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domingo, 31 de enero de 2010

A vueltas con Gil de Biedma



Mi amigo Javier Pérez Escohotado visita mi blog y deja un comentario en la entrada que dediqué a Gil de Biedma y a la película biográfica que aún está en la cartelera. Lo rescato de donde él me lo dejó y lo traigo a esta entrada para realzarlo como se debe. Javier es escritor, poeta y ensayista, de ya largo recorrido; profesor universitario en la Pompeu Fabra y actualmente en la Secundaria, ha sido, es y será estudioso de casi todo lo que tenga que ver con la letra impresa. Como poeta ha publicado dos poemarios: Laura llueve (2000) y Papel Japón (2002); como ensayista: Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. Proceso inquisitorial (Toledo, 1530), con prólogo de Ricardo García Cárcel (2003) y Crítica de la razón gastronómica (2007), entre otros. Como estudioso de la poesía de Gil de Biedma publicó en Poemas memorables. Antología consultada y comentada (1939-1999) (Castalia, 1999) un soberbio comentario a uno de los mejores poemas de Jaime Gil “Pandémica y Celeste”. También ha sido editor del poeta en el libro Conversaciones (El Aleph, 2002). Javier, pues, cuando habla de Gil de Biedma no lo hace a humo de pajas y no es merecedor, en absoluto, a pesar de su actitud crítica hacia el libro que sirve de base a la película, me refiero a la biografía de Miguel Dalmau, de los agrios comentarios hacia su persona que el biógrafo va esparciendo por ahí a la ligera. Nada hay peor que alguien que publica y no es capaz de asumir la crítica. Este es el texto que Javier me dejó como comentario en la mencionada entrada:

El cónsul de Sodoma o de tal palo, tal astilla.


Como editor de Jaime Gil de Biedma, Conversaciones, y autor de alguna crítica a la biografía de Gil de Biedma publicada por M. Dalmau -crítica que los lectores pueden encontrar en el núm. 86 de Letra Internacional-, me permito colaborar en la polémica, llamando la atención del Jurado que entregará los Goya sobre una de las nominaciones: la del Goya al mejor guión adaptado de El cónsul de Sodoma. Si el guión ha sido adaptado de la citada biografía, el resultado ha sido necesariamente el esperado: un fiasco.La biografía de Dalmau está ordenada como un tríptico a partir de una manipulación chapucera de varios cuadros de Bacon. El primer panel del tríptico aborda la historia familiar y personal del poeta en 75 páginas, para las que no ha necesitado consultar ni un solo libro de historia. Y el segundo repasa, con jugosos errores de interpretación, la obra de Gil de Biedma en 125 páginas. Ambos paneles se cierran en 1985. El tercer panel relata con naturalismo clínico, y en clave rosa, la vida sexual del poeta, que ocupa las 255 páginas restantes hasta 1990. El tríptico no parece estar bien compensado. En realidad, las dos primeras partes no son más que un aperitivo mal descongelado antes de atacar el chuletón casi crudo de la enérgica y atareada sexualidad del poeta, que ya no escandaliza ni a los niños de la doctrina. La bibliografía “básica” de la obra, limosna a la puerta de una iglesia, no puede ocultar el feo vicio del autor de no mencionar las fuentes y, lo que es peor, apropiarse indebidamente de ellas. Por ejemplo, de Shirley Mangini, a la que utiliza sin escrúpulo, o sea, sin las obligadas comillas, que son las que indican el propietario del texto. Y no cabe aquí la eximente de intertextualidad, que consiste, según Bajtin, en un diálogo textual y no en una mera copia.

Nota. Un torpe e inapropiado comentario anónimo, dejado en la entrada "Mi padre", me ha obligado a instalar la moderación en los comentarios. Os pido disculpas a los que entráis aquí habitualmente, pero los que aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para malbaratar palabras en bitácoras ajenas me obligan a ello. Gracias.

jueves, 14 de enero de 2010

Que la vida iba en serio...


Lo que resultaba apasionante de la figura de Jaime Gil de Biedma era su enorme talento poético y su vastísima cultura literaria; en modo alguno, excepto para él, claro, su vida personal, su tendencia sexual, la mucha o poca pasión que pusiese en ello, las infidelidades y las noches de dormida en antros o en hoteles recién fríos, de habitaciones para hombre solo. Lo que cuenta es lo que se deja, la obra y no la biografía. Jaime Gil de Biedma dejó una obra breve que, con el paso de los años, no ha hecho sino crecer y crecer al tiempo que irradiaba luz, la que él mismo recibió de Cernuda y otros autores, sobre los poetas que le siguieron. Eso es lo que lo hace apasionante: Las personas del verbo, su Diario del artista seriamente enfermo, su Retrato del artista en 1956, sus estudios literarios, El pie de la letra.

La última vez que lo vi fue en el Ateneo Barcelonés de la calle Canuda, en 1988. Pronunció entonces una conferencia sobre la poesía de Luis Cernuda. Se le traspapelaron las notas que llevaba escritas. Interrumpió un rato su alocución para tratar de ordenar los papeles. Como le fuera imposible hacerlo, siguió durante un buen rato hablando de Cernuda sin nota alguna y fue realmente una lección de sabiduría poética y literaria como me ha sido dado ver pocas veces. Estábamos aquella tarde en la sala no más de veinte personas. Los fieles del Ateneo, seguramente miembros de la junta directiva, mis amigos José Ángel Cilleruelo y Joaquín Parellada, quien esto escribe y el también amigo y poeta Luis Izquierdo, que fue el único que dialogó con Jaime Gil en el coloquio que siguió a su estupenda conferencia. Ese era el Jaime Gil apasionante.

Es muy arriesgado hacer una película biográfica sobre Gil de Biedma, porque se corre el peligro de tergiversar su figura y hacerlo interesante por aquello que no debería serlo: su opción y su vida sexual, poniéndolo por encima de su figura literaria e intelectual, que es lo que lo va engrandeciendo desde que nos dejó y convirtiéndolo poco a poco en un clásico imprescindible de la poesía española del siglo XX. Eso es lo que tristemente ha ocurrido con El cónsul de Sodoma. No que la película no tenga aciertos cinematográficos, que los tiene, sobre todo en la creación de los ambientes filipinos y en la interpretación medida y correcta, brillante en la dicción, de Jordi Mollá, sino que pone por delante aquello que nunca debiera haber sido puesto en lugar tan preponderante, a veces hasta la saciedad, por pertenecer exclusivamente a la vida privada del escritor. Lo peor, con todo, es el guión porque es deslavazado, de escenas inconexas y no pocas veces gratuitas, porque le falta consistencia en los diálogos, porque nos deja caricaturas de los grandes escritores, alguno de ellos aún vivo -y que se ha quejado amargamente de la película-, de la Generación del 50 barcelonesa, porque da un dibujo demasiado esquemático de Gil de Biedma, un hombre extraordinariamente complejo. En suma, una oportunidad perdida, porque no es fácil que un productor se juegue el dinero en una película sobre la vida de un poeta de culto y minoritario, seguramente desconocido para eso que suele llamarse gran público y que dudo mucho que se interese por su figura después de ver la película. Tiene razón Dalmau cuando dice que tal vez Gil de Biedma hubiera merecido una película de más entidad.