sábado, 31 de diciembre de 2011

Feliz 2012




A pesar de que este año nuevo, que ya está llamando a la puerta, parece que viene con el gesto adusto y cargado de recortes y de dificultades, quiero desear a todos los que se pasen por aquí, y a los que no lo hagan también, una buena entrada y que sea lo más venturoso y feliz posible.  

sábado, 24 de diciembre de 2011

Cuento de Nochebuena



- Digas lo que digas, papá, todo eso es un cuento.
- No hija, no es un cuento, es una verdad histórica y demostrable.
- Jesús no existió, papá, nos dicen que creamos en él, pero en verdad nunca existió.
- Pues la tradición dice que nació justamente en una noche como la de hoy, en el seno de una familia judía.
- ¿Y también le adoraron los pastores y hasta unos reyes desconocidos le trajeron exóticos presentes guiados por una estrella del cielo?
- No, todo eso no es creíble hija, forma parte del enaltecimiento con que la tradición rodea al personaje.
- Y la Virgen María, su madre, ¿fue concebida por obra y gracia del Espíritu Santo?
- Eso no tiene nada que ver con Jesús, hija, eso son dogmas de la Iglesia y todo el mundo sabe que solo son eso, dogmas, en los que están obligados a creer quienes quieran pertenecer a ella.
- ¿Y tú crees en ellos, papá?
- No, hija, para mí es imposible creer en eso, fuerza de tal modo mi razón que no hay manera.
- Entonces Jesús no es quien es, papá.
- No te sigo.
- Quiero decir que si esos dogmas no son verdad, tampoco lo es que Jesús sea el hijo de Dios. ¿Quién fue realmente Jesús?
- Un hombre justo y bueno.
- Asi, sin más...
- ¿Te parece poco? Jesús alumbró un pensamiento, una visión del ser humano, que se convirtió en una religión que han seguido miles de millones de hombres y mujeres en el mundo desde hace muchos siglos.
- No me respondes, fue o no Jesús el hijo de Dios.
- Esta es noche de sosiego y de alegría, hija. No sé responderte a lo que me preguntas, pero siento que esta noche se conmemora el nacimiento de un hombre bueno, íntegro, que en medio de la maldad del mundo vino a sembrar, como le gustaba decir a él, un mensaje de esperanza en el corazón de los seres humanos. No sé si es o no el hijo de Dios, ni siquiera sé si existe Dios, pero a mí me basta con eso.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Aproximación al desconcierto




Para Javier Sánchez Menéndez

Leo La dama del alba y anoto la metáfora con que Casona, por boca de la Peregrina, define la risa: "es un temblor alegre que corre por dentro como las ardillas por un árbol hueco." Mientras, cae la tarde con sosiego más allá de los cristales y se esparcen por la habitación las notas de Kind of blue. Tengo que recoger los libros esparcidos por la mesa de trabajo, devolverlos a las estanterías. Me detengo en reseñar los nombres de sus autores: Molière, García Gutiérrez, Martínez de la Rosa, Hartzenbusch, García Lorca, Stéphane Hessel, Zorrilla, Tirso de Molina, Espronceda, Larra, Guimerà, Spinoza, Martín Gaite, Gaarder, Fernando Ortiz, Azorín, Darío, Valverde, Javier Sánchez Menéndez, Sábato, Alberto Méndez, Chaves Nogales, Baroja, Juan Ramón, Sanchis Sinisterra, Pérez de Ayala, José Machado, Marco Malvaldi, Fernán-Gómez, José Luis Ferris, Schopenhauer, Gabriel Jackson. Leo, trabajo, anoto, apunto y nunca ordeno nada. Las pilas de libros amenazan seriamente el espacio de mi mesa de trabajo. Converso con todos esos autores, dejo la conversación a medias y luego ellos me recriminan en silencio que los deje amontonados así, sin más ni más, de cualquier manera. Todo esto es, como dice Javier Sánchez Menéndez, Una aproximación al desconcierto: Y estos vivos / que dejan de gritarse, / tan muertamente. Como Javier, como todos los arriba enumerados, también yo: Una mañana / despertaré sin persona: / vivo en el cielo. Quién sabe si entonces mi nombre y el de Javier no formarán pila abandonados en otra mesa de trabajo.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Tres años de blog



Repaso, en esta fecha de aniversario las últimas entradas, y me doy cuenta de que el blog se me está volviendo, cada vez más, una suerte de diario de anotaciones. La etiqueta que más predomina es la de diario. Ni me molesta ni me parece mal. Dejemos que las cosas transcurran por el rumbo que ellas mismas elijan. Tan absurdo sería acotarlas como ponerle puertas al campo. Adelante, pues.

Brevedad sobre todo. Escribir textos breves que se puedan leer en una visita rápida. Sin contar palabras ni oraciones. Lo ideal: dos párrafos, tres a lo sumo, pero breves. Acotar el espacio como en la columna periodística. No cansar al lector como norma sagrada. Libertad absoluta en los temas tratados. Mantener abierta la comunicación por si alguien tiene a bien dejar contribuciones en forma de comentario. Seguir contando las visitas sabiendo que ni significa nada ni tiene el menor sentido. Escribir entradas como quien manda mensajes en una botella.

martes, 6 de diciembre de 2011

De metáforas e hipérboles



Paseando por las calles de mi ciudad me fijo en unos carteles que anuncian un hecho cultural, algo de teatro creo. Al pie de uno de ellos, unos versos de Jacint Verdaguer: El corazón del hombre es un mar, todo el universo no lo llenaría. Una hermosa metáfora clásica A es B, rematada en una evocadora hipérbole. Al llegar a casa me siento a escuchar cantar a José Mercé: Esa mirada es un patio más grande que la mañana. Detengo el reproductor de cedés y vuelvo al inicio. Eso es lo que dice el principio de “Este amanecer”. Exactamente el mismo recurso que el poeta catalán. Hermosa metáfora A es B, rematada con una hipérbole igualmente lograda. Un poco más de un siglo entre ambos textos, dos lenguas distintas, dos lugares geográficos alejados, dos personalidades diferentes, pero una misma sensibilidad: el corazón, el mar, una mirada, un patio, la calma, el sosiego, el universo, la mañana. La poesía y la música embelleciendo este árido paisaje del presente.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El bien absoluto



El siglo XX nos dio sobradamente muestras de que somos capaces de lo peor, pero también de lo mejor.  Las experiencias terribles de los campos de exterminio nazis nos enseñaron la peor cara de lo que somos, bien podría decirse que la humanidad tocó fondo en ese momento; pero, al mismo tiempo, en exacta sincronía, la Maternidad Suiza de Elna nos dio un ejemplo de que también se puede hacer el bien absoluto y de modo desinteresado. Mientras personajes siniestros diseñaban la llamada “solución final” y enviaban a las cámaras de gas a mujeres y niños principalmente, aunque de modo general a todo aquel que no pudiera ser explotado como mano de obra esclava, Elizabeth Eidenbenz y los que con ella trabajaban ayudaron a venir al mundo a muchos niños y niñas cuyas madres estaban, en condiciones infrahumanas de desnutrición y de desprotección, prisioneras en los campos de concentración del sur de Francia, habilitados en las arenas de las playas de Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien y Rivesaltes por las autoridades francesas para albergar, ¡qué irónicamente traicionan las palabras!, a los refugiados republicanos españoles. El trabajo de esta maestra suiza, enfermera voluntaria, salvó la vida a más de seiscientos niños que allí nacieron desde 1939 hasta que la Maternidad hubo de cerrarse por presiones de los nazis en 1944. También, al asociarse la Maternidad con la Cruz Roja, se atendió allí a muchas madres judías que consiguieron así salvarse de las crueles leyes que obligaban a los ciudadanos franceses a delatarlas, con lo que ello suponía de deportación a los campos del infierno concentracionario nazi. Estos dos ejemplos que traigo hoy a esta entrada nos muestran dos aspectos, dos actitudes en todo diferentes: el mal absoluto de los dirigentes nazis que idearon y llevaron a cabo la solución final y el altruismo filantrópico de personas que como Elizabeth Eidenbenz hicieron desinteresadamente el bien absoluto. Así somos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Oración por don Antonio Machado



A todos vosotros en recuerdo de nuestra
visita a Elne y Collioure

Amigos:


Considerad la vida de un poeta, así empezaba el discurso que Azorín leyó junto a Baroja ante la tumba de Larra el 13 de febrero de 1901 y así comenzamos también el nuestro, considerad la vida de un artista misterioso y silencioso, cuya mirada era tan profunda que apenas se podía ver, como escribiera de él Rubén Darío; considerad la vida de un escritor de palabra diáfana y profunda, en cuyos versos siempre se veía arder la luz de sus pensamientos, como dejó dicho el vate nicaragüense; considerad la vida de un hombre que unió su destino final al del pueblo al que pertenecía y a cuyo lado siempre quiso estar; considerad, en fin, la vida de un poeta que recorrió incansablemente las secretas galerías de su alma para dejarnos proverbios tan luminosos como este: Poned atención: un corazón solitario, no es un corazón.

He ahí, en esos versos, la razón por la cual vosotros hoy, jóvenes del siglo XXI, habéis venido a este lugar a honrar la memoria de quien nunca persiguió la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres su canción. Habéis venido porque sois jóvenes y porque el verso y la palabra del poeta son aún capaces de iluminar vuestros pensamientos y de estremecer vuestro sentir. Habéis venido porque sois jóvenes, sí, pero también porque entendéis que no seríamos lo que somos sin el trabajo, el esfuerzo, el sufrimiento, la inteligencia y la creatividad de quienes nos precedieron. Habéis venido, en fin, porque aunque jóvenes, sabéis distinguir muy bien las voces de los ecos y habéis aprendido a escuchar entre las voves una, la de los poetas, la de quienes lucharon por legarnos un mundo más justo y más solidario. Sé que en eso estáis y estaréis siempre.

Porque sabéis que el mejor homenaje que se puede hacer a un escritor es leer sus obras, habéis venido aquí para decirle en voz baja al poeta que su palabra sigue viva entre vosotros y que la belleza de sus versos os conmueve y emociona.

Y te enviaré mi canción, se canta lo que se pierde..., dejó escrito el poeta y vosotros sabéis que de ese sentimiento elegíaco de nostalgia nace toda la poesía; de esa añoranza es de la que se nutren estos versos de otro autor sevillano dedicados como homenaje a nuestro poeta: Hablaste tú muy bajo, para ti mismo, a solas, / buscando a Dios entre la niebla siempre, / e hicieron de tu voz megáfono de feria. / Mas que te importa a ti, que quisiste quedarte / por entre inextricables galerías. / Hay un sitio muy tuyo que aún no he visitado. / Algún día también yo iré a Colliure.

Pero vosotros, amigos, sí habéis venido y en el momento de la despedida nada mejor que las palabras que cierran la oración laica que Rubén Darío escribió para don Antonio: Montado en un raro Pegaso, un día al imposible fue. Ruego por Antonio a mis dioses; ellos le salven siempre. Amén. 

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Corpus Barga: vida y literatura


Algo olvidado, a pesar de la labor encomiable de algunos que lo reivindican, recuerdan, editan y estudian su obra, Arturo Ramoneda entre ellos, me parece que está hoy Corpus Barga, claro que esta puede ser una impresión subjetiva y de todo punto discutible. Debe decirse, con todo, que de “las veteranas nociones” de las que hablaba José-Carlos Mainer en su artículo del sábado en Babelia, la que mejor le correspondería al gran periodista, escritor y memorialista es la de “escritor injustamente olvidado”. Casi ruboriza recordar, a estas alturas, que Los pasos contados es uno de los grandes libros de memorias, o autobiografía si se quiere, de la literatura escrita en lengua castellana. Las páginas, por poner solo un ejemplo, que abren el primer volumen, Mi familia, el mundo de mi infancia, en las que el escritor se sumerge en las estancadas aguas del pasado a la busca del hilo de sus antepasados, son sencillamente magistrales. Todo lo editó, desde la sabiduría con la que ejerció la labor de editor, Jaime Salinas en aquella memorable colección “Alianza Tres”. En el último volumen, según Ramoneda, una reescritura de su novela de 1910 La vida rota, publicado bajo el enigmático título de Los galgos verdugos, nos deja esta suculenta reflexión sobre la literatura y la vida, nacida al hilo de unos párrafos dedicados a Galdós:

La falsedad de las novelas está en presentar la vida con arreglo a un patrón de papel recortado, separado del todo, donde cada cosa aparece en su sitio supuesto y llega cuando se supone que es debido. La vida humana no sucede así, con esa claridad, es oscura, inextricable, un entrecruzamiento de sucesos, personas, sensaciones, voluntades, deseos, agresiones y digresiones. La vida misma es una digresión. Desde luego, un juego al escondite de aciertos y errores, del bien y la maldad. Un carnaval de caracteres.

viernes, 9 de septiembre de 2011

La esperanza




Se tiene la impresión, a menudo, de que muchas veces no sabemos con claridad de qué hablamos cuando hablamos de la esperanza, de tener o de mantener viva la llama de la esperanza. ¿Esperanza en qué o en quién o para qué? ¿Esperanza de alcanzar nuestros propósitos, si es que tenemos alguno? ¿Esperanza de que se conviertan en realidad nuestros sueños o nuestras ilusiones? ¿Esperanza de que no se acabe todo en este nuestro vivir terrenal? ¿Esperanza en la más que improbable redención de los menesterosos, de los humillados, de los que padecen hambre y sed de justicia? En definitiva, ¿qué sentido tiene que se hable de la esperanza, de que unos animen a otros a no perderla? El lenguaje coloquial pinta de verde la esperanza y la alimenta con numerosas frases hechas, lo último que se pierde, suele decirse.

El poeta Ruben Darío nos dejó en Cantos de vida y esperanza (1905) un hermoso y trascendente poema en el que nos habla de su deseo, de su esperanza, de que no todo acabe con la muerte, de que Jesús nos ayude a trascenderla y nos invite a seguir gozando de otro nuevo tipo de vida con su "levántate y anda".

SPES

Jesús, incomparable perdonador de injurias,
oye; Sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno,
una gracia lustral de iras y lujurias.

Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda,
que al morir hallaré la luz de un nuevo día
y que entonces oiré mi "¡Levántate y anda!"

miércoles, 8 de junio de 2011

Haikú: Retrobar-me



Casi no sé quién soy
y este mar no me ayuda
a reencontrarme.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Haikú: Cami de ronda



Camino de ronda
bajo una lluvia de olvido,
fulgor de ausencia.

lunes, 23 de mayo de 2011

Ajustada victoria, febrero de 1936


Consulto el libro de Antony Beevor sobre la Guerra Civil Española –iba a escribir sobre nuestra guerra, pero no, no es la nuestra, por lo menos no es la mía, es la de ellos, la de los que la impusieron y no fue civil, sino profundamente incivil- y me llama la atención el ajustado resultado de las elecciones de febrero de 1936:

Votantes 9.864.783 (el 72% del censo electoral)
Frente Popular: 4. 654.116
Nacionalistas vascos: 125.714
Centro: 400.901
Derechas: 4.503.524

Con ironía británica, llama Beevor la atención sobre el hecho de que Falange obtuviera 46.000 votos en toda España, unos 1.000 votos por provincia, e ironiza sobre el peligro de la amenaza fascista proclamada por Largo Caballero.

Copio a continuación una reflexión que hará pensar, como me ha hecho pensar a mí, a quien la lea acerca de ciertas actitudes tras las elecciones:


La izquierda, sin pararse a considerar la estrechez de su victoria, procedió a comportarse como si hubiese recibido un mandato aplastante para el cambio revolucionario. Como era de esperar, la derecha se exasperó al ver cómo las multitudes corrían a liberar a los presos, sin esperar siquiera a una amnistía.

lunes, 16 de mayo de 2011

Haikú: Passeig vora el mar



Paseo junto al mar
la oscuridad del crepúsculo
faro en penumbra.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Vernet d'Ariège: Arthur Koestler y Max Aub / y 2


DERROTA Y PERSECUCIÓN

La publicación de Darkness at noon, en 1940, lo acabaría convirtiendo en el enemigo público número uno para los comunistas de todo el mundo, quienes trataron de desprestigiarlo acusándolo de contrarrevolucionario, espía del fascismo primero y hiena vendida al imperialismo norteamericano después. En los años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, El cero y el infinito, así se tituló la novela en la traducción publicada en Francia y en el resto de países europeos donde lo pudo ser, se convirtió en un verdadero éxito, conoció múltiples ediciones y gozó de gran favor entre los lectores. El libro de Koestler era de los primeros que se posicionaban públicamente contra el estalinismo y que denunciaban, con crudeza, la represión de los llamados Procesos de Moscú. A las víctimas de esa espantosa represión dedicaba Koestler su libro, personificándolos en la figura de N. S. Rubachov, un antiguo dirigente del partido que cae en desgracia, es acusado de traición, encarcelado, sometido a todo tipo de vejaciones y condenado a muerte.


Se diría que Rubachov quiere evitar a toda costa que su dignidad sea arrastrada en la caída, que la indignidad de verse obligado a renunciar a sus ideas políticas le haga dar por buenas aberraciones como la que Gletkin, el burócrata frío e implacable que resulta al final vencedor ante el derrumbe de Rubachov, le espeta durante sus eternos interrogatorios, que más tienen de terrible tortura psicológica que de otra cosa: “La línea del Partido –le dice Gletkin a Rubachov cuando este está ya a punto de firmar su culpabilidad- está claramente trazada. Su táctica está determinada por el principio según el cual el fin justifica los medios, todos los medios, sin excepción.” Entre esos medios, los procesos en masa, los encarcelamientos, las deportaciones a los gulags o a los campos de concentración siberianos, los fusilamientos, las defenestraciones, la indignidad, el repudio, el silencio, la aniquilación, el olvido y todo ello en el nombre sagrado de la revolución.


El verdadero antagonista no es aquel que se opone sistemáticamente al pensamiento de alguien determinado, sino quien habiendo compartido proyecto e ideales con ese alguien, evoluciona hacia posiciones no solo antagónicas, sino irreconciliables con las de aquel con quien antes estuvo más o menos de acuerdo, al menos en los postulados básicos de una ideología o de un pensamiento político. La palabra desviación, y más aún la de traición, surge inmediata. Pero ¿quién es el verdadero traidor? En el libro de Koestler ese antagonismo se produce entre Rubachof e Ivanof, antiguos amigos y camaradas. Ivanof, a quien su fidelidad al Partido no le impedirá acabar siendo considerado como traidor y por tanto defenestrado al igual que su antiguo camarada, representa ante Rubachof la línea oficial de pensamiento político del Partido y su posición maniqueísta, esto es, la división entre partidarios de la revolución y contrarrevolucionarios: “No apruebo la mezcla de ideologías –le dice Ivanof a Rubachof cuando intenta hacerle comprender que su posición política está errada y que debe rectificar públicamente mediante la autocrítica y aceptar la disciplina del Partido-, no hay más que dos concepciones de la moral humana, y las dos tienen polos opuestos. Una de ellas es cristiana y humanitaria, declara sagrado al individuo y afirma que las reglas de la aritmética no deben aplicarse a las unidades humanas, que en nuestra ecuación representan ya cero, ya el infinito. La otra concepción arranca fundamentalmente del principio de que un fin colectivo justifica todos los medios, y no solamente permite sino que hasta exige que el individuo esté absolutamente subordinado y sacrificado a la comunidad, que puede disponer de él, ya como una cobaya que sirve para un experimento, ya como el cordero que se inmola en los sacrificios.”


Al final, la visión que se impone es la de Gletkin, fría, implacable, impersonal, oficialista y burocrática. Ivanof y Rubachof, cada cual por razones diferentes, resultan ser las cobayas o los corderos, según como quiera interpretarse la realidad de la ficción que Koestler propone en su libro.

Nota. La entrada va en cursiva porque pertenece a un fragmento de mi libro Max Aub, novela, Edhasa, 2007.

lunes, 9 de mayo de 2011

Vernet d'Ariège: Arthur Koestler y Max Aub / 1




En los años de mi juventud, los del final del franquismo y primeros de la transición, Arthur Koestler era abiertamente vilipendiado por la progresía de izquierdas y tildado de espía de la CIA, de reaccionario, de mentiroso, de enemigo de la revolución y leer un libro suyo era poco menos que pasarse al enemigo; el “estás con nosotros o contra nosotros”, que entonces esgrimían algunos, funcionaba a pleno rendimiento. De modo que haber leído El cero y el infinito o Un día en la vida de Iván Denísovich o cualquier otro de Alexander Soljenitsin era suficiente para que se te considerara fascista y contrarrevolucionario. Todavía en los años noventa, a principios, tuve que aguantar las ironías y las gracietas burlonas de un “progre” izquierdoso que menospreciaba el libro que yo entonces leía: El largo viaje, de Jorge Semprún. En fin, el sábado leí los artículos, de Gabriel Albiac, estupendo, y de Anna Caballé, que se publicaron sobre Koestler en ABC Cultural a raíz de la publicación de las Memorias del escritor, y me entraron ganas de dejar aquí, en dos entradas, lo que escribí sobre Koestler en mi novela sobre Aub.


DERROTA Y PERSECUCIÓN

El veintinueve de mayo de 1940 Aub, quien formaba parte de una lista de veintiocho extranjeros considerados indeseables y a los que la policía recomendaba internar en el campo de castigo disciplinario de Vernet d’Ariège, abandonó esposado Rolland Garros para ser trasladado, en un penoso viaje en tren, en un vagón de mercancías, al campo de Vernet, adonde llegaría el treinta de mayo y en donde permanecería encerrado hasta finales de noviembre. Aub ocupará el barracón treinta y cuatro de la sección C, destinada para alojar a los sospechosos con pruebas poco fiables; heredó el jergón que hasta tres días antes había pertenecido a Arthur Koestler.

Aub había leído, no hacía demasiados meses, a su llegada al exilio francés, el libro del escritor húngaro Diálogo con la muerte, subtitulado Testamento español, y le había parecido un gran libro. Conocía la historia de Koestler, su disensión del comunismo, su abandono del partido y su posición abiertamente crítica con el estalinismo. Resultaba extraño, por consiguiente, que Koestler arrastrara esa cadena de reclusiones y que también fuera a parar a Vernet; la policía francesa, instigada por la Gestapo, lo confundía todo, ya que lo que no podía, de ningún modo, decirse de Koestler y de él mismo, es que fueran peligrosos activistas comunistas. Koestler había sido detenido en España en 1937, tras la caída de Málaga. Lo condenaron a muerte y lo trasladaron a la cárcel de Sevilla, donde esperó durante seis largos meses a que se cumpliera la sentencia. Fue en esos meses cuando escribió el libro que vería la luz en Londres en 1937 y en una traducción al castellano, la que Aub leyó, publicada en Buenos Aires en 1938. Aunque al correr de los años Aub se distanciara de las posiciones de Koestler, que cayó, en los años de la guerra fría en un abierto anticomunismo que fue aprovechado por el imperialismo norteamericano, Testamento español le pareció un libro estremecedor que releería, con impresiones diferentes, muchos años después. Esa coincidencia, la de ocupar su jergón en el campo de reclusión de Vernet, la veía Aub como un signo de los tiempos, como una coincidencia, como una muestra de que el mundo caminaba hacia la pérdida de las libertades y de los derechos individuales.


Había allí, en Vernet, recluidos profesores universitarios de la Sorbona, artistas, escritores, intelectuales, políticos, cineastas, todos antifascistas, todos acusados de ser comunistas. Los presos pertenecían a las nacionalidades más diversas, aunque predominaban los procedentes de Alemania y de los países del este de Europa. Pudo pronto Aub comprobar el sectarismo de sus propios compatriotas. El diez de junio de 1940, es decir, apenas llegados al campo de Vernet, los comunistas españoles consiguen dejar el campo para embarcar hacia México. Supo, por José María Rancaño, que los del SERE le habían borrado de las listas, lo que le obligó a permanecer, en duras condiciones, seis meses más en Vernet.

lunes, 2 de mayo de 2011

Aforismos de Ernesto Sábato



Cuando lo leí, recién aparecido en enero de 1999, tuve la sensación de que Antes del fin era una especie de testamento literario y vital de Sabato, como un último grito en el desierto, como una afirmación de sus ideas básicas que se entreveraban con los avatares de su discurso vital. En algún pasaje me reconocí subrayando fragmentos que se incluyeron, casi con las mismas palabras, en Abaddón el exterminador y que ahora, despojados del ropaje novelesco, se ofrecían de un modo directo, claro y sencillo. Ernesto Sabato, a quien me hubiera gustado tanto conocer, nos acaba de dejar. Siempre he pensado que el mejor homenaje que se le puede tributar a un escritor es leer lo que escribió. Creo que leer a Sabato nos hace mejores, así que incluyo a continuación una breve serie de aforismos intratextuales extraídos del libro arriba mencionado a modo de despedida, para no hacerme pesado y alabar y recomendar una vez más la inexcusable lectura de esa trilogía que lo situó para siempre en la memoria literaria colectiva: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador. Descanse en paz. Me sumo desde aquí al dolor de su familia. 

[1] Los años, las desdichas, las desilusiones, lejos de facilitar el olvido, como se suele creer, tristemente lo refuerzan.

[2] A medida que nos acercamos a la muerte, también nos inclinamos hacia la tierra. Pero no a la tierra en general sino a aquel pedazo, a aquel ínfimo pero tan querido, tan añorado pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia.

[3] No hay dictaduras malas y dictaduras buenas, todas son igualmente abominables.

[4] El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana.

[5] Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador, y no nos es dado corregir sus páginas.

[6] Para todo hombre es una vergüenza, un crimen, que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados en el mundo. Obligados a trabajar desde los cinco, seis años en oficios insalubres, en jornadas agotadoras por unas monedas.

[7] La educación es lo menos material que existe, pero lo más decisivo en el porvenir de un pueblo, ya que es su fuerza espiritual.

[8] Los excluidos no tienen justicia que los defienda.

[9] Elie Wiesel ha dicho que en Auschwitz murió el hombre y la idea del hombre.

[10] La mayor nobleza de los hombres es la de levantar su obra en medio de la devastación, sosteniéndola infatigablemente, a medio camino entre el desgarro y la belleza.

[11] Creo que es desde una actitud anarco-cristiana que habremos de encaminar la vida.

[12] Solo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.

Nota. Todos los textos proceden de la edición que de Antes del fin hizo Seix Barral en la colección Biblioteca Breve, en Barcelona en enero de 1999.

miércoles, 6 de abril de 2011

La inspiración y el tiempo: Salvador Monsalud y las artes / y 2


A Daniel, en sus veinticuatro años, espléndidos,
merodeando siempre los intrincados caminos
de la creación y el arte.

Cuando Salvador Monsalud se vacía de ilusiones y se llena de positivismo, o lo que es lo mismo, de realismo y de pragmatismo, aún le queda un pequeño resquicio para dar rienda suelta a su vena creativa y artística, el que le deja la política, que le ocupa casi por entero con sus devaneos entre las Logias de la masonería hispánica de aquellos tiempos. Así que piensa que si no sirve para músico tal vez sí pueda ser poeta e incluso un  buen poeta. Sin embargo, la voz del narrador nos indica una vez más su falta de pericia y nos da una lección magistral: la literatura, como cualquier otra actividad que se haga con los cinco sentidos, necesita dedicación plena, esto es, tiempo. Brilla de nuevo, como en la entrada anterior, la prosa de don Benito:

La poesía escrita le cautivaba sobremanera. También se le antojó ser poeta escrito, lo cual es muy distinto de poeta sentido; pero tropezó con el inconveniente de no saber de nada, grave contrariedad que estorba mucho, aunque no tanto como al músico la ignorancia de su arte. El poeta puede salir de su atolladero con libros, y en aquel tiempo, aunque pocos, había libros. Lo que principalmente faltaba era espíritu literario, que es la atmósfera del artista; faltaban público y amigos tocados de la misma debilidad versificante, porque cuanto respiraba, respiraba entonces con los pulmones de la política. Salvador creyó, sin embargo, que en sí mismo encontraría todo lo necesario, es decir, poeta, espíritu poético, público y hasta el aplauso, que también es musa. Compró libros, empezó a desflorar aquí y allí; pero, ¡ay!, a las primeras tentativas vio que le faltaba una musa imprescindible, una musa sin cuya condescendencia no es posible hacer absolutamente nada: le faltaba tiempo. No sabemos lo que habían hecho Homero y el Dante con su inmensa inspiración si no hubieran podido consagrar a los versos ni aun medio minuto; si hubieran tenido que ganarse la vida trabajando dieciséis horas en áridas cuentas y fatigosos menesteres; si la obligación sagrada de mantener a su madre les hubiera quitado toda ocasión de renunciar al trabajo lucrativo para emprender la gloriosa, agitada y vagabunda vida de la imaginación.
Un día, Salvador se sintió muy malhumorado. Cogió los poetas, y acordándose de Felipe II, les trató como a herejes.

Decía Cervantes, a quien Galdós tanto y tanto admiraba, que siempre se desvelaba y trabajaba por parecer que tenía de poeta la gracia que no quiso darle el cielo. Puede que así fuera, pero fue el cielo generoso al repartir las gracias de la prosa que a él le cayeron a manos llenas. Cuando Aub se quejaba siempre de la falta de tiempo porque las actividades cotidianas le ocupaban tanto, quizá tuviera presentes estas sabias palabras del novelista canario. Podemos concluir que para ser poeta, pues, se necesita inspiración y tiempo.       

lunes, 4 de abril de 2011

Coser y cantar: Salvador Monsalud y las artes / 1



Es sobradamente conocido que Salvador Monsalud es uno de los protagonistas creados por Galdós para la “Segunda serie” de sus Episodios Nacionales. Se trata de un personaje en el cual dejó mucho de sí mismo don Benito. En una de las novelas de esa serie, El Grande Oriente, de junio de 1876, nos habla el gran novelista de las inquietudes artísticas de su criatura de ficción. Lo hace, como siempre, con tanta ironía como gracia. Vamos con la primera de esas aficiones, la música, y dejemos para una entrada posterior las aficiones literarias del bueno de Monsalud, partidario de una España liberal y progresista frente a Carlos Navarro, el antagonista de la serie, tradicionalista, monárquico y apostólico.

Salvador tenía pasión por la música. Al establecerse en Madrid el año 18, creía, en su candor (pues su alma era en el fondo excesivamente candorosa), que aquel arte estaba al alcance de todo el mundo. Ignoraba las inmensas dificultades técnicas, jamás vencidas después de la infancia, que caracterizan el arte más amable y más profundamente patético en la vaguedad soñadora de su expresión. Con estas ideas, Monsalud compró un piano. Creía que en el clave todo es, como vulgarmente se dice, coser y cantar. El desengaño vino al instante, y el pobre joven se encorvaba con desesperación sobre el ingrato instrumento, y sus dedos de hierro herían las teclas sin poder hacerles hablar más que un lenguaje discorde y estrepitoso. Al mismo tiempo trataba de explorar el mundo de aritmética y de armonía comprendido en las cinco rayas de la cábala musical, y su mente caía rendida ante un trabajo que exige paciencia sinfín y árida práctica. Un día le sobrevino un arranque de ira durante los estudios musicales, que asemejaban su casa a un conservatorio de locos, y tomando un martillo, dijo a las teclas:

- ¿No queréis responderme? Pues tocad ahora.

Y las despedazó. La caja no tuvo mejor suerte, y una vez vacía, la llenó de legajos. El clave sufrió la suerte de los hombres que a cierta edad se vacían de ilusiones y se llenan de positivismo.

Leyendo estas luminosas palabras de Galdós, se me da por pensar en cuantas veces las circunstancias y los azares de la vida han obligado a tantos Monsaludes a enterrar el artista que creían llevar dentro y a dedicarse, a salvo de los cantos de sirena, a las labores prosaicas que finalmente son las que dan de comer y facilitan eso tan manido que se llama sustento material. En fin... 

jueves, 31 de marzo de 2011

Silencio roto


Un programa de la televisión autonómica catalana me devuelve al horror. Las imágenes me hacen revivir la indignación y el dolor sentidos aquella tarde del 29 de mayo de 1991, cuando un coche bomba de ETA sembró la desolación y la muerte en una casa cuartel de la Guardia Civil en Vic. Diez muertos, entre ellos cinco jóvenes de diecisiete, catorce, once, diez y ocho años de edad respectivamente, un matrimonio, treinta años él, veintiuno ella, una persona anciana, un hombre en la edad madura y más de cuarenta heridos. Ese fue el resultado de la acción de unos descerebrados cuya violencia ciega, criminal, absurda y sin sentido tantas veces ha tratado de romper, sin conseguirlo, la convivencia pacífica y democrática en España.

El programa me deja un regusto amargo. La respuesta de entonces fue tibia, cicatera: ni una manifestación de condena a ETA por aquel salvaje atentado, ni una placa en recuerdo de las víctimas hasta dieciocho años después. Triste, muy triste.

Aquel 29 de mayo de hace ahora veinte años era miércoles. El atentado fue a media tarde. Se supo enseguida. La rabia y el dolor fueron los mismos que los de otras veces, fatalmente. La misma que sentí el 19 de junio de 1987 después del atentado de Hipercor. La que sentiría después ante el miserable asesinato de Francisco Tomás y Valiente o el de Fernando Múgica, o el de Ernest Lluch, o el de los dos sudamericanos muertos en el atentado de la T4 de Barajas o el reciente de Isaías Carrasco, el 7 de marzo de 2008; en fin, la que muchos hemos sentido ante la sangre  derramada, ante tanta destrucción y tanto dolor a lo largo de demasidos años.

Me traiciona la memoria y ahora no sé recordar si la concentración en la Plaza de Sant Jaume fue esa misma tarde o al día siguiente. Tampoco alcanzo a discernir si fueron los Sindicatos los que convocaron. Lo que sí recuerdo nítidamente es el silencio áspero que había aquella tarde en la plaza. Era un silencio que escondía un grito de protesta. Un silencio contenido que refrenaba el insulto. Una manifestación asombrosa del dolor. Creo, aunque tampoco puedo asegurarlo, que se guardaban cinco minutos de silencio. Lo que sí recuerdo es que, transcurrido el tiempo, desde un rincón de la plaza una voz ronca, muy masculina, gritó: “¡Viva la Guardia Civil!” La respuesta fue unánime. Se oyó en la Plaza un “¡Viva!” sonoro, sincero, solidario, fraternal, de corazón. Mi voz estaba entre aquellas voces. Y grité fuerte y alto mi dolor y mi repulsa. Nunca lo olvidaré.


miércoles, 23 de marzo de 2011

Leve como los pájaros








Leve como los pájaros

Una palabra, Señor,
una sola y de luz
arderá la mañana.

Un gesto imperceptible
que avive la esperanza,
y desbarate, Señor,
incertidumbres y tinieblas.

Una señal al menos,
leve como los pájaros,
fugaz como la espuma.

viernes, 18 de marzo de 2011

Josefina Aldecoa, En la distancia



Acaba de fallecer Josefina Aldecoa. Mantuve con ella, desde que la conocí a mediados de los noventa, una relación epistolar centrada en los temas literarios; varias de sus cartas me las remitió desde Las Magnolias. Intercambiamos lecturas y opiniones sobre nuestros respectivos libros, las suyas muy generosas para con lo mío, lo que quiero agradecerle aquí, como hice en su día. Escribí varios artículos sobre su obra y varias reseñas de sus libros según iban apareciendo. He releído estas últimas y he decidido incluir la de su libro de memorias En la distancia, que en su día  me pidió la revista Quimera, como personal homenaje.


VIDA CUMPLIDA

En la distancia es un libro de memorias narrado como si fuera una novela -“toda novela es una autobiografía y toda autobiografía es una novela”, dice la autora-, la novela de una vida cumplida, escrita desde la serenidad de una madurez espléndida. El libro resulta ser una indagación en el pasado y sus páginas destilan una serena melancolía, la que produce el paso de los años, entreverada con el aroma de la felicidad irrepetible.



La nostalgia impregna la evocación de la infancia, esos “primeros años que deciden para siempre lo que vamos a ser”: el paisaje de La Robla, el color rojizo de los árboles en otoño, los baños en el río en verano, las primeras lecturas, el frío, la casa de los abuelos, territorio perdido de la niñez. El entorno familiar, liberal y republicano, y la madre, maestra en la línea del institucionismo, contribuyen decisivamente en la formación de aspectos básicos de la personalidad de la escritora: la pedagogía, la política, la cultura. La familia se traslada a León en 1936. La guerra, “algo terrible, oscuro y negativo”, los fusilamientos, la violencia, las persecuciones, marcaron “un punto de imposible retorno, el final de la infancia.” Sin embargo, rememorada en la distancia, la autora reconoce que tuvo “una infancia feliz, protegida, cuidada y serena.”


En la posguerra, cuando “una inmensa cortina gris lo envolvía todo”, el mundo de los libros y la pasión por la lectura, supusieron “un estímulo decisivo” para seguir adelante. En 1943 entra en contacto con los poetas Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, y a través de ellos con la “España del exilio interior, de la inteligencia y de la cultura.” En 1944 se traslada a Madrid y cursa estudios en la facultad de Filosofía y Letras. Conoce a Rafael Sánchez Ferlosio, a Alfonso Sastre, a Jesús Fernández Santos, a Medardo Fraile y algún tiempo después a Carmen Martín Gaite y a Ignacio Aldecoa; todos ellos miembros de la generación del cincuenta. Una estancia en Londres, primer contacto con Europa, le hace darse cuenta de que “la libertad estaba allí, existía.” Al volver, la tesis doctoral, en el ámbito de la pedagogía, El arte del niño. Después entró en su vida Ignacio Aldecoa y entabló con él “un diálogo, una discusión interminable.” Muy hermosas páginas dedica la autora a la evocación de los años de vida en común con uno de los grandes escritores del siglo XX español.


Se casaron en marzo de 1952 y su casa fue pronto la casa de sus amigos, a todos los evoca nostálgicamente ligados a un pasado lejano y ya irrecuperable: “éramos jóvenes, teníamos tiempo libre, soñábamos con paraísos lejanos, necesitábamos angustiosamente la libertad.” Fue un tiempo de amor y de amistad, de viajes, de descubrimientos, de lectura, de escritura, de vida intensa, la de quienes se declaraban “partidarios de la felicidad.” La maternidad: Susana, 1954; ese mismo año, Ignacio finalista del Planeta con El fulgor y la sangre. Viajes: Ibiza, “la libertad” y su huella literaria en la novela Porque éramos jóvenes; Nueva York, Ángel del Río, Francisco García Lorca, Francisco Ayala, “la cultura perdida, el mundo desconocido y mitificado de los españoles del exilio”; la visita a un país comunista, Polonia, que les dejó ”una sombra de duda sobre un sistema con el que nunca se habían identificado”; la estancia de Ignacio en La Graciosa, Canarias, reflejada en Parte de una historia.

En 1959 la autora funda lo que luego será el colegio Estilo, al principio Jardín-Escuela. Aunque nunca fue maestra, para Josefina Aldecoa “educar es lo más importante, lo básico” y la educación tiene que ver con “una actitud ante la vida, una filosofía de la existencia”; la educación debe desarrollar “el sentido crítico y analítico” del niño desde edades tempranas. Esa dedicación pedagógica la combina con la creación literaria y así, en 1961, publica su primer libro de cuentos A ninguna parte, que acaba de ser reeditado por la editorial Menoscuarto, en colección dirigida por Fernando Valls. Dos cuentos del libro fueron incluidos por la autora, en 2000, en Fiebre.

El 15 de noviembre de 1969 era sábado. En casa de Dominguín, donde otras veces habían coincidido con Semprún, Javier Pradera o Juan Benet, Ignacio Aldecoa se sintió mal y fue el final, el mazazo que rompió, inesperadamente, la vida de la autora. La muerte de su marido gravita en el libro como un peso insoportable, a pesar de la aceptación estoica del hecho de la muerte: “el drama eterno del hombre es nacer para morir, y he aceptado la muerte.” Cuando murió su marido, nos dice, apartó de su vida todo proyecto literario y sólo permaneció fiel a la lectura.

La autora va dando breves pinceladas históricas para enmarcar temporalmente el relato. Lúcida y nostálgica es la reflexión tras la muerte de Franco: “Me di cuenta de que estaba a punto de cumplir cincuenta años. Los cuarenta años de dictadura cayeron sobre mí como una losa. Demasiado tarde para los que éramos niños en 1936.”


La publicación, en el final de la década de los setenta de dos antologías de cuentos: una de su marido y otra titulada Los niños de la guerra, que contiene relatos relacionados con la guerra civil de los escritores de su generación, sirvió para que Josefina R. Aldecoa volviera al panorama literario y lo hiciera defendiendo a su generación de los calificativos despectivos de “literatura de la berza” y reivindicando una literatura que hay que entender, dice, en las condiciones históricas en que se produjo. Pone de manifiesto, refiriéndose a la obra de su marido, la solidaridad con los desheredados y los humildes, con las personas necesitadas, que fueron el objeto literario de muchos de sus cuentos.


Tras esos trabajos, la creación literaria llama nuevamente a su puerta. Así, en la década de los ochenta, escribe -sumergida en la soledad y la paz de la casa de Las Magnolias, en Cantabria- y publica tres novelas La enredadera, en 1983, Porque éramos jóvenes, en 1986 y El vergel, en 1988. La autora habla así de ellas: “Mis novelas de los ochenta tienen un común denominador. En ellas trato de descubrir los móviles de las conductas. Los errores que cometemos los seres humanos en busca de la felicidad. En ellas queda patente mi filosofía de la existencia.”



En 1990 publicó Historia de una maestra, su mayor éxito literario. “La escribí con la intención de recuperar la memoria de los años de juventud de mi madre y los de mi infancia.” A ella le siguieron Mujeres de negro y La fuerza del destino. La autora la llama “trilogía de la memoria” y considera esas obras como un ejercicio de sinceridad. La memoria será una de las constantes de su narrativa, porque “no se puede pactar con el olvido”; es necesario, dice, “dejar testimonio a los que vienen después, de la verdadera, profunda, humana historia de España.” Su última entrega novelesca es, hasta la fecha, El enigma, 2002.


Las últimas páginas, hermosas y melancólicas reflexiones sobre el paso del tiempo, constituyen un resumen lúcido de lo que este libro significa: “En este libro hay una buena parte de mi vida hecha, deshecha, reconstruida, como un gran puzzle. Irremediablemente faltan piezas, fragmentos. Hay espacios vacíos. Estoy segura de que algunos de ellos encierra en su oquedad un recuerdo intolerable que he tachado sin saberlo, que no merece el precio del recuerdo.”

miércoles, 9 de marzo de 2011

Pequeños grandes aciertos: Un padre de película, de Antonio Skármeta



Hace algunos años, influenciado por las malas críticas que se le dispensaron, postergué la lectura de El baile de la victoria. Presentando El cartero de Neruda, que sugerí como lectura en un club de lectores al que había sido invitado, me vi en la obligación de hablar sobre el autor y el resto de su obra. ¿Me creerán si les digo que reconocí no haber leído esa obra por la mala recepción de que fue objeto en los suplementos literarios de los más importantes periódicos? Hablé muy bien del autor, a pesar de que ese alter ego que es el narrador de la novela sobre Neruda diga que era “un flojo rematado” y que mientras en un lapso de tiempo Vargas Llosa había escrito seis o siete obras maestras de considerable extensión, él apenas había podido rematar una novelita de algo más de cien páginas. Me dije, al terminar aquel encuentro que debía reanudarse una semana después, que tenía que leer esa obra y subsanar el no haber sabido capaz de decir nada sobre ella. La compré en una librería de lance y en tres tardes la leí. Estaba equivocado. Era una buena novela. Quizá no fuera una obra maestra, pero era una obra de mérito. Cuando volví, una semana después, reconocí ante los lectores del club que estaba equivocado y que la crítica fue injusta con esa novela. Los palos que le dieron eran del todo inmerecidos. Tal vez no fuera comparable a La Fiesta del Chivo, por seguir con Vargas Llosa como ejemplo, pero era una buena novela. Hace unos días vi en la televisión la versión cinematográfica que hizo Fernando Trueba. Me bastó. Tenía razón. La crítica se equivocó con esa obra.


Ahora leo esta novelita, o cuento largo, quizá, en la línea de otros aciertos suyos en la distancia media, como No pasó nada, y corroboro la maestría de Skármeta en este tipo de narraciones breves. A medio camino entre sus novelas extensas, como la arriba mencionada o La boda del poeta y La chica del trombón, y las novelas cortas tipo El cartero de Neruda, es este un relato bien construido, bien contado y que mantiene el pulso y la atención del lector desde el principio hasta el final. Naturalmente, tratándose de un relato tan breve, no cometeré más imprudencia que la de recomendársela al lector para que la disfrute como lo hice yo hace unos días. El joven profesor que lleva la voz narradora y que ejerce en un pueblo perdido del sur de Chile en los primeros años sesenta, responde así cuando un muchacho de unos catorce o quince años, Gutiérrez, le pregunta, desde su hastío, en qué se diferencia él de una vaca: “En que tú sabes lo que quieres y tienes conciencia de ti mismo. La vaca es vaca todo el tiempo. No tiene ni siquiera conciencia de que es vaca. Es totalmente vaca. En cambio, a ti la conciencia te hace libre.”