás haze señal do llega. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas.

Laméntase Pleberio de que la falsa alcahueta Celestina muriese a manos de los criados de Calisto, Pármeno y Sempronio, que a su vez fueron degollados; Calisto murió despeñado y Melibea  "quiso tomar la misma muerte por seguirle". Eso es lo que provocan los excesos de amor. "Dulce nombre te dieron, se queja Pleberio, amargos hechos hazes." 

Nota. La foto la tomé, en los últimos días del año 2013, en la Plaza Mayor de Cáceres.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Los que no tienen nada que perder: Daniel Viglietti


Lo vi actuar en el teatro Romea de Barcelona hace un montón de años, a finales de los setenta. Me impresionó su voz grave y cálida con acentos íntimos y desgarro ético en los temas políticos. El absoluto dominio de su guitarra, en la que arpegiaba con una limpieza y una calidad excepcionales, serán siempre difíciles de olvidar; sus "Seis Impresiones para canto y guitarra" son una buena muestra de cuanto digo.
Eran aquellos años de compromiso político, recién salidos como estábamos de la larga dictadura, y canciones suyas como "A desalambrar" se convirtieron en himnos. Discos como "Uruguay. Canciones para mi América", con temas donde decía, por ejemplo, "Yo quiero romper la vida / como cambiarla quisiera", en su "Milonga de andar lejos", demostraban que el compromiso podía armonizar la hondura lírica con una intensa capacidad melódica y una innegable calidad musical. 
Con todo, a mí me impactó, tras escucharlo muchas veces,  un disco suyo que grabó con la Nueva Trova Cubana, "Trópicos". Cantaba en él Viglietti un tema de Silvio Rodríguez titulado "Existen", que  escuchado ahora, que acaba de fallecer el cantante uruguayo,  me llena de melancolía; en él se dice: "Menos mal que existen los que no tienen nada que perder (...) los que se mueren sin decir de qué muerte, sabiendo que en la gloria también se está muerto (...) los que no dejan de buscarse a sí, ni siquiera en la muerte, de buscarse a sí." 
Descanse en paz este gran artista, este hombre comprometido, este poeta que soñó siempre con el hombre nuevo y supo expresar ese sueño en canciones solidarias e inolvidables. Me uno al dolor de su familia y sus amigos. Descanse en paz. "Se precisan niños para amanecer", decía en un tema suyo llamada "Gurisito"; pues bien, empieza ahora el amanecer de la posteridad jubilosa de Viglietti. 

jueves, 7 de septiembre de 2017

Soneto para un adiós


Para D.Z., que nos dejó un lunes de agosto, in memoriam

Nunca sabremos lo que fuiste a buscar
aquella madrugada de verano
sobre el sordo rumor de un mar lejano
ni qué oscuras sombras cegaron tu azar

volviéndolo triste de luto y pesar
de palabras pronunciadas en vano
de un dolor antiguo y siempre cercano
de un sueño que no volverás a soñar.

Si es verdad que tras esta hay otra vida
en la que es eterna la luz del cielo
y tiene el laberinto una salida,

deja que en tu nombre al Señor le pida
humildemente para ti el consuelo
de saberte memoria estremecida.

domingo, 13 de agosto de 2017

Contigo al fin del mundo, el viaje iniciático de Emma y Kim



La clave de la forma de narrar este viaje iniciático que supone, para sus protagonistas, Emma y Kim, Contigo al fin de mundo hay que buscarla, a mi modo de ver, en la novela de Julio Cortázar Rayuela. En el viaje de Emma, joven neoyorkina que decide visitar París tras un compromiso matrimonial bastante convencional, punto de partida de su periplo europeo, el narrador omnisciente, que narra desde la segunda persona, dice: "¿Encontrarás al Mago?" (p.71). La frase remite inmediatamente al inicio de la genial novela de Cortázar. Es innecesario recordar que la estructura narrativa de la novela del escritor argentino, maestro del cuento, posibilitaba al lector dos lecturas: una, la tradicional, es decir, desde el inicio hasta el final y otra que consistía en seguir una tabla en la que se indicaban los saltos de capítulo; para facilitar esta segunda opción, al final de cada capítulo se incluía el número del nuevo al que el lector debía dirigirse.

En esta novela de Mauro Cavaller, cuyo apellido se oculta en la portada, así como su biografía, que se limita a un "A Mauro le gusta y no le gusta", se alude a las novelas, se dice que muy populares en los ochenta y en los noventa, "elige tu propia aventura", en la que el lector podía optar entre varios finales y entre varias rutas narrativas para llegar a ellos. Confieso mi ignorancia en cuanto a ese tipo de novelas y es posible su influencia en el texto que comento, pero creo que el juego narrativo que Mauro propone tiene más que ver, salvando las distancias, con Rayuela que con ese tipo de literatura popular. 

Aquí hay dos viajes, o dos peripecias, que se cuentan: la de Emma y la de Kim. El lector tiene, por tanto, dos vías de entrada a la historia: una, la del viaje de Emma, que empieza en el capítulo uno, página once, y otra, la del viaje de Kim, que empieza en la página dieciséis, en el capítulo dos. Pero, a partir de ahí los caminos se bifurcan y el lector debe optar por seguir primero las peripecias de uno u otro personaje. Para no perderse, al final hay una tabla con los capítulos del viaje de cada cual y las ciudades por las que se pasa. Es ingenioso, pero pondré un pequeño pero. Hay un momento en que al final de determinados capítulos se te da una doble opción ir a una página o a otra; según la que elijas tendrás una solución narrativa u otra. Algunas conducen a un "final", a veces brusco y precipitado. Entonces, has de volver atrás, al capítulo de la bifurcación y tomar el otro ramal. Esto, a mi juicio, no está bien solucionado, porque hubiera costado muy poco decir, tras la palabra "fin", si no te gustado este final, vuelve a la página x, es decir a la de la bifurcación. Facilitaría la lectura y el lector, al menos quien esto escribe, lo hubiera agradecido.

En algunos comentarios de la red he leído que se califica esta novela como "novela para jóvenes"; bien, no estoy muy seguro del acierto de esa expresión; yo hace muchos años que dejé de ser joven y he leído esta novela con mucho interés y me ha parecido que cualquier adulto la puede disfrutar. Es obvio, no obstante, que esta es una novela de acceso a la experiencia, de crecimiento; en definitiva, estamos ante un bildungsroman en el sentido clásico del término. El viaje de Emma y Kim es un viaje de reafirmación de la personalidad, de búsqueda de las propias señas de identidad.

El viaje, y las ciudades por las que transcurre, son aquí muy importantes. Esta es una novela muy europeísta y está bien que sea así. El arte, y especialmente el arte grafitero, pero también la música y el cine, el ambiente de los bares y las calles, las formas alternativas de viajar y de vivir tienen su importancia tanto en el viaje de Emma como en el de Kim, aunque algo más en el de este último. La huida de los convencionalismos y la búsqueda de la autenticidad parecen guiar los pasos de los jóvenes protagonistas; en ese sentido, el amor, o la intuición del amor, será un motivo de presencia constante en esta novela de protagonistas jóvenes. Una escritura de frase corta, muy efectiva narrativamente hablando, no exenta de aforismos reflexivos de corte existencial y de momento líricos, junto a capítulos breves y a veces hiperbreves, contribuye al acierto y a la agilidad en la lectura del libro.

Recomiendo, pues, al lector, esta novela fresca y vitalista, llena de sensibilidad y sabiduría, divertida a veces y otras no tanto, pero siempre interesante. 

jueves, 10 de agosto de 2017

Tanka de la estrella de mar



Naufraga tu luz
en el cielo del agua
estrella de mar
solitaria en tu lecho
de salobre y espuma.

Nota. La foto, sin retoques, es tuya, de tus días de mar.

sábado, 8 de julio de 2017

La vigilancia de los acantos, de Javier Pérez Escohotado y Miquel Pescador



Podría decirse que los relatos que integran este libro, singular y original por muchas razones, están relacionados con la tradición de la literatura latinoamericana: de una parte son deudores de la cultura mexicana de la muerte, de la que ya bebieron, entre otros, Max Aub en sus Crímenes ejemplares y en sus Epitafios; por otra parte, se relacionan con la minificción y el microrrelato. Por eso, la Quintana en que están ambientados algunos de ellos evoca en el lector, al menos en el lector que yo soy, la Comala de Juan Rulfo, es decir, ese tipo de territorio literario de ficción en el cual las tortuosas líneas de la vida y de la muerte se entreveran y confunden como si fuesen incapaces de perimetrar sus límites. Al mismo tiempo, el tono poético de la mayoría de las narraciones hace pensar en los relatos mínimos de Juan José Arreola: "Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte". Es, en este caso, significativo que en Quintana Roo, uno de los estados federales de México, haya una escuela federal pública que lleve el nombre de Arreola.


Estos microrrelatos, brillantes, nostálgicos, irónicos y divertidos a veces, terminan en un epitafio en forma de estrofa de dos o tres versos, que evoca los finales didácticos con que don Juan Manuel cerraba sus cuentos en El conde Lucanor, aunque no haya aquí didactismo alguno, sino una buena dosis de escepticismo ante la condición humana. Estas referencias no empecen, en absoluto, la originalidad de estos cuentos, antes bien les brinda un anclaje en una tradición literaria sólida y constatable. En ese sentido, los "guiños" literarios son frecuentes. Por ejemplo, en el relato titulado "Omar K. Perhaps" el inicio es "Te recuerdo como eras a los quince años", lo que hace pensar en los versos de Neruda: "Te recuerdo como eras en el último otoño"; lo mismo ocurre en el titulado "Aaron P. Moses", en el que se dice "yo nací, perdonadme, en Estambul", lo que evoca los versos de Jaime Gil de Biedma: "Yo nací, perdonadme, en la edad de la pérgola y el tenis".


Estos cuentos, calificados de "vidas paralelas" en la contraportada del libro, relatan unas vidas imaginadas, a partir de nombres rescatados del spam, a quienes el autor imagina una peripecia vital que se cuenta en pasado porque sus protagonistas ya han fallecido. Son, pues, retratos mínimos, vidas imaginadas, contadas en el sucinto espacio de un texto breve o hiperbreve. No sé por qué, al leerlos, he recordado a Camilo José Cela, quien practicó este tipo de relato breve, retrato de personajes imaginados, cuya trayectoria se contaba en una o dos páginas, pienso en Los viejos amigos.


Pero el tono de modernidad, el reflejo de la inanidad de cualquier vida, la extrañeza ante una realidad no pocas veces adversa, los fracasos en el amor y en muchas de las empresas emprendidas por estos hombres y mujeres imaginados, los asuntos tratados y las voces de los narradores contribuyen decisivamente a la personalidad y a la brillantez de estos cuentos.



En casi todos ellos hay tristeza, o al menos yo lo he visto así. Es precisamente esa tristeza la que ha sabido captar con gran acierto Miquel Pescador en los retratos que ilustran el libro y que nacen todos ellos de la lectura de los textos. Recomiendo al lector de este libro que ponga su atención en las miradas de los personajes de las ilustraciones. Esas miradas reflejan, según lo veo yo, el desamparo de los seres humanos. Parecen captadas del vacío, de la nada, de un más allá intangible que ni existe ni tiene fundamento alguno. El retrato que corresponde al relato titulado "Peggy Pennington", triste historia de una cooperante de una oenegé, es un claro ejemplo de lo que digo:




Leyendo el relato, este y los demás, se entenderá bien la fuerte ligazón que existe entre textos e ilustraciones, esto es, entre pintura y literatura. En este que señalo, la mirada es de profunda tristeza, tal vez de decepción, y parece como rescatada de la nada; pero otras veces, las miradas son inquietantes, dislocadas, desvalidas e incluso arrogantes y desafiadoras. Pero es la tristeza  el sentimiento que predomina en esas miradas imaginadas y provenientes de un extraño mas allá.

Este libro forma parte, pues, de un proyecto artístico multidisciplinar que se expone, al que los autores han llamado Spam Project AnthologyDesde estas páginas volanderas recomiendo o bien la lectura del libro o bien la asistencia a alguna de las exposiciones, como la realizada en La Rioja, que lo muestran o mejor, ambas cosas al tiempo. 



viernes, 9 de junio de 2017

Juan Goytisolo: el vértigo del vacío


Telón de boca (El Aleph, 2003) fue uno de los últimos libros de Juan Goytisolo que leí. Ahora, en la tristeza de su fallecimiento, traigo aquí, a esta sección de despedidas, el último fragmento de esa novela en la que el personaje se enfrenta  "al vértigo del vacío":

Se despertó y no le vio. Descubrió que no se había movido de la habitación y se asomó a mirar los naranjos del patio. Era noche prieta, la ciudad descansaba. Se arropó contra el frío y subió a la terraza. El cielo desplegaba su magnificencia e invitaba a descifrar el álgebra y silabario de las estrellas. La Plaza dormía también: ninguna voz ascendía de su espacio desierto. Divisó siluetas fugaces, trémulas en su desamparo. La tiniebla cubría el perfil de la cordillera. La sentía no obstante recatada por ella, presta a revelar su blancura a la ceja del alba. Lo oculto detrás mantenía tenazmente el secreto. La cita sería para otro día: cuando se alzara el telón de boca y se enfrentase al vértigo del vacío. Estaba, estaba todavía entre los espectadores en la platea del teatro.

Goytisolo descansa ya, como Jean Genet, en el cementerio de Larache. Me uno desde estas páginas volanderas al dolor de su familia y de sus amigos. Fue un autor renovador, muchas veces a contracorriente. Queda su obra, de una inmensa calidad literaria. Fue, y seguirá siendo, un referente lúcido, crítico y necesario en la historia de la literatura española del siglo XX, especialmente en el ensayo y la novela; aunque para quien esto escribe, la lectura de sus libros memorialísticos, Coto vedado y En los reinos de Taifa, resultara en su día, hace ya muchos años, apasionante y estremecedora.

Nota. El retrato del autor es el que pintó su sobrino Gonzalo. Pido perdón por la escasa calidad de la foto, tomada directamente del catálogo de la exposición "Personas pintadas". El lector interesado puede ver una entrada sobre esa exposición AQUÍ. Del mismo modo, puede ver, si lo desea, la entrada que publiqué el 23 de abril de 2016, titulada "Los libros son el camino que lleva a todas partes: Monique Lange, Jean Genet y Juan Goytisolo", AQUÍ.  Leo, con enorme tristeza, que solo se vio contrarrestada por la inmensa ternura de la fotografía que la ilustraba, la información publicada ayer, domingo, 11 de junio de 2017, por el diario El País. ¡Ay, España, cuánto desamparo y olvido viertes sobre tus hijos más ilustres!

sábado, 27 de mayo de 2017

Don vencido: la innecesaria crudeza de Altisidora



Derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, regresa, mohíno, don Quijote a su aldea para cumplir la penitencia, el castigo, impuesto por el vencedor. Dan de nuevo, el hidalgo y su escudero, con los Duques al pasar por Aragón, y para no perder la costumbre de los poderosos ociosos, que en el fondo es lo que representan esos personajes en la novela, preparan una nueva máquina de embustes y burlas para regocijo de quienes parecen no tener ni un átomo de piedad en sus corazones; de los duques, que se burlan "despiadadamente" de nuestros héroes (Riquer, 2003), dice Cide Hamete: "tan locos los burladores como los burlados"; y añade, "no están los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponen en burlarse de dos tontos" (Don Quijote, II, 70).

Ahora, a cuatro capítulos del final de la novela, quieren hacer creer a don Quijote que Altisidora ha muerto -está sobre un túmulo en el patio principal del castillo- a causa del desdén y olvido del hidalgo. Descubierta la máquina del engaño, don Quijote se dirige a la doncella y le dice: "Yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y los hados (si los hubiera) me dedicaron a ella, y pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible."

Ante tan estremecedora declaración de amor y de fidelidad, la respuesta de Altisidora es de una crudeza innecesaria, llena de expresiones soeces y vulgares, de insultos y menosprecios hacia el caballero vencido y de regreso a su lugar:

¡Vive el señor don bacalao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos! ¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido, que no soy mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme. (Don Quijote, II, 70)

Aunque don Quijote piensa, y así se lo dice a la duquesa, que "todo el mal de esta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua" (II, 70), las palabras de Altisidora resultan crueles, porque lo que con ellas dice es tanto como decirle al caballero que todos se han estado burlando de él y que en el fondo no es más que un "vencido y molido a palos" al que cualquiera engaña del modo más vil con la única intención de divertirse a su costa.

Con todo, a pesar de la melancolía causada por la derrota y del desengaño que lentamente ha ido instalándose en el alma de don Quijote a lo largo de su tercera salida, estas airadas palabras de Altisidora, "moza desenvuelta y decidida" (Riquer, 2003), no hacen demasiada mella en el ánimo del hidalgo, quien más parece atribuirlas al despecho que a otra cosa.

jueves, 4 de mayo de 2017

Memorias de una depresión, Joaquín Díaz



Recuerda, en la presentación de este libro, Andrés Amorós las esclarecedoras palabras que en su día escribiera Diego Torres de Villarroel: "Todos cuantos han escrito y escribirán no pueden hacer otra cosa que vaciar sus melancolías o sus aprehensiones, como hice yo." Oportuna cita que viene muy a cuento, porque el libro de Joaquín Díaz tiene mucho de eso, de vaciado de melancolías y aprehensiones a través de la escritura; el propio autor lo dice: "si de la primera depresión -fueron dos los episodios que padeció- salí con la lectura, debo decir que en la segunda ocasión me ayudó mucho el escribir." Función terapéutica, pues, la de la escritura en este libro, sensible, emotivo y magnífico, en el que el músico aborda el espinoso tema de la depresión a partir de su experiencia personal con esa compleja enfermedad, que Díaz define en acertadas metáforas: "estrecha celda que mi mente ha creado", "cárcel blanca que no tiene ventanas".

Reconoce el artista -el Menéndez Pidal de la canción popular, como bien lo definiera Paco Ibáñez-, cuya hermosa voz en las grabaciones de sus discos de romances me ha acompañado desde hace tantos años, que la enfermedad le hace preferir el pasado "que solo obliga a recordar", pero también le mueve a reflexionar sobre el arte, que "tiene su raíz en el acto creativo único" -quizá por ello grababa una única toma de cada romance en sus discos-; incluso en momentos de contemplación de la naturaleza siente que la vida le pide que "invente un ser supremo" al que agradecerle tanta belleza.

A veces en la depresión, o desde ella, se puede predecir o intuir la muerte; al autor le ocurrió, al menos, en dos ocasiones según menciona en las páginas de su libro: en el final de su padre y en el del también folclorista y músico catalán, amigo personal suyo, Xesco Boix. "Toda vida es un viaje", nos dice Díaz, para constatar a continuación que la depresión ha sido para él un "extraño trayecto", un dolor del que por fin consigue liberarse; "me bajo del dolor", escribe muy expresivamente.

Menciona luego la lectura del libro Itinerario sentimental (Guía de Itzea), de Pío Caro Baroja, que se publicó en Editorial Pamiela, de Pamplona, en 1995. Pío Caro reproduce textos de su hermano Julio, tomados en su mayoría de su gran libro Los Baroja; de su tío, el novelista Pío Baroja, procedentes, entre otros, de los libros Ayer y hoy y Las horas solitarias; también algunos, entre ellos una curiosa carta fechada el siete de abril de 1939, de su otro tío, el pintor Ricardo Baroja. Dice Joaquín Díaz que el libro "no tiene desperdicio" y tiene mucha razón al decirlo, puesto que es un libro lleno de melancolía en el que se relata el final, en páginas emotivas y logradas, tanto de su hermano Julio como de su tío Ricardo, y todo ello se hace al tiempo que se van describiendo, a veces con minuciosidad, los espacios de la casa de Iztea, lugar mítico que los amparó a todos. La memoria de la familia Baroja está muy ligada a las habitaciones, a la biblioteca, a los espacios, en fin, de aquella casa que compró en 1912 Pío Baroja y que la familia fue reformando al correr de los años. No es estraño, pues, que entusiasmara a Díaz su lectura en el momento de dejar atrás la depresión y que sintiera cercana la enorme melancolía de algunas de sus páginas.

    
El libro de Joaquín Díaz, escrito en una prosa soberbia, elegante, poética y muy cuidada -no solo es un gran intérprete de la música popular, sino también un magnífico escritor-, tiene un epílogo, titulado "colofón, veinte años después", que constituye un cierre perfecto al libro en el cual dice que la depresión "solo te permite tener la seguridad de que estás en un laberinto del que desconoces la entrada y la salida e incluso la posición que ocupas dentro de él"; sin embargo, en sus páginas se aprende que se puede luchar contra esa enfermedad y que existe una salida, por secreta y angosta que sea, a ese laberinto. 

Tiene razón Andrés Amorós cuando, citando a Unamuno, escribe: "Esto no es un libro: es un hombre". Esa es la impresión que te queda como lector, la de estar ante un hombre de carne y hueso, más allá del intelectual y del artista dotado de una enorme sensibilidad y perspicacia, que lucha contra una enfermedad silenciosa y destructiva que nunca avisa cuando llega.

Solo resta, en fin, felicitar a La Huerta Grande Editorial, de Madrid, por la hermosísima y bien cuidada edición de un libro tan personal y agenérico como este.



Nota. La fotografía del autor está tomada del Diario de Valladolid. Dejo AQUÍ el enlace para visitar la página y leer el comentario al libro que sostiene en sus manos Joaquín Díaz. Dejo también el enlace de la página de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el que se reproduce el texto de la presentación que tuvo lugar el 22 de febrero de 2017. AQUÍ

jueves, 20 de abril de 2017

El pez más viejo del río: Buero Vallejo y Miguel Hernández



En un breve artículo titulado "Mis recuerdos de Miguel Hernández" (publicado en Miguel Hernández, poeta, Alicante, 1992), hablaba Buero Vallejo de las veces que coincidió con Miguel Hernández. La primera fue en 1938, en Benicasim, donde el poeta convalecía de un gran agotamiento. La segunda fue en Madrid, en la prisión de Conde de Toreno, donde vivieron "unos diez meses juntos en la galería de condenados a muerte". El tercer encuentro fue en noviembre de 1940, en Yeserías, donde el poeta estaba de paso a otra prisión y el dramaturgo pudo verlo y "cambiar impresiones durante quince minutos". Esa fue la última vez que lo vio, "ya no le volvería a ver más", escribe.

Dice Buero que era el poeta entonces, sobre todo en la prisión de Conde de Toreno, "un hombre a caballo entre la alegría y el dolor, entre la luz y la sombra". Dice que esas palabras "alegría, luz, sombra" se reiteran constantemente en su obra porque "Miguel era ya un gran poeta trágico".

Habla Buero, echando mano de sus recuerdos, de la personalidad y la sensibilidad del poeta, también de su generosidad, que, dice, "eran muy difíciles de tener en las situaciones apretadas que vivíamos." Insiste en su "humanidad excepcional" y dice que "si algún compañero le pedía algo, él, si podía, se lo daba; y daba lo mejor que podía regalar: poesía".

Cuenta, para cerrar su breve pero emotivo y lúcido texto, la siguiente anécdota, que copio completa:

Recuerdo la anécdota que un compañero me contó: cierto preso miraba preocupado una fotografía de su hija, que dentro de unos días celebraría su onomástica y para la que no tenía nada que poderle mandar. Miguel, al saberlo, tomó prestada la foto y le dedicó ese precioso poema que se titula: "El pez más viejo del río". Este poema, que parece a primera vista un poema menor dentro de la obra de Miguel, no es tal poema menor y expresa magistralmente esa lucha entre el dolor y la alegría del poeta trágico que era. Del grande, dolorido y solidario hombre que fue.

El poema al que se refiere Buero Vallejo en la anécdota contada en su artículo, incluido en Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) (lo reproduzco tomándolo de Obra poética completa, edición de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia, Alianza editorial, Madrid 1982), es este:

El pez más viejo del río
de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente sombrío.
Y el agua le sonreía.

Tan sombrío llegó a estar
(nada el agua le divierte)
que después de meditar,
tomó el camino del mar,
es decir, el de la muerte.

Reíste tú junto al río,
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del río
se quitó el aire sombrío.
Y el agua te sonreía.

En nota a pie de página, Lepoldo de Luis y Jorge Urrutia, padre e hijo (puede verse otra entrada sobre ambos aquí), dicen que el poema se publicó por primera vez en el número 9, de mayo de 1946, de la revista Halcón, y que en esa edición llevaba como título "A la niña Rosa María" y que en el verso doce, donde dice "niño solar", el poeta escribió "niña solar".

Nota. Los fragmentos del artículo de Antonio Buero Vallejo están tomados de Obra completa. Vol. II. Poesía, narrativa, ensayos y artículos, edición de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco, Espasa Calpe, Madrid, 1994, pp. 1234-1236. El dibujo de Miguel Hernández que ilustra la entrada es el que Buero le hizo en la cárcel. El del dramaturgo es un autorretrato pintado en 1947.

viernes, 24 de marzo de 2017

Rafael García Serrano: las normas por las armas / y 2


Una vez que Eugenio ha decidido dejarlo todo para centrarse en su lucha y ha sustituido las normas por las armas, al llegar al capítulo siete de la novela, nos situamos en febrero de 1936, en las elecciones a Cortes que dieron, aunque fuera por un estrecho margen, lo que ponía de manifiesto la división del país (aquí), la victoria al Frente Popular. En el relato de García Serrano hay un cierto desprecio hacia esos comicios, pues, como dice Eugenio, "se gana el cielo con la espada".

En un diálogo muy significativo de Eugenio con los camaradas universitarios, alguien dice: "Nos llaman bárbaros y pistoleros", y otro responde: "No saben que la civilización se defiende a tiros". Esos estudiantes recorren los colegios electorales el día de las elecciones y se sorprenden de que "haya lista en la que figuren con diez votos", para sacar la siguiente conclusión: "Después de todo, qué nos interesa el sufragio si hemos de ganar a tiros." Estamos ante una nueva exaltación de la violencia y ante un flagrante desprecio a la democracia parlamentaria.

En el final del capítulo, tal vez porque García Serrano asistiese, se hace una alusión al mitin del cine Europa, celebrado el dos de febrero de 1936 con José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y Raimundo Fernández Cuesta como oradores. En ese mitín se cantó por primera vez en un acto público el "Cara al sol", himno de Falange.

(Sobre ese mitin y la figura de Ruiz de Alda, recomiendo, a quien quiera leer esa entrada, el intercambio de comentarios sostenido con un falangista joseantoniano de la primera hora, para mí fue entrañable y clarificador; agradezco de nuevo a mi anónimo comunicante su participación de aquel día.aquí)

Al inicio del último capítulo, el noveno, cuyo título es "Proclamación de la Primavera", hay una elipsis narrativa. Eugenio ha sido detenido, tal vez al tiempo en que lo fueron otros falangistas, entre ellos, José Antonio, y está encarcelado. Eugenio, "el bien engendrado", uso curioso del epíteto épico, parece que muere en el mes de mayo, en la calle, camino de la facultad, "cuatro hombres, revueltos en polvo y sangre, desprecio y odio", disparan sobre Eugenio y allí queda muerto.

Estructuralmente esta muerte es necesaria para justificar la violencia que se desatará en pocas semanas. Dice el narrador: "es verdad, nos llaman pistoleros, pero a nosotros también nos matan a tiros y a traición". Siempre necesitó la violencia ampararse en el agravio, en otra violencia de signo contrario y ese parece ser el significado de la muerte de Eugenio. Su muerte supone la proclamación de la primavera, es decir, que la sangre se hiciera fértil e iluminara el camino que habrían de seguir tantos jóvenes falangistas en aquellos turbulentos años. La novela se cierra con un significativo "Para Dios y el César", que, naturalmente, no es Franco, sino José Antonio Primo de Rivera.



Ese entusiasmo en la lucha del principio, al que tantos jóvenes se sumaron, algunos con apenas diecisiete años, tal vez sin haberlo meditado mucho, entusiasmo que los hizo verse envueltos, sin la preparación suficiente, en la vorágine de la guerra, que se rige por sus propias normas militares, se fue apagando lentamente con el transcurrir de los meses, quizá por la fatiga del combate, tal vez por el desastre de tanto herido y de tanta muerte inútil, de tantos jóvenes sacrificados en un combate que la mayoría ni buscó ni quiso. Es precisamente ese cansancio y ese desengaño el que acaba por minar la moral de los jóvenes falangistas que en su idealismo, el que se respira en Eugenio, quizá no calibraron bien la magnitud de la tragedia en la que se iban a ver envueltos.

El propio García Serrano, en La fiel infantería, la novela del combate, escrita en 1943, nos deja algunas muestras de ese cansancio de la guerra, de la injusticia de que los combatientes aguerridos se jueguen la vida en los frentes mientras otros dirigen la estrategia plácidamente desde los despachos. Se respira, o al menos así me lo parece a mí, un cierto sabor de cansancio, una sombra de desengaño sobre si el esfuerzo y el sacrificio han merecido la pena, se han visto recompensados, o han sido otros, los que se hicieron con las riendas del poder, los que sacaron beneficio de la victoria a la que contribuyeron con su juventud y su sangre los jóvenes falangistas de primera hora. Esto escribe, hacia el final de esa novela, el narrador:

¿Es Dios justo al matar así, así, tan pobremente, tan sin gloria, a un varón que lleva con coraje sus armas y soporta con valor las contrarias? Entre Mambrú que se va y nadie sabe la fecha de su vuelta, que se va y no vuelve, que deja un amplio margen para el imaginario laurel, y este mísero Mambrú que vuelve con fiebre, amarillo, acatarrado, colítico, apestoso, hay una enorme diferencia, según piensa Ramón. Nada se reparte equitativamente, menos la muerte, que se da a todos. Mentira, mentira: en la muerte hay clases y privilegios. No da igual morir que morirse. Ni da igual morirse a que lo maten a uno. Ni es lo mismo el garrote vil que el fusilamiento, ni el fusilamiento que el paseo canalla, ni este que la muerte limpia de un buen tiro en la cresta. Es justo que cada cual muera como merece.



Eugenio, la novela que comentamos, fue escrita en diferentes momentos y lugares; según especifica su autor lo fue en "abril del 36, Madrid; agosto del 36, Somosierra; noviembre del 36, víspera de Madrid; agosto y noviembre del 37, Bandera 26 de Navarra", lo que indica el itinerario del paso del escritor por el conflicto. Eugenio vería la luz por primera vez en 1938, en Ediciones Jerarquía, de la Editora Nacional, con ilustración de Pepe Caballero. Luego pasó a formar parte de la trilogía La guerra, junto con Plaza del Castillo y La fiel infantería, publicada por Fermín Uriarte Editor, en Madrid, en 1964, con un estudio introductorio de Antonio Valencia y un significativo prólogo del autor firmado en 21 de agosto de 1945, en Madrid.



Gonzalo Sobejano, en su memorable Novela española de nuestro tiempo 1940-1974 (En busca del pueblo perdido) (Marenostrum, 2005), sitúa la figura literaria de Rafael García Serrano, junto a la de Cecilio Benítez de Castro, José María Alfaro, José Vicente Torrente y Ricardo Fernández de la Reguera, en el grupo de "novelistas militantes" y refiriéndose a todos ellos y a sus novela sobre la Guerra Civil Española, escribe: "En el momento de empezar la guerra, estos y otros autores estaban en edad de ser incorporados, de un modo u otro, a la lucha. Falangistas y soldados, pelearon en los frentes y conocieron el miedo, la fatiga, el hambre, el frío, todo lo que en campaña se ha de resistir. Pero también supieron de la alegría de las victorias y gozaron de la exaltación de sus ideales. Con tal experiencia no lograron, sin embargo, fraguar la gran novela que estuviera a la altura de los hechos vividos."

Con todo, a pesar de su militancia combativa, la prosa de García Serrano, sobre todo en los momentos líricos, tiene fuerza y calidad literaria y sus novelas se leen con interés. El idealismo de aquellos jóvenes falangistas que se lanzaron al combate en pos de un cambio y de una revolución que nunca hicieron y que siempre sería su "revolución pendiente", mantiene su vitalismo incólume en las páginas de las novelas de García Serrano, especialmente en las tres a que se hace referencia en esta entrada. Sin embargo, la violencia extrema, ya lo hemos dicho, nos parece injusta e innecesaria; fueron muchos, incluso José Antonio desde la cárcel de Alicante, los que se dieron cuenta del error de haber contribuido a disparar un conflicto que acabó llevándonos a todos al desastre.

Hay una frase final en Plaza del Castillo que nos parece la mejor manera de cerrar esta entrada, conmemorativa del centenario del escritor; dialogan un magistrado y un militar en el momento primero del Alzamiento, en Pamplona; el magistrado parece aceptar que, a veces, "los códigos deben acabar en una bayoneta", sin embargo, le dice al militar:

- La justicia, lo primero de todo la justicia, teniente Sanz, porque sin ella todo carece de fundamento, nada es sólido...

miércoles, 15 de marzo de 2017

Rafael García Serrano: las normas por las armas / 1

(Rafael García Serrano)

Bajo el título global de La Guerra, se decidió, en 1964, Rafael García Serrano (Pamplona, 1917- Madrid, 1988) a agrupar en una trilogía sus tres novelas, muy distintas entre sí y escritas en momentos diferentes, sobre la Guerra Civil Española. Editado el voluminoso libro, casi seiscientas páginas, por Fermín Uriarte, llevaba este un estudio introductorio de Antonio Valencia y un prólogo del autor fechado en Madrid el veintiuno de agosto de 1945. Los libros, ordenados por la cronología de los hechos históricos que en ellos se narran y no por su fecha de publicación, que integran la edición son: Eugenio o la proclamación de la primavera (1938), Plaza del Castillo (1951) y La fiel infantería (1943).

Me ocuparé, en esta entrada de hoy, en el año en que se cumple el centenario del nacimiento del autor, de Eugenio, escrito así, con la simplificación del título con el que se publicó en el volumen citado, y me propongo releerlo a la luz de la influencia del Futurismo de Filippo Tommaso Marinetti, sin dejar de tener en cuenta las otras dos obras que integran la trilogía.



El escritor Max Aub, que no sentía grandes simpatías hacia la obra literaria de García Serrano, incluyó en su Luis Buñuel, novela (Cuadernos del Vigía, Granada, 2013), en la segunda parte, en el capítulo titulado "Los ismos", unos extractos del primer manifiesto futurista de Marinetti, publicado en Le Figaro el veinte de febrero de 1909. Leyéndolos, cualquier lector puede advertir que su contenido está muy cercano a los presupuestos ideológicos que años después, sobre todo tras el mitin fundacional del veintinueve de octubre de 1933 en el Teatro de la Comedia de Madrid, defendería en cierta manera Falange Española, sobre todo antes del inicio de la Guerra Civil, que todo lo contaminó y lo trastocó. Precisamente, la novela de la que me ocupo se desarrolla en ese periodo histórico, el de la inminencia del estadillo de la Guerra Civil, o si se quiere, del golpe de estado que prendió la mecha de la Guerra Civil. García Serrano sitúa la acción de su Eugenio entre mayo de 1935 y el mismo mes de 1936.



Sostiene Aub que lo conseguido por el Futurismo en literatura "fue mediocre", pero que "fue mucho más importante el impacto político". Algunos futuristas italianos, de la mano de Marinetti, tomaron la deriva de las connivencias con el fascismo de Mussolini, sin embargo, otros se inclinaron hacia el socialismo e incluso hacia el comunismo. Como buen conocedor de los movimientos vanguardistas, al fin y al cabo se formó en ellos, escribe Aub que "el futurismo llevaba en su entraña algo más rebelde que el fascismo: el nacionalismo, todavía vivo en el mundo entero." (Citas de las páginas 438-441 de la mencionada edición). Señaladas estas concomitancias del aparato teórico del Futurismo con el Fascismo, entresaca Aub los siguientes puntos del citado manifiesto primero del Futurismo (advierto al lector que es en el contenido de esas premisas donde observo, en una lectura interpretativa y por tanto sometida a error, la posible influencia ideológica de este controvertido movimiento vanguardista en el Eugenio de García Serrano); de entre todos los que recoge Aub en su libro, elijo los que me parece que se relacionan de modo más claro con la obra del entonces joven escritor falangista:


1. Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y la temeridad.
2. Los elementos esenciales de nuestra poesía serán el valor, la audacia y la religión.
3. Puesto que la literatura ha glorificado hasta hoy la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño, nosotros pretendemos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto peligroso, el puñetazo y la bofetada.
4. Ya no hay belleza más que en la lucha ni obras maestras que no tengan un carácter agresivo. La poesía debe ser un violento asalto contra las fuerzas desconocidas para hacerlas rendirse ante el hombre.
5. Queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, la acción destructora de los anarquistas, las hermosas ideas que matan y el desprecio a la mujer.
6. Deseamos demoler los museos y las bibliotecas, combatir la moralidad y todas las cobardías oportunistas y utilitarias. 

 
(Filippo Tommaso Marinetti)

Desde el principio de la novela de García Serrano, cuando el narrador se encuentra con Eugenio, metonimia del falangista altivo, intelectual y combativo, y este le dice que "debe indignarse porque en esta hora hace falta un canto civil y heroico" frente a la música de Sorozábal, que es la que prefiere la burguesía, empiezan las alusiones a una violencia soterrada y latente que no tardará en cobrar carta de naturaleza. En efecto, sin más ni más, Eugenio, "el bien engendrado", epíteto épico que utiliza el narrador para referirse al héroe, "hermoso de cólera" (son notables los aciertos estilísticos y poéticos en la prosa del narrador), se pelea a puñetazos con un "señorito" que lleva en la solapa la insignia de un partido burgués. Luego hay una alabanza a la muerte "en combate", en el que la "sangre se hace fértil como una primavera". Todo esto, ya en el mismo arranque de la narración.

Después, llegado ya el verano, frente al mar de San Sebastián, el narrador, que firma sus cartas con un "Rafael" que lo emparenta con el autor, escribe a Eugenio estas reveladoras palabras:

Vivíamos junto a la vida. Y es necesario que vayamos aprendiendo a morir, porque ya es el tiempo de la sangre en el campo. Y si ahora basta con las venas de unos pocos, serán luego necesarias las venas de muchos.


Más que reveladoras, estas palabras, a la luz de lo sucedido después, resultan proféticas. Estos jóvenes, cuyas ideas responden bien a cierto perfil del futurismo antes reseñado, se burlan de la que llaman "civilización pacifista -la del progreso indefinido- que todo lo subordina a la higiene y a los ensanches". Así que, el narrador reconoce que Eugenio le "ha enseñado el arte de pensar violentamente" y que frente a la sociedad pacifista hay que oponer la violencia transformadora, que cambie las inercias. Con todo, la frase definitoria llega en el capítulo quinto, cuyo significativo título es "Pedagogía de la pistola", en boca de Eugenio mientras conversa con Rafael: "Uno se lo explica todo cuando dispara el primer tiro". 


 Así que, nada de pacifismo, ni de civismo, ni siquiera de política: violencia, acción directa, imperio, desprecio de lo burgués. Hay que arrojar el pasado por la borda y afrontar el mundo nuevo desde la acción, es Eugenio quien se define: "Ya soy hombre de acción. De choque. Estoy seguro de que la conciencia no me remuerde por haber matado a un hombre. A un comunista." En actitudes como estas, está el germen de la violencia desatada tras el triunfo del Alzamiento allí donde le golpe se impuso: una violencia terapéutica, necesaria, quirúrgica.

En Plaza del Castillo, la novela publicada en 1951, que se desarrolla en Pamplona entre el lunes seis de julio de 1936 y el domingo, diecinueve, cuando ya se ha producido la rebelión militar contra el gobierno constitucional de la República, el narrador escribe:

La convivencia estaba rota, hecha pedazos: ardía en los retablos, en el trigo, en los olivares, se tumbaba con dos balazos en el mármol de las autopsias. Era el instante de una sacra violencia, de alzar a los campos y a los pueblos, a las villas y a las ciudades, de levantar el grito, de ponerlo en el cielo y confiarlo al cielo y rogando a Dios esgrimir el mazo.

Habla luego el narrador de esa novela del preludio de la muerte, de la "danza macabra que iba a iniciarse sobre la espaciosa patria" y a uno se le ponen los pelos como escarpias sabiendo lo que iba a pasar después de ese entusiasmo hacia la violencia y esa necesidad de "salvar a España", como dice Juanito, un personaje falangista de la novela de García Serrano. Después de casi tres años de guerra, uno de los tres jóvenes falangistas -Ramón, Miguel y Matías-, entusiastas combatientes desde la primera hora del conflicto, dice así en La fiel infantería: "Pobre Blanco. Mala suerte la suya. Si al menos hubiese sido mañana, haciendo algo... Es igual. Siempre decimos lo mismo. Si tal, si cual, si mañana, si pasado. Pasa que no es agradable morir".



El tiempo de la novela avanza y llegamos así al doce de octubre de 1935. Eugenio reivindica la idea de imperio y dice: "Falange hará imperio", para solicitar a renglón seguido a las madres de España: "Parid hijos para la Patria. Está cercana la hora de asaltar el prestigio y la admiración del mundo con el gesto rebelde de nuestro pecho. Que vuestros hijos, madres de España, sean, en el momento preciso, carne de cañón. Salvaremos a la Patria en la gracia de la revolución."

El golpe, anunciado en estas palabras de Eugenio, no tardaría en llegar y en convertir a tantos jóvenes españoles de entonces, de un bando y de otro, en esa "carne de cañón" por la que parece clamar Eugenio, para "salvar" a una patria que nunca pidió ser salvada y que cuarenta años después volvió a ser la democracia constitucional que era en el momento en que Eugenio lanza su incendiario discurso. Tarea inútil, pues, posición equivocada, violencia estéril, muerte y destrucción evitables. De nada sirve, pues, que Eugenio abandone su familia y sus estudios y cambie, como expresa el narrador en aliteración paronomásica, "las normas por las armas."