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viernes, 17 de septiembre de 2021

Galdós: el puñetazo de Dios y la lección universal


En el verano de 1897 Pérez Galdós escribió una de sus "novelas habladas" titulada El abuelo, libro que Ricardo Gullón consideró "autobiográfico del modo más esencial y profundo: no por la anécdota, del todo ajena a los episodios reales de la vida de don Benito, sino por los sentimientos, idénticos a los suyos cuando vivió, en otro plano, conflictos análogos a los planteados en la novela". El problema al que se refiere Gullón es el "de los hijos ilegítimos", aunque en la novela el problema se circunscriba a las nietas del Conde de Albrit, Dolly y Nell y el problema de la legitimidad a saber cuál es la nieta verdadera, la auténtica heredera de la nobleza de la sangre, y cuál la usurpadora del apellido. Albrit hace de ello una cuestión de honor que le atormenta en los años de su vejez. Todo este embrollo tiene que ver, claro, con su hijo Rafael, ya fallecido, y la mujer de este, Lucrecia. Albrit se debate a lo largo de la novela entre la duda de cuál de sus nietas será la hija verdadera de su hijo fallecido y no el fruto de un devaneo amoroso de su mujer. 
    Es Dolly quien le dice a su abuelo: "Váyase Nell con mamá; yo quiero compartir tu pobreza, cuidarte, ser la hijita de tu alma." Dolly es pues quien demuestra la nobleza de sus sentimientos y su capacidad de amar y comprender a su abuelo en su atormentada vejez. Cuando Dolly le dice al Conde estas palabras, él reacciona así:

Parece que me ahogo... Es que Dios me abre el pecho de un puñetazo y se mete dentro de mí... Es tan grande, tan grande..., ¡ay! que no me cabe...

Dolly reacciona llena de afecto hacia las palabras de su abuelo y le dice "si Dios entre en tu corazón, allí encontrará a Dolly con su patita coja."
    En esta escena, ya en las postrimerías de la obra, al Conde le acompaña, además de su nieta, el preceptor de las niñas, don Pío Coronado, a quien Gullón considera "un pobre tontaina, un bobalicón vilipendiado por su mujer y sus supuestas hijas". Con él, con don Pío, mantiene el Conde de Albrit este diálogo:

DON PÍO.- (Con unción) Dios es el abuelo de todas las criaturas.
EL CONDE.- Por eso es tan grande. La eternidad, ¿qué es más que el continuo barajar de las generaciones? Y ahora, Pío, gran filósofo, si te dan a escoger entre el honor y el amor, ¿qué harás?
DON PÍO.- (Sollozando) Escojo el amor..., el amor mío, porque el ajeno lo desconozco.

Como quiera que toda esta escena se produce cuando don Pío ha tomado la decisión de despeñarse por el acantilado con la ayuda del Conde, la actitud de Dolly, el puñetazo de Dios y el convencimiento de que el amor se impone al honor, conlleva una rectificación de tan insensato propósito; así habla el Conde al desesperado maestro:

Estás lúcido. ¡Matarme yo, que tengo a Dolly! ¡Matarte a ti..., que me tienes a mí! Ven y esperemos a morirnos de viejos.

Ricardo Gullón sintetiza la intención de la novela en esta máxima moral: "La lección que recibe el conde de Albrit es universal: la vida no puede vivirse a la carta del honor, sino a la del amor."  Una lección universal más que nos dejó don Benito y que conviene no olvidar.  

sábado, 14 de agosto de 2021

Cervantes: Flor de aforismos peregrinos


En el capítulo primero del Libro Cuarto de Los trabajos de Persiles y Sigismunda se menciona un libro que se llamará, cuando sea publicado, Flor de aforismos peregrinos. Periandro pregunta al peregrino español que habla del libro si recuerda algún aforismo de memoria que pudiera decir en el momento. El peregrino español responde que dirá uno que le había dado gran gusto por la firma del que lo había escrito y dice:

No desees, y serás el más rico hombre del mundo.
Y la firma decía: Diego de Ratos, corcovado, zapatero de viejo en Tordesillas, lugar en Castilla la Vieja, junto a Valladolid.
-¡Por Dios -dijo Antonio-, que la firma está larga y tendida, y que el aforismo es el más breve y compendioso que pueda imaginarse! Porque está claro que lo que se desea es lo que falta, y el que no desea, no tiene falta de nada, y así será el más rico del mundo.

En nota a pie de página, refiriéndose a la polémica sobre Avellaneda, Avalle Arce escribe: "Se ha supuesto desde hace mucho tiempo que aquí se alude a Alonso Fernández de Avellaneda, cuyo Quijote salió en Tordesillas en 1614." En su edición del Persiles, en el volumen 18 de la Obra Completa, Florencio Sevilla y Antonio Rey Hazas, con innegable actitud crítica, escriben: "Todavía Schevill y Bonilla suponen que esta ridícula firma envuelve alguna alusión al incógnito Avellaneda". (p.422, Alianza Editorial). En 1988, en Sirmio, Martín de Riquer publicó su  Cervantes, Passamonte y Avellaneda y defendió brillantemente su "hipótesis plausible", la de que el verdadero autor del Quijote apócrifo de 1614 es el autor aragonés, compañero de armas de Cervantes, Gerónimo de Passamonte. En fin, polémicas filológicas.

Otros aforismos incluidos por Cervantes en el Persiles y supuestamente escritos por los personajes de la novela, son:

[1] Más quiero ser mala con esperanza que ser buena, que buena con propósito de ser mala.
[2] La hermosura que se acompaña con la honestidad es hermosura; y la que no, no es más que un buen parecer.
[3] La mejor dote que puede llevar la mujer principal, es la honestidad, porque la hermosura y la riqueza el tiempo la gasta o la fortuna la deshace.
[4] A mucho obligan las leyes de la obediencia forzosa; pero a mucho más las fuerzas del gusto.

En la última página de la novela Cervantes, muy dado a dejar pensamientos que en el fondo no son más que aforismos incluidos en la prosa, dice:

En los casamientos graves, y en todos, es justo se ajuste la voluntad de los hijos con la de los padres.

Aunque expresada con otras palabras, esa es la idea que desarrolla Leandro Fernández de Moratín en El sí de las niñas, estrenada el 24 de enero de 1806 en Madrid. 

martes, 20 de julio de 2021

Cervantes: "¿Qué mayor mal puede venir a un hombre que la muerte?"


En el Capítulo Trece del Segundo Libro de la novela póstuma de don Miguel de Cervantes Los trabajos de Persiles y Sigismunda, cuyos nombres en la ficción son Periandro y Auristela, puede leerse este sentencioso texto acerca del suicidio:

La mayor cobardía del mundo era el matarse, porque el homicida de sí mismo, es señal que le falta el ánimo para sufrir los males que teme. Y ¿qué mayor mal puede venir a un hombre que la muerte? Y siendo esto así, no es locura el dilatarla: con la vida se enmiendan y mejoran las malas suertes, y con la muerte desesperada no sólo no se acaban y se mejoran, pero se empeoran y comienzan de nuevo. 

jueves, 18 de marzo de 2021

Curarse las melancolías caminando y leyendo.



Un amigo y yo solíamos, no hace tanto tiempo, empezar el año regalándonos mutuamente un libro de Baroja. En enero, en medio de la pandemia, retomamos esta sana costumbre. Un ejemplar de la edición de Renacimiento, de 1913, de Camino de perfección fue el libro elegido por mi amigo. 
    Camino de perfección es una de las dos grandes novelas, señaladas por Mainer, que se publicaron en 1902; la otra es La voluntad, de Azorín. Añade Mainer, Amor y pedagogía, de Unamuno, también de 1902, y luego los libros de tres poetas simbolistas publicados en 1903 como ejemplos de la renovación literaria que se produjo a principios del siglo pasado: Soledades, de Antonio Machado, Arias tristes, de Juan Ramón Jiménez y La paz del sendero, del novelista Ramón Pérez de Ayala.  
    Releyendo el libro de Baroja semanas atrás, libro en el cual Jorge Campos cree advertir que lo importante es la atracción que Baroja parece sentir hacia Nietzsche y cómo esta se manifiesta en la novela, que "es un peregrinar de alguien que huye tanto de un ambiente que le ahoga como de sí mismo", me llama la atención el encuentro entre un personaje llamado Max Schultze, de Nuremberg, de viaje por España por simpatía y curiosidad hacia nuestro país, y el protagonista, Fernando Ossorio. 
    Mientras caminan y dialogan, Schultze le dice a Ossorio, quien le confiesa que "cada día tengo motivos nuevos de horror; mi cabeza es una guarida de pensamientos vagos que no sé de donde brotan", lo siguiente:

- Para esa misticidad, el mejor remedio es el ejercicio. Yo tuve sobreexcitación nerviosa, y me la curé andando mucho y leyendo a Nietzsche. ¿Lo conoce usted?

Como quiera que Ossorio le responde que no, pero que ha oído decir que su doctrina es la glorificación del egoísmo, Schultze le responde:

- ¡Cómo se engaña usted, amigo! Crea usted que es difícil de representarse un hombre de naturaleza más ética que él; dificilísimo hallar un hombre más puro y delicado, más irreprochable en su conducta. es un mártir.

Dice Jorge Campos que a partir de ahí, del encuentro con ese extraño personaje que recomienda caminar y leer para curarse las melancolías, las "sobreexcitaciones nerviosas", lo que hoy llamaríamos depresiones, Fernando Ossorio "intentará vencer en sí mismo la tendencia depresiva cristiana y adoptar la actitud vitalista ascendente y ese es su verdadero camino de perfección". 

Pues eso, curarse las melancolías caminando y leyendo.

lunes, 8 de abril de 2019

Cuentos de arrabal, de Alberto Ruiz-Borau


Cuando ya no lo esperaba, porque imaginaba a su autor cuidando los rosales de su jardín -como dicen que hacen, a determinadas alturas de la vida, los pocos sabios que en el mundo han sido-, me llega este Cuentos de arrabal, el nuevo libro de cuentos de Alberto Ruiz-Borau.

En la solapa biográfica se dice que el interés del autor por la literatura fue muy precoz y tempranero, pero que no sería hasta mucho tiempo después -debido a los avatares de la de la larga posguerra y a las difíciles circunstancias por las que tuvo que atravesar el autor y su familia- que retomaría la actividad creadora hasta llegarla a convertir en "una necesidad existencial" que acabaría alumbrando un buen nutrido grupo de títulos en varios géneros, poesía, novelas y cuentos.

Ignoro en qué momento fueron escritos los once que integran este volumen, pero doy fe de que lo que se dice en el texto de la contraportada no es mera palabrería y que verdaderamente estos cuentos ponen de manifiesto un "profundo conocimiento del alma humana", con sus grandezas y sus miserias, siempre tratadas, estas últimas, con benevolencia y con una cierta dosis de desengaño y escepticismo, tan consustancial, por otra parte, a la obra literaria de Ruiz-Borau.

Dos cuentos han llamado mi atención sobre los demás: "Un retrato de 1940" y "De cuando el hermano Pánfilo". El primero de ellos, en el ámbito de la memoria personal, tiene como protagonista a uno de los personajes de La piel de la serpiente y está ambientado en Montesnegros -trasunto literario de Monegrillo- en 1940. El fallecimiento de un familiar y el reparto de la herencia que deja son el eje de la trama. Antonina, la protagonista del relato, reflexiona así: "Cómo se repiten las cosas. Nos hacen nacer y hacemos nacer. Enterramos y nos entierran. Así una generación tras otra. Al final todo se queda en silencio".

La vuelta a los lugares donde antaño vivió la protagonista le hace revivir escenas y escenarios pertenecientres al pasado pero que siguen vivos en su memoria las escenas y en su sitio los escenarios, como la ventana de la casa familiar desde la que se veía una parte del claustro del convento de benedictinas.

Con todo, en la hora del regreso tras el cataclismo de la guerra, el ambiente del pueblo resulta opresivo y desagradable para la protagonista. Tanto es así que, desde que terminó el conflicto, "nunca quiso regresar a su pueblo -dice el narrador- era demasiado orgullosa para mostrar su pobreza". En el regreso a los escenarios de la memoria falta el hijo de la protagonista y ella piensa que todo hubiera sido diferente de haber estado él. Pero ese regreso es imposible porque su hijo está en el exilio. En ese momento, el lector que conozca la obra de Ruiz-Borau ya sabe de quién se está hablando y quién es el hijo de la protagonista, lo que conlleva un sentimiento inevitable de melancolía. Después, el lector asiste, entre divertido y asombrado, a la irónica situación creada durante la lectura del testamento del fallecido, tío de la protagonista, que resulta ser adverso a los intereses de esta.

El segundo, "De cuando el hermano Pániflo", es un cuento que tiene que ver con la vida monástica, ya reflejada en una de las mejores novelas del autor, El año que perdí el otoño. Pánfilo se pone en viaje para asistir a una pecadora llamada Rosaura, que está en trance de muerte. Las estrechas relaciones entre el monje y esa mujer en el pasado alumbran una situación divertida en la que la doble moral del monje se cuestiona severamente. Pánfilo tiene un enfrentamiento con el Demonio a costa de la salvación del alma de Rosaura. Ese diálogo, lleno de viveza, de ironía y hasta de sarcasmo, pone nuevamente de manifiesto el alma acomodaticia del monje y cuestiona seriamente la sinceridad de su posición moral. El diálogo es lo mejor del cuento y el cuento, a nuestro juicio, lo mejor del libro y constituye por sí solo un gran acierto literario.

Libro de lectura amena, nostálgica en algunos momentos, estamos seguros de que despertará el interés del lector que se acerque a ellos. 

Nota. El libro se presentó en diciembre en la Biblioteca de Aragón. Está editado, como casi toda la obra del autor -seguimos echando de menos una edición prologada y anotada de La piel de la serpiente- en la editorial aragonesa "La fragua del trovador", Zaragoza, 2018, 137 páginas. El lector interesado puede consultar la página web de la editorial en "www.lafraguadeltrovador.com".  
  

jueves, 5 de abril de 2018

Juan Benet: las tres edades


Empecé, hace muchos años, quizá por 1978, varias veces la lectura de la novela de Juan Benet Volverás a región y unas veces por una causa -requería una lectura pausada y no disponía entonces del tiempo necesario-, otras por otra, la abandoné sin terminarla, dejándola, me decía, para otro momento. Pasado un tiempo, en 1983, cuando se publicó por primera vez, leí de un tirón, por andar entonces metido en la lectura de novelas sobre la guerra civil -por cierto, ¿debe considerarse La tierra que pisamos, la segunda novela de Jesús Carrasco, una novela sobre la guerra civil?- los tres volúmenes de Herrumbrosas lanzas, que publicó Alfaguara. Deslumbrado por la prosa de Benet, pensé que tenía que corregir la anomalía de no haber acabado la lectura de Volverás a Regiónla novela inaugural de uno de los espacios narrativos de ficción más importantes de la narrativa española del siglo XX, desde entonces una suerte de asignatura pendiente para mí

Han pasado casi cuarenta años desde el primer intento fallido de lectura de la novela epifánica de Región y ahora por fin la he leído, guiado por la sabiduría de Ricardo Gullón - "Una región laberíntica que bien pudiera llamarse España", nº 319, junio de 1973, Ínsula- y Gonzalo Sobejano, -Novela española de nuestro tiempo 1940-1974 (En busca del pueblo perdido)-,  cuyas palabras me han servido de guía a la hora de internarme en el tupido bosque de dificultad que constituye la lectura del texto de Benet. 

También he de decir que el artículo que publicó en el diario El País Julio Llamazares sobre el Pantano de Porma, obra de ingeniería diseñada por Juan Benet que sepultó sobre las aguas Vegamían, pueblo natal del escritor leonés, proponiendo la relectura de Volverás a Región, fue un acicate, no sé, estimuló mi curiosidad y me hizo ver que era este el momento propicio de leer de una vez por todas esa novela. 

Para cerrar la lista de sincronías, por esos días, en Historia de nuestro cine, el programa de la dos, se repuso la película El Filandón, cinta de 1984 en la que participaban Merino, Mateo Díez, Pereira, Llamazares y Trapiello (Pedro), y en la que la historia última, la que protagonizaba Llamazares era una visita al pantano que sepultó su lugar de nacimiento, lo que acrecentó, más si cabe, mi interés por la lectura del libro de Juan Benet. 

¿Y cuál fue el resultado de todo ello, se preguntará quien tenga la paciencia de leer esta entrada? La respuesta es bien sencilla, si la lectura de Herrumbrosas lanzas me deslumbró, la de Volverás a región lo hizo aún más. Despertó mi admiración por la fuerza de la naturaleza descrita en las páginas de la novela, leída además con el "Mapa de Región" extendido sobre mi mesa de trabajo. Reforzó mi interés por la historia de los personajes, que apenas recordaba: el doctor Sebastián y la mujer, María Timoner, Eugenio Mazón y sus avatares en la guerra civil, que tanta luz arrojan anticipándose a Herrumbrosas lanzas, la historia mítica del Numa y su disparo, el personaje del ahijado del doctor Sebastián, hijo de María Timoner, que en un momento de delirio acomete a quien le ha cuidado tal vez de un modo en exceso riguroso, en fin, un conjunto de historias personales intensas y estremecedoras.

Pero, sobre todo, aunque eso ya lo había descubierto en la lectura prematura de Herrumbrosas lanzas, lo más destacable de la literatura de Juan Benet es el estilo, la prosa, la forma de contar. Como una muestra, traigo aquí esta cita de Volverás a región, páginas 253-254 de la primera edición, la de Ediciones Destino, colección Áncora y Delfín nº 295, Barcelona, diciembre de 1967 -Benet lo escribe todo en un único párrafo, pero para facilitar la lectura me permito establecer algunos puntos y aparte:

Creo que la vida del hombre está marcada por tres edades: la primera es la edad del impulso, en la que todo lo que nos mueve y nos importa no necesita justificación, antes bien nos sentimos atraídos hacia todo aquello -una mujer, una profesión, un lugar donde vivir- gracias a una intuición impulsiva que nunca compara; todo es tan obvio que vale por sí mismo y lo único que cuenta es la capacidad para alcanzarlo. 

En la segunda edad aquello que elegimos en la primera, normalmente se ha gastado, ya no vale por sí mismo y necesita una justificación que el hombre razonable concede gustoso, con ayuda de su razón, claro está; es la madurez, es el momento en que, para salir airoso de las comparaciones y las contradictorias posibilidades que le ofrece todo lo que contempla, el hombre lleva a cabo ese esfuerzo intelectual gracias al cual una trayectoria elegida por el instinto es justificada a posteriori por la reflexión. 

En la tercera edad no sólo se han gastado e invalidado los móviles que eligió en la primera sino también las razones con que apuntaló su conducta en la segunda. Es la enajenación, el repudio de todo lo que ha sido su vida para la cual ya no encuentra motivación ni disculpa. Para poder vivir tranquilo hay que negarse a entrar en esa tercera etapa; por muy forzado que parezca debe hacer un esfuerzo con su voluntad para permanecer en la segunda; porque otra cosa es la deriva. 

Pues bien, le diré una cosa: mi pueblo, mi gente, mi generación apenas vislumbró la primera edad; en seguida nos dieron todo, no pudimos elegir casi nada. Mediante un esfuerzo más considerable que su estimación logramos sobrevivir gracias a una justificación incompleta, ilógica y defectuosa pero suficiente. Y duró muy poco; en verdad no hemos conocido sino la deriva o quizás el encallamiento, eso es, un encallamiento en una cosa tan sórdida, desértica y hostil que no nos hemos atrevido a salir de la barca que nos trajo a ella. 

No es necesario decir que Herrumbrosas lanzas ya estaba contenido en Volverás a región, y que, por tanto, requerirá ahora de una relectura que en estos días de descanso ya he emprendido. Y no solo de esa larga novela publicada en Alfaguara en tres volúmenes, sino de otros títulos de Benet que la lectura aquí comentada ilumina, como, por ejemplo, La otra casa de Mazón. Fue Benet, sin duda, un gran escritor y quizá sería necesario que se recuperase su obra, se reeditara en buenas ediciones críticas y se pusiera así, nuevamente, en ediciones fiables, en manos de aquellos lectores que quieran acercarse a ella.

Nota. La foto que ilustra la entrada, pido perdón por su baja calidad, está tomada de mi ejemplar de la primera edición de la novela, la de Destino, de diciembre de 1967

jueves, 30 de noviembre de 2017

Fernando de Rojas: diatriba contra el amor

 

De diatriba contra el amor podrían calificarse las palabras con que Pleberio se refiere a la tragedia de la muerte de su hija en el planto que cierra la extraordinaria obra de Rojas. Estas son algunas de ellas:

¡Oh amor, amor, que no pensé que tenías fuerça ni poder de matar a tus subjectos! (...) ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fuesses, amarías a tus sirvientes; si los amasses, no les darías pena; si alegres viviessen, no se matarían como agora mi amada hija. (...) Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traídos. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congoxosa dança. (...) Ciego te pintan, pobre y moço. Pónente un arco en la mano con que tires a tiento. Tu fuego es ardiente rayo que jamás haze señal do llega. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas.

Laméntase Pleberio de que la falsa alcahueta Celestina muriese a manos de los criados de Calisto, Pármeno y Sempronio, que a su vez fueron degollados; Calisto murió despeñado y Melibea  "quiso tomar la misma muerte por seguirle". Eso es lo que provocan los excesos de amor. "Dulce nombre te dieron, se queja Pleberio, amargos hechos hazes." 

Nota. La foto la tomé, en los últimos días del año 2013, en la Plaza Mayor de Cáceres.

domingo, 13 de agosto de 2017

Contigo al fin del mundo, el viaje iniciático de Emma y Kim



La clave de la forma de narrar este viaje iniciático que supone, para sus protagonistas, Emma y Kim, Contigo al fin de mundo hay que buscarla, a mi modo de ver, en la novela de Julio Cortázar Rayuela. En el viaje de Emma, joven neoyorkina que decide visitar París tras un compromiso matrimonial bastante convencional, punto de partida de su periplo europeo, el narrador omnisciente, que narra desde la segunda persona, dice: "¿Encontrarás al Mago?" (p.71). La frase remite inmediatamente al inicio de la genial novela de Cortázar. Es innecesario recordar que la estructura narrativa de la novela del escritor argentino, maestro del cuento, posibilitaba al lector dos lecturas: una, la tradicional, es decir, desde el inicio hasta el final y otra que consistía en seguir una tabla en la que se indicaban los saltos de capítulo; para facilitar esta segunda opción, al final de cada capítulo se incluía el número del nuevo al que el lector debía dirigirse.

En esta novela de Mauro Cavaller, cuyo apellido se oculta en la portada, así como su biografía, que se limita a un "A Mauro le gusta y no le gusta", se alude a las novelas, se dice que muy populares en los ochenta y en los noventa, "elige tu propia aventura", en la que el lector podía optar entre varios finales y entre varias rutas narrativas para llegar a ellos. Confieso mi ignorancia en cuanto a ese tipo de novelas y es posible su influencia en el texto que comento, pero creo que el juego narrativo que Mauro propone tiene más que ver, salvando las distancias, con Rayuela que con ese tipo de literatura popular. 

Aquí hay dos viajes, o dos peripecias, que se cuentan: la de Emma y la de Kim. El lector tiene, por tanto, dos vías de entrada a la historia: una, la del viaje de Emma, que empieza en el capítulo uno, página once, y otra, la del viaje de Kim, que empieza en la página dieciséis, en el capítulo dos. Pero, a partir de ahí los caminos se bifurcan y el lector debe optar por seguir primero las peripecias de uno u otro personaje. Para no perderse, al final hay una tabla con los capítulos del viaje de cada cual y las ciudades por las que se pasa. Es ingenioso, pero pondré un pequeño pero. Hay un momento en que al final de determinados capítulos se te da una doble opción ir a una página o a otra; según la que elijas tendrás una solución narrativa u otra. Algunas conducen a un "final", a veces brusco y precipitado. Entonces, has de volver atrás, al capítulo de la bifurcación y tomar el otro ramal. Esto, a mi juicio, no está bien solucionado, porque hubiera costado muy poco decir, tras la palabra "fin", si no te gustado este final, vuelve a la página x, es decir a la de la bifurcación. Facilitaría la lectura y el lector, al menos quien esto escribe, lo hubiera agradecido.

En algunos comentarios de la red he leído que se califica esta novela como "novela para jóvenes"; bien, no estoy muy seguro del acierto de esa expresión; yo hace muchos años que dejé de ser joven y he leído esta novela con mucho interés y me ha parecido que cualquier adulto la puede disfrutar. Es obvio, no obstante, que esta es una novela de acceso a la experiencia, de crecimiento; en definitiva, estamos ante un bildungsroman en el sentido clásico del término. El viaje de Emma y Kim es un viaje de reafirmación de la personalidad, de búsqueda de las propias señas de identidad.

El viaje, y las ciudades por las que transcurre, son aquí muy importantes. Esta es una novela muy europeísta y está bien que sea así. El arte, y especialmente el arte grafitero, pero también la música y el cine, el ambiente de los bares y las calles, las formas alternativas de viajar y de vivir tienen su importancia tanto en el viaje de Emma como en el de Kim, aunque algo más en el de este último. La huida de los convencionalismos y la búsqueda de la autenticidad parecen guiar los pasos de los jóvenes protagonistas; en ese sentido, el amor, o la intuición del amor, será un motivo de presencia constante en esta novela de protagonistas jóvenes. Una escritura de frase corta, muy efectiva narrativamente hablando, no exenta de aforismos reflexivos de corte existencial y de momento líricos, junto a capítulos breves y a veces hiperbreves, contribuye al acierto y a la agilidad en la lectura del libro.

Recomiendo, pues, al lector, esta novela fresca y vitalista, llena de sensibilidad y sabiduría, divertida a veces y otras no tanto, pero siempre interesante. 

sábado, 8 de julio de 2017

La vigilancia de los acantos, de Javier Pérez Escohotado y Miquel Pescador



Podría decirse que los relatos que integran este libro, singular y original por muchas razones, están relacionados con la tradición de la literatura latinoamericana: de una parte son deudores de la cultura mexicana de la muerte, de la que ya bebieron, entre otros, Max Aub en sus Crímenes ejemplares y en sus Epitafios; por otra parte, se relacionan con la minificción y el microrrelato. Por eso, la Quintana en que están ambientados algunos de ellos evoca en el lector, al menos en el lector que yo soy, la Comala de Juan Rulfo, es decir, ese tipo de territorio literario de ficción en el cual las tortuosas líneas de la vida y de la muerte se entreveran y confunden como si fuesen incapaces de perimetrar sus límites. Al mismo tiempo, el tono poético de la mayoría de las narraciones hace pensar en los relatos mínimos de Juan José Arreola: "Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte". Es, en este caso, significativo que en Quintana Roo, uno de los estados federales de México, haya una escuela federal pública que lleve el nombre de Arreola.


Estos microrrelatos, brillantes, nostálgicos, irónicos y divertidos a veces, terminan en un epitafio en forma de estrofa de dos o tres versos, que evoca los finales didácticos con que don Juan Manuel cerraba sus cuentos en El conde Lucanor, aunque no haya aquí didactismo alguno, sino una buena dosis de escepticismo ante la condición humana. Estas referencias no empecen, en absoluto, la originalidad de estos cuentos, antes bien les brinda un anclaje en una tradición literaria sólida y constatable. En ese sentido, los "guiños" literarios son frecuentes. Por ejemplo, en el relato titulado "Omar K. Perhaps" el inicio es "Te recuerdo como eras a los quince años", lo que hace pensar en los versos de Neruda: "Te recuerdo como eras en el último otoño"; lo mismo ocurre en el titulado "Aaron P. Moses", en el que se dice "yo nací, perdonadme, en Estambul", lo que evoca los versos de Jaime Gil de Biedma: "Yo nací, perdonadme, en la edad de la pérgola y el tenis".


Estos cuentos, calificados de "vidas paralelas" en la contraportada del libro, relatan unas vidas imaginadas, a partir de nombres rescatados del spam, a quienes el autor imagina una peripecia vital que se cuenta en pasado porque sus protagonistas ya han fallecido. Son, pues, retratos mínimos, vidas imaginadas, contadas en el sucinto espacio de un texto breve o hiperbreve. No sé por qué, al leerlos, he recordado a Camilo José Cela, quien practicó este tipo de relato breve, retrato de personajes imaginados, cuya trayectoria se contaba en una o dos páginas, pienso en Los viejos amigos.


Pero el tono de modernidad, el reflejo de la inanidad de cualquier vida, la extrañeza ante una realidad no pocas veces adversa, los fracasos en el amor y en muchas de las empresas emprendidas por estos hombres y mujeres imaginados, los asuntos tratados y las voces de los narradores contribuyen decisivamente a la personalidad y a la brillantez de estos cuentos.



En casi todos ellos hay tristeza, o al menos yo lo he visto así. Es precisamente esa tristeza la que ha sabido captar con gran acierto Miquel Pescador en los retratos que ilustran el libro y que nacen todos ellos de la lectura de los textos. Recomiendo al lector de este libro que ponga su atención en las miradas de los personajes de las ilustraciones. Esas miradas reflejan, según lo veo yo, el desamparo de los seres humanos. Parecen captadas del vacío, de la nada, de un más allá intangible que ni existe ni tiene fundamento alguno. El retrato que corresponde al relato titulado "Peggy Pennington", triste historia de una cooperante de una oenegé, es un claro ejemplo de lo que digo:




Leyendo el relato, este y los demás, se entenderá bien la fuerte ligazón que existe entre textos e ilustraciones, esto es, entre pintura y literatura. En este que señalo, la mirada es de profunda tristeza, tal vez de decepción, y parece como rescatada de la nada; pero otras veces, las miradas son inquietantes, dislocadas, desvalidas e incluso arrogantes y desafiadoras. Pero es la tristeza  el sentimiento que predomina en esas miradas imaginadas y provenientes de un extraño mas allá.

Este libro forma parte, pues, de un proyecto artístico multidisciplinar que se expone, al que los autores han llamado Spam Project AnthologyDesde estas páginas volanderas recomiendo o bien la lectura del libro o bien la asistencia a alguna de las exposiciones, como la realizada en La Rioja, que lo muestran o mejor, ambas cosas al tiempo. 



sábado, 27 de mayo de 2017

Don vencido: la innecesaria crudeza de Altisidora



Derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, regresa, mohíno, don Quijote a su aldea para cumplir la penitencia, el castigo, impuesto por el vencedor. Dan de nuevo, el hidalgo y su escudero, con los Duques al pasar por Aragón, y para no perder la costumbre de los poderosos ociosos, que en el fondo es lo que representan esos personajes en la novela, preparan una nueva máquina de embustes y burlas para regocijo de quienes parecen no tener ni un átomo de piedad en sus corazones; de los duques, que se burlan "despiadadamente" de nuestros héroes (Riquer, 2003), dice Cide Hamete: "tan locos los burladores como los burlados"; y añade, "no están los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponen en burlarse de dos tontos" (Don Quijote, II, 70).

Ahora, a cuatro capítulos del final de la novela, quieren hacer creer a don Quijote que Altisidora ha muerto -está sobre un túmulo en el patio principal del castillo- a causa del desdén y olvido del hidalgo. Descubierta la máquina del engaño, don Quijote se dirige a la doncella y le dice: "Yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y los hados (si los hubiera) me dedicaron a ella, y pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible."

Ante tan estremecedora declaración de amor y de fidelidad, la respuesta de Altisidora es de una crudeza innecesaria, llena de expresiones soeces y vulgares, de insultos y menosprecios hacia el caballero vencido y de regreso a su lugar:

¡Vive el señor don bacalao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos! ¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido, que no soy mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme. (Don Quijote, II, 70)

Aunque don Quijote piensa, y así se lo dice a la duquesa, que "todo el mal de esta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua" (II, 70), las palabras de Altisidora resultan crueles, porque lo que con ellas dice es tanto como decirle al caballero que todos se han estado burlando de él y que en el fondo no es más que un "vencido y molido a palos" al que cualquiera engaña del modo más vil con la única intención de divertirse a su costa.

Con todo, a pesar de la melancolía causada por la derrota y del desengaño que lentamente ha ido instalándose en el alma de don Quijote a lo largo de su tercera salida, estas airadas palabras de Altisidora, "moza desenvuelta y decidida" (Riquer, 2003), no hacen demasiada mella en el ánimo del hidalgo, quien más parece atribuirlas al despecho que a otra cosa.

jueves, 4 de mayo de 2017

Memorias de una depresión, Joaquín Díaz



Recuerda, en la presentación de este libro, Andrés Amorós las esclarecedoras palabras que en su día escribiera Diego Torres de Villarroel: "Todos cuantos han escrito y escribirán no pueden hacer otra cosa que vaciar sus melancolías o sus aprehensiones, como hice yo." Oportuna cita que viene muy a cuento, porque el libro de Joaquín Díaz tiene mucho de eso, de vaciado de melancolías y aprehensiones a través de la escritura; el propio autor lo dice: "si de la primera depresión -fueron dos los episodios que padeció- salí con la lectura, debo decir que en la segunda ocasión me ayudó mucho el escribir." Función terapéutica, pues, la de la escritura en este libro, sensible, emotivo y magnífico, en el que el músico aborda el espinoso tema de la depresión a partir de su experiencia personal con esa compleja enfermedad, que Díaz define en acertadas metáforas: "estrecha celda que mi mente ha creado", "cárcel blanca que no tiene ventanas".

Reconoce el artista -el Menéndez Pidal de la canción popular, como bien lo definiera Paco Ibáñez-, cuya hermosa voz en las grabaciones de sus discos de romances me ha acompañado desde hace tantos años, que la enfermedad le hace preferir el pasado "que solo obliga a recordar", pero también le mueve a reflexionar sobre el arte, que "tiene su raíz en el acto creativo único" -quizá por ello grababa una única toma de cada romance en sus discos-; incluso en momentos de contemplación de la naturaleza siente que la vida le pide que "invente un ser supremo" al que agradecerle tanta belleza.

A veces en la depresión, o desde ella, se puede predecir o intuir la muerte; al autor le ocurrió, al menos, en dos ocasiones según menciona en las páginas de su libro: en el final de su padre y en el del también folclorista y músico catalán, amigo personal suyo, Xesco Boix. "Toda vida es un viaje", nos dice Díaz, para constatar a continuación que la depresión ha sido para él un "extraño trayecto", un dolor del que por fin consigue liberarse; "me bajo del dolor", escribe muy expresivamente.

Menciona luego la lectura del libro Itinerario sentimental (Guía de Itzea), de Pío Caro Baroja, que se publicó en Editorial Pamiela, de Pamplona, en 1995. Pío Caro reproduce textos de su hermano Julio, tomados en su mayoría de su gran libro Los Baroja; de su tío, el novelista Pío Baroja, procedentes, entre otros, de los libros Ayer y hoy y Las horas solitarias; también algunos, entre ellos una curiosa carta fechada el siete de abril de 1939, de su otro tío, el pintor Ricardo Baroja. Dice Joaquín Díaz que el libro "no tiene desperdicio" y tiene mucha razón al decirlo, puesto que es un libro lleno de melancolía en el que se relata el final, en páginas emotivas y logradas, tanto de su hermano Julio como de su tío Ricardo, y todo ello se hace al tiempo que se van describiendo, a veces con minuciosidad, los espacios de la casa de Iztea, lugar mítico que los amparó a todos. La memoria de la familia Baroja está muy ligada a las habitaciones, a la biblioteca, a los espacios, en fin, de aquella casa que compró en 1912 Pío Baroja y que la familia fue reformando al correr de los años. No es estraño, pues, que entusiasmara a Díaz su lectura en el momento de dejar atrás la depresión y que sintiera cercana la enorme melancolía de algunas de sus páginas.

    
El libro de Joaquín Díaz, escrito en una prosa soberbia, elegante, poética y muy cuidada -no solo es un gran intérprete de la música popular, sino también un magnífico escritor-, tiene un epílogo, titulado "colofón, veinte años después", que constituye un cierre perfecto al libro en el cual dice que la depresión "solo te permite tener la seguridad de que estás en un laberinto del que desconoces la entrada y la salida e incluso la posición que ocupas dentro de él"; sin embargo, en sus páginas se aprende que se puede luchar contra esa enfermedad y que existe una salida, por secreta y angosta que sea, a ese laberinto. 

Tiene razón Andrés Amorós cuando, citando a Unamuno, escribe: "Esto no es un libro: es un hombre". Esa es la impresión que te queda como lector, la de estar ante un hombre de carne y hueso, más allá del intelectual y del artista dotado de una enorme sensibilidad y perspicacia, que lucha contra una enfermedad silenciosa y destructiva que nunca avisa cuando llega.

Solo resta, en fin, felicitar a La Huerta Grande Editorial, de Madrid, por la hermosísima y bien cuidada edición de un libro tan personal y agenérico como este.



Nota. La fotografía del autor está tomada del Diario de Valladolid. Dejo AQUÍ el enlace para visitar la página y leer el comentario al libro que sostiene en sus manos Joaquín Díaz. Dejo también el enlace de la página de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en el que se reproduce el texto de la presentación que tuvo lugar el 22 de febrero de 2017. AQUÍ

jueves, 20 de abril de 2017

El pez más viejo del río: Buero Vallejo y Miguel Hernández



En un breve artículo titulado "Mis recuerdos de Miguel Hernández" (publicado en Miguel Hernández, poeta, Alicante, 1992), hablaba Buero Vallejo de las veces que coincidió con Miguel Hernández. La primera fue en 1938, en Benicasim, donde el poeta convalecía de un gran agotamiento. La segunda fue en Madrid, en la prisión de Conde de Toreno, donde vivieron "unos diez meses juntos en la galería de condenados a muerte". El tercer encuentro fue en noviembre de 1940, en Yeserías, donde el poeta estaba de paso a otra prisión y el dramaturgo pudo verlo y "cambiar impresiones durante quince minutos". Esa fue la última vez que lo vio, "ya no le volvería a ver más", escribe.

Dice Buero que era el poeta entonces, sobre todo en la prisión de Conde de Toreno, "un hombre a caballo entre la alegría y el dolor, entre la luz y la sombra". Dice que esas palabras "alegría, luz, sombra" se reiteran constantemente en su obra porque "Miguel era ya un gran poeta trágico".

Habla Buero, echando mano de sus recuerdos, de la personalidad y la sensibilidad del poeta, también de su generosidad, que, dice, "eran muy difíciles de tener en las situaciones apretadas que vivíamos." Insiste en su "humanidad excepcional" y dice que "si algún compañero le pedía algo, él, si podía, se lo daba; y daba lo mejor que podía regalar: poesía".

Cuenta, para cerrar su breve pero emotivo y lúcido texto, la siguiente anécdota, que copio completa:

Recuerdo la anécdota que un compañero me contó: cierto preso miraba preocupado una fotografía de su hija, que dentro de unos días celebraría su onomástica y para la que no tenía nada que poderle mandar. Miguel, al saberlo, tomó prestada la foto y le dedicó ese precioso poema que se titula: "El pez más viejo del río". Este poema, que parece a primera vista un poema menor dentro de la obra de Miguel, no es tal poema menor y expresa magistralmente esa lucha entre el dolor y la alegría del poeta trágico que era. Del grande, dolorido y solidario hombre que fue.

El poema al que se refiere Buero Vallejo en la anécdota contada en su artículo, incluido en Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) (lo reproduzco tomándolo de Obra poética completa, edición de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia, Alianza editorial, Madrid 1982), es este:

El pez más viejo del río
de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente sombrío.
Y el agua le sonreía.

Tan sombrío llegó a estar
(nada el agua le divierte)
que después de meditar,
tomó el camino del mar,
es decir, el de la muerte.

Reíste tú junto al río,
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del río
se quitó el aire sombrío.
Y el agua te sonreía.

En nota a pie de página, Lepoldo de Luis y Jorge Urrutia, padre e hijo (puede verse otra entrada sobre ambos aquí), dicen que el poema se publicó por primera vez en el número 9, de mayo de 1946, de la revista Halcón, y que en esa edición llevaba como título "A la niña Rosa María" y que en el verso doce, donde dice "niño solar", el poeta escribió "niña solar".

Nota. Los fragmentos del artículo de Antonio Buero Vallejo están tomados de Obra completa. Vol. II. Poesía, narrativa, ensayos y artículos, edición de Luis Iglesias Feijoo y Mariano de Paco, Espasa Calpe, Madrid, 1994, pp. 1234-1236. El dibujo de Miguel Hernández que ilustra la entrada es el que Buero le hizo en la cárcel. El del dramaturgo es un autorretrato pintado en 1947.

miércoles, 22 de febrero de 2017

La iglesia española en 1936: El cura de Almuniaced / y 2



A las pocas semanas de iniciada la guerra, los anarquistas entran en Almuniaced y convierten la iglesia en granero, al tiempo que organizan una quema de las imágenes en la plaza del pueblo. Don Jacinto, alarmado ante la posibilidad de que quemen a Cristo esos "satanases", tiene la siguiente conversación con el sacristán:

Y saltó ciego de ira repentina, temiendo verle aparecer entre remolinos de polvo hacia un hondo Calvario de cardos y ceniza.
   - ¡Satanases! -gritó-. ¡Van a quemar a Cristo!
   Bajaba las escaleras como un torbellino cuando le detuvo el sacristán.
   - ¿Ande va Ud.?
   - Van a quemar a Cristo esos caínes.
   - ¡Qué han de quemar! ¡Hala!, vuélvase arriba.
   - No me da la gana; ¡aparta!
   El sacristán le empujó dulcemente.
   - Le digo a Ud. que no lo queman. Dicen que es de los suyos...
   - ¿Eh?
   - Sí, que es rojo también, y que no lo queman.
   - ¡De los suyos!... ¡Qué ha de ser de los suyos! -y se le quebró la voz sintiendo algo muy suave, muy dulce, que le nacía en las entrañas.
   - ¡Hala!, siéntese; ya verá como con Él no se meten.
   - ¿No me engañas?
   - ¿A santo de qué le he de engañar? Yo mismo he visto el cartel que le han puesto pa que nadie lo toque.
   - Otro inri -refunfuñó el párroco.
   - Nada de inris -protestó el sacristán-, allí lo que dice, poco más o menos, es lo siguiente: "Compañero, este es de los nuestros. Respétalo".
   Mosén Jacinto se enjugó el sudor. Lo tenían por suyo, por uno de los suyos..., pero ellos... ellos, ¿eran de Él?

Considerar a Jesús el primer revolucionario era un lugar común entre algunos anarquistas, así que esta escena del libro de Arana, que termina con ese interrogante de tan difícil respuesta, más allá de que esté o no inspirada en algún suceso real, resulta eficaz y lograda y despierta en el párroco, y también en le lector, cierta simpatía por esos "caínes" que parecen no respetar nada de lo suyo.

sábado, 11 de febrero de 2017

La Iglesia española en 1936: El cura de Almuniaced /1


En su tiempo dejé escrito, probablemente en un artículo periodístico, que El cura de Almuniaced me parecía una de las mejores novelas cortas escritas sobre la Guerra Civil Española. Releo, de hecho el releído este libro varias veces, estos días el texto en la edición de Luis A. Esteve Juárez (Renacimiento, 2005) y no me queda otra que ratificarme en el juicio que entonces emití sobre la obra. 

No es cuestión de volver a analizar la novela ahora, tantos años después, pero me he fijado en la conversación entre Mosén Jacinto, el cura unamuniano protagonista de la historia, y don Juan, el Sr. Notario, representante de la España que apoyó sin fisuras el Alzamiento. Lo que me parece más destacado de ese diálogo, y es la razón por la que lo traigo a estas páginas volanderas, es la concepción que tiene de la religión cristiana y de la Iglesia que la sustenta don Jacinto, tan lejana de lo que luego fue la postura oficial de apoyo a lo que acabaron denominando "Cruzada de liberación".

Por los balcones del Casino, abiertos de par en par, salía el mugido de la radio. Mosén Jacinto cruzó la calle en cuatro zancadas. Entró en el zaguán.
   - Hasta luego.
   - Con Dios, señor cura.
   Subió como una tromba, temiendo y deseando conocer las proporciones del desastre.
   Una voz ronca se deshacía en chillidos histéricos: "...¡Españoles! Frente a la anarquía y al caos, frente a la anti-patria, es imposible dudar. Nuestro glorioso Ejército ha emprendido la cruzada salvadora. En este momento solemne solo cuentan los intereses sagrados de Dios y de la Patria. ¡Viva España! ¡Viva España! ¡Viva España!"
   Empujó la mampara hablando para sí:
   - ¡Qué España va a vivir, si la están matando!
   Dentro las fuerzas vivas de Almuniaced vociferaban en pequeños grupos. Se le acercó el Sr. Notario -alto, cetrino, marchoso- con un destello bronco en la pupila agitanada.
   - Al fin llegó la nuestra, Mosén Jacinto.
   Se le encendió la sangre al viejo párroco:
   - ¿La nuestra? Será la suya, señor don Juan. Yo, aunque indigno, soy ministro de una religión que es toda amor y caridad, toda misericordia; que prohíbe expresamente la venganza, y cuyo quinto mandamiento es "No matarás".
Solo quiero destacar, en fin, el sintagma con el que define don Jacinto a la religión cristiana y por ende a la Iglesia que la ampara; es, según la concepción de este cura tan entrañable de la novela de Arana, una definición nítida y lúcida que no necesita la más mínima explicación: "una religión que es toda amor y caridad, toda misericordia". 

viernes, 14 de octubre de 2016

José Ruiz Borau en 1938



En 1938 José Ruiz Borau, cuando todavía no era José Ramón Arana, publicó en la Imprenta La Polígrafa, de Barcelona, Apuntes de un viaje a la URSS, libro en el que recogía las impresiones que le causó la llamada entonces "patria de la revolución" durante el viaje que realizó para asistir a las celebraciones del primero de mayo de 1937. Ruiz Borau formaba parte de la delegación del Consejo de Aragón. Las crónicas, que antes publicó primero en el diario UHP de Lérida, se convirtieron después en esta obra, de tan difícil acceso y que el propio escritor no incluyó entre los suyos en la solapa, escrita por él, del volumen Cartas a las nuevas generaciones españolas, que firmó con el pseudónimo de Pedro Abarca y que publicó Alejandro Finisterre en México en 1968.

Aunque el libro se centre en las impresiones que al autor le produjo lo que podríamos llamar los logros del sistema soviético surgido de la revolución, las alusiones al presente de la España de aquellos años, inmersa en la Guerra Civil, son abundantes; traigo este ejemplo a estas páginas volanderas como botón de muestra de muchas otras que el lector encontrará en las páginas de estos interesantes Apuntes:

XX. CAMINO DE UCRANIA

El tren rasga la seda del crepúsculo con el penacho de humo de su chimenea. Por encima de los primeros árboles que nos traen el saludo del campo libre, llegan imprecisas las siluetas de las torres más altas de Moscou, envueltas en los chales grises de la luz cansada y declinante. La llanura se puebla de humos hogareños y las casas campesinas abren sus ojos rectangulares, suavemente iluminados. El ánimo descansa en esta paz que hace la vida jugosa y amplia y que no es la paz vivida por nosotros antes de que los campos de España se convirtiesen en una hoguera.

Nosotros no hemos conocido nunca la paz. Los cañones no ponían su acento trágico en el paisaje español, ni tenían nuestros campos los feos curcusidos de las trincheras; pero hacía muchos siglos que vivíamos en guerra sorda y la miseria o la injusticia estigmatizaban nuestra carne y aplastaban el horizonte contra nuestra nariz, mutilándonos el pensamiento.

La nuestra era una paz de hambres y de claudicaciones que el pueblo quiso romper en 1909, 1917 y 1934. En 1936, los sapos tuvieron miedo, saltaron en la charca y rompieron la paz de sus aguas estancadas. Aquella paz no puede volver: los hombres progresivos de España desecarán la charca...





A la altura de la primavera de 1937, José Ruiz Borau, el futuro José Ramón Arana, era ya un escritor de estilo depurado que empezaba a abrirse paso en el difícil mundo de la literatura. Este libro del que hablamos está lleno de muestras de ese vigoroso estilo poético que tanto caracterizará su obra a lo largo de los años. Valga este breve ejemplo:

XVI. EL CANAL VOLGA-MOSCOWA

El Invierno, en una convulsión agónica, mancha la mañana, diáfana y dorada en su nacimiento, con un telón de nubes grises, traídas rápidamente a lomos de un viento molesto que clava en el rostro de los tanseúntes sus fríos cristales, forzando a sacar nuevamente el abrigo arrinconado por la llegada triunfal de la Primavera.

Al mismo tiempo, alienta en las páginas de Ruiz Borau un sentido humano de la solidaridad con los más débiles digno de encomio. En las líneas finales del capítulo XIII, tras la visita a la "Casa-Cuna y al Jardín de la Infancia de la Fábrica Octubre rojo", piensa, desde la lejanía, en los niños españoles, víctimas de la insensata Guerra Civil que provocó la sedición de un grupo de generales rebeldes al orden constitucional imperante entonces:

Y sobre el fondo de la frase de Lenin, como motivo central de nuestro pensamiento, llega violento y amargo el recuerdo de nuestros niños de España.

Carnecitas desgarradas por la aviación invasora, cuerpecillos encanijados, famélicos, donde se advierte clara la huella del hambre; ojos desorbitados por el terror, caritas estupefactas de ver tanta crueldad en su entorno que no pueden comprender... "¡Dichosos vosotros que podréis tener corazón!"

Pero, ¿podrán tener corazón los niños de España, si antes no renunciamos a todo lo personal, si previamente no convertimos nuestro puño en un ariete de acero?

El aliento revolucionario que respira el último párrafo de la cita hay que entenderlo como fruto del momento en que el texto se escribe. Sin embargo, la fraternidad y la solidaridad con los niños, víctimas de la necedad de sus mayores, es de cualquier tiempo; basta con ver a los niños refugiados que llegan a Europa procedentes de la Siria en guerra.

Este libro, del que en cierto modo renegó el autor al correr de los años, leído con ojos diacrónicos, es un gran libro, un formidable reportaje sobre la realización práctica de las ideas de la revolución proletaria, aunque los años vinieran después a mostrar de forma inequívoca la traición de esos ideales perpetrada sin miramientos por una clase dirigente que enterró, en  en un sistema perverso que anulaba las libertades esenciales del ser humano, el sueño revolucionario.

Quedan, perdidos en la nostalgia del tiempo, testimonios como este libro del que hoy he querido dejar aquí, para quien se asome a estas páginas volanderas, unas pequeñas muestras.