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miércoles, 26 de noviembre de 2014

Rivesaltes: las sombras pasan



Una tarde de otoño, de finales de octubre, cuando declinaba la luz y el cielo encapotado amenazaba lluvia, cuando el viento inclemente azotaba los arbustos de la desangelada llanura en medio de la nada, llegué al Campo de Concentración de Rivesaltes, o mejor dicho, al monumento erigido para honrar la memoria de quienes allí estuvieron recluidos. Una placa sobre un monolito de piedra, la de la fotografía que ilustra la entrada, recuerda a los niños, a las mujeres y a los hombres civiles y militares republicanos españoles que allí estuvieron internados. Unos versos de Antonio Machado, traducidos al francés, sugieren un pensamiento profundo. Los versos pertenecen al poema que el autor sevillano escribió en memoria de don Francisco Giner de los Ríos y que incluyó en el libro Campos de Castilla, en la edición de 1917. El poema está fechado en Baeza, el 21 de febrero de 1915. 

Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan,
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced,campanas!

Quien grabó los versos en el mármol no quiso poner la exclamación que tan significativa resulta.


Otros monolitos se levantan para honrar la memoria de los más de 2250, entre ellos ciento diez niños, judíos deportados al campo de exterminio de Auschwitz entre agosto y octubre de 1942.


Un talud de arena, de unos dos metros de alto, rodea los restos del campo de concentración, abandonados a la intemperie, mostrando la ruina de un tiempo pasado de infausta memoria. Unos letreros advierten de que se está en terreno militar y de que no se puede acceder sin contravenir el código penal en determinados artículos explicitados en los numerosos letreros que rodean el campo. Parece como si se quisiera ocultar la historia, como si se pretendiera borrar la memoria de ese campo de internamiento que permaneció abierto muchos años.


Pero es difícil ocultar la historia. Al regresar, ya entrada la noche, a casa, al otro lado de la frontera, leí, después de cenar, en el libro Mas allá de la muerte y el exilio, escrito por Louis Stein en 1979 y publicado por Plaza y Janés, en traducción de Manuel Vázquez, en diciembre de 1983, lo siguiente:

El doctor Harvey, que visitó Rivesaltes en septiembre de 1941, quedó también asombrado por la inadecuada ubicación física del campo -una llanura desnuda, barrida por los vientos- y por las deficiencias de la dieta. El guía oficial subrayó el hecho de que los refugiados eran huéspedes de Francia y afirmó que se les estaban suministrando un promedio de 1750 calorías diarias, la misma cantidad que a la población francesa. Resultó evidente al norteamericano, sin embargo, que esa afirmación era falsa. La inmensa mayoría de habitantes del campo eran mujeres, niños y viejos. El doctor Harvey visitó la guardería infantil, y observó aproximadamente a treinta niños. Había algunos niños de ocho y nueve años de edad que parecían recién nacidos. Pocos eran los pequeños que estaban ganando peso normalmente. El hospital, un barracón transformado, no podía albergar más que a una pequeña proporción de enfermos. La mayoría de los refugiados enfermos permanecían en sus propios barracones.


Finalmente, en julio de 1941, Humbert llamó la atención del prefecto sobre el informe de Lefebvre y señaló la gravedad de la situación. El prefecto respondió entonces  ordenando al doctor Dorvault, inspector médico de los Pirineos Orientales, que investigara la situación. El doctor Dorvault no se alarmó excesivamente por lo que halló en la investigación. El malestar afectaba a un número relativamente pequeño de individuos en la población del campo de ocho mil personas. Estos pacientes eran incapaces de defenderse contra la infección debido a sus constituciones débiles o dañadas, o porque sus cuerpos habían envejecido prematuramente a causa de la guerra y la emigración. Inevitablemente, se producían muertes frecuentes entre ellos. Llegó a la conclusión de que el brote de disentería era estacional, no epidémico, y que afectaba solamente a los miembros más débiles del grupo. Señaló cierta falta de alimentación, y aprobó la concesión de raciones mayores.


Abandoné el campo no sin antes asomarme, junto a unos jóvenes franceses que fotografiaban los restos de edificios y de alambradas, a ver lo que pude desde los límites del talud, lo que queda, del campo de concentración en el que mis compatriotas republicanos habían tenido la desgracia de ir a parar. Conduje en silencio, estremecido por la impresión que siempre me causa visitar lugares como este. Llegué a casa y releí el libro de Stein, mientras pensaba en el poema de Machado y en cuántos de aquellos "hermanos" se habrían ido, como se fue el "hermano Francisco" por "una senda clara" esperando que alguien alguna vez les hiciera un "duelo de labores y esperanzas".

martes, 25 de marzo de 2014

El 98 y España: Antonio Machado / 2


Pedro Laín Entralgo calificó estos versos de Machado, pertenecientes al poema "El mañana efímero", de Campos de Castilla (1917), como "cuatro de los más atroces versos que jamás se hayan escrito sobre la realidad de la vida española" en su libro La Generación del 98 (1961). Frente a la España que en ellos se describe, Machado habla en otros versos del mismo poema de la "España del cincel y de la maza, implacable y redentora, la de la rabia y la de la idea", la que no debe "ahogarse en la España que bosteza", la que no debe "helarse en la España que se muere", como dijo en el poema "Envío", fechado en Baeza en 1913:


Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar de la cabeza.

sábado, 22 de febrero de 2014

Machado: nada os debo, nada os pido


Antonio:

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.

Manuel:

[...] Gloria... ¡la que me deben!
Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...

lunes, 16 de diciembre de 2013

Antonio Machado, el largo peregrinar hacia la mar


Tiene razón Alfonso Guerra cuando escribe en el prólogo de este libro que la obra de Machado sigue viva para viejos y nuevos lectores. Monique Alonso, quien ya había publicado en 1985 un excelente libro sobre el poeta titulado Antonio Machado. Poeta en el exilio, en editorial Anthropos, nos da ahora esta crónica de los tres últimos años de la vida del poeta, que arranca en el Madrid de 1936 y termina con el fallecimiento del escritor en Collioure en 1939. 

Riguroso, documentado y muy bien escrito este libro se lee, a pesar de ser conocidos en lo sustancial los hechos que en él se narran, con pasión y estremecimiento; se vuela sobre sus páginas, y cuando se llega al final, nos gustaría que el libro no acabase y que la autora nos siguiese contando más detalles sobre el menesteroso final del poeta.

Corrige la autora algunos errores que se han venido repitiendo desde hace años y aporta nuevas datos, fruto de sus pacientes y rigurosas investigaciones, sobre el peregrinar del poeta en el exilio.

No elude Monique Alonso los aspectos más controvertidos de la actuación del poeta en esos años. Por ejemplo, cuando no quiso firmar un escrito de ayuda a Félix Ros que le presentó el editor José Janés cuando Machado estaba hospedado en la Torre Castañer de Barcelona. Mi amigo Jusep Mengual recoge ese episodio en la biografía de Janés que publicó recientemente, en septiembre de 2013, en Debate, bajo el título A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor.

Me parece que el enigmático viaje de Manuel Machado a Collioure no se aclara suficientemente. Se afirma que tal viaje existió, pero no se aporta ningún documento que lo pruebe. José Machado, el hermano del poeta, quien le acompañó en el momento de la muerte, no alude a ese viaje, cuando tan fácil le hubiera resultado hacerlo, en su libro Últimas soledades del poeta Antonio Machado. Recuerdos de su hermano José, publicado por Ediciones de la Torre en 1999.

En fin, al margen de esos debates siempre abiertos, el libro es magnífico y recomiendo encarecidamente su lectura, sobre todo a los jóvenes lectores que desconozcan o tengan solo una visión superficial de los hechos aquí narrados. Lo mejor que puede decirse, al margen de alabar el rigor histórico y filológico, es que este libro se lee como si fuera una novela o como si fuera una crónica de un tiempo doloroso y apasionante.

jueves, 11 de junio de 2009

Un alma siempre en borrador




Lo difícil es acabar, dar algo por cerrado, despedirse, decirse adiós. Cada año que pasa Leonardo está más cansado y le cuesta más encontrar las frases con las que terminar el curso. No es fácil, es una de las tareas que más se le resisten. El azar quiso que, releyendo a su admirado Juan de Mairena, ese peculiar profesor de retórica tan amigo de don Antonio Machado, encontrase un texto que, paradójicamente, podría servirle para la ocasión. Mairena lo dice en el inicio de sus clases, pero Leonardo piensa que es bueno para ser leído durante los cinco últimos minutos del curso, cuando las clases se acaban y no volverán a empezar hasta septiembre. A Leonardo le gusta porque las palabras de Mairena ponen patas arriba aquella máxima terrible que trataron de inculcarle en su niñez: "La caridad bien entendida empieza por uno mismo". Mairena no enseña a tener seguridad, sino a desconfiar de uno mismo y esa es la paradoja que a contramano se acerca a la verdad: la duda metódica, desconfiar de todo, planteárselo todo, analizarlo todo. Como siempre, la lectura, en silencio sepulcral de respeto hacia el poeta amigo de Mairena, desconcierta una vez más a los muchachos, que ya solo piensan en las vacaciones y en ir a la playa. Tomó Leonardo el libro y leyó:

"Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me parece que puede ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que a mi parecer, fue fecundo en la mía. Pero ésta es una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia entre personas durante algunas horas. Pero no me toméis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo y que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo -no el demonio de Sócrates-, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos."



Al terminar la lectura, Leonardo dio la clase y el curso por acabados. Dos alumnos levantaron la mano para preguntar. Leonardo los miró con cara de sorpresa y les dio la palabra. "¿Cuándo son los exámenes de recuperación?", preguntaron casi a coro. Leonardo los miró detenidamente, muy serio, durante unos instantes y sembró después el desconcierto con su respuesta: "Ya están ustedes recuperados, pueden ir en paz."


Nota. La cita del Juan de Mairena, de Antonio Machado, procede de la edición que José María Valverde hizo del texto para la Editorial Castalia hace ya algunos años. La foto de las aulas vacías está tomada de la red.