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martes, 1 de diciembre de 2015

El bien y la bondad


A Leonardo, con el paso de los años, parece que se le acaban los calificativos para condenar la violencia. Ya no sabe qué decirles a sus jóvenes alumnos ante la abrumadora presencia del mal, del sinsentido del mal, que solo engendra violencia y más violencia. Es como si las palabras utilizadas tantas veces para condenarla hubieran perdido ya su sentido, su fuerza, como si no sirvieran para nada. Pero escarba en sus libros, lee, relee y busca textos que afirmen y justifiquen que el bien existe y la bondad también, que no todo está perdido, que somos capaces de lo peor, pero también de lo mejor. De modo que aquella mañana de otoño, cuando aún estaba vivo el rescoldo del dolor por la muerte de tantos seres inocentes, puso en su cartera un libro voluminoso, Vida y destino, del escritor ruso Vasili Grossman, y se dirigió a clase como cada lunes. Al empezar, sus alumnos esperaban con los ojos velados aún por el sueño, sus palabras sobre lo ocurrido aquel fin de semana. Leonardo, sin previo aviso, sacó el libro de su cartera y se dispuso a leer:

El bien no está en la naturaleza, tampoco en los sermones de los maestros religiosos ni de los profetas, no está en las doctrinas de los grandes sociólogos y líderes populares, no está en la ética de los filósofos. Son las personas corrientes las que llevan en sus corazones el amor por todo cuanto vive; aman y cuidan de la vida de modo natural y espontáneo. Al final del día prefieren el calor del hogar a encender hogueras en las plazas.

Así, además de ese bien grande y amenazador, existe también la bondad cotidiana de los hombres. Es la bondad de una viejecita que lleva un mendrugo de pan a un prisionero, la bondad del soldado que da de beber de su cantimplora al enemigo herido, la bondad de los jóvenes que se apiadan de los ancianos, la bondad del campesino que oculta en el pajar a un viejo judío. Es la bondad del guardia de una prisión que, poniendo en peligro su propia libertad, entrega las cartas de prisioneros y reclusos, con cuyas ideas no congenia, a sus madres y mujeres.

Es la bondad particular de un individuo hacia otro, es una bondad sin testigos, pequeña, sin ideología. Podríamos denominarla bondad sin sentido. La bondad de los hombres al margen del bien religioso y social.

"Lo que cuenta, pues -dice Leonardo-, lo único que se me ocurre recomendarles, es que hagan el bien -recuerden que para Sócrates el bien es un estado del alma-, por pequeño que sea su alcance, hagan el bien, cada uno en lo suyo y eviten el mal, que nos ahoga y nos desborda, que nos deja el corazón frío, como las estrellas que tiritan en el cielo en una noche de invierno; recuerden también que Vida y destino, una gran novela, se centra en la batalla de Stalingrado, la más sangrienta y dura de las acaecidas durante la Segunda Guerra Mundial, en la que la mortandad fue altísima, no lo olviden."

Nota. Cité el libro de Grossman,  Vida y destino, en marzo de 2009, en otra entrada que ahora enlazo para quien esté interesado. La fotografía está tomada en la Capella de la Escola Industrial de Barcelona.

domingo, 22 de marzo de 2015

Días y Noches: derrota y exilio de Justo García Valle


"A veces tengo la sensación de que soy un lector olvidadizo, descuidado, poco constante, que no presta la debida atención a los libros que lee. ¿No les pasa a ustedes lo mismo? - Leonardo preguntó a sus alumnos, los mayores de entre aquellos a quienes imparte docencia, en la certeza de que nadie respondería a su extraña pregunta formulada en su no menos extraño inicio de clase de aquel lunes frío y lluvioso de febrero-. Puede que haya libros que no se leen en el momento adecuado, no lo sé."

"Leí Días y Noches en el verano de 2001. A pesar de ser una novela excelente, no la supe valorar lo suficiente en aquella primera lectura. Eso ocurre a veces con algunos libros, con los que tienes la sensación de que no los lees en el momento adecuado y de que no les prestas, así, la atención que se merecen. Luego, las circunstancias o el azar, vayan ustedes a saber, hacen que los vuelvas a leer y entonces una de dos: o se reafirma la primera mala impresión, o la valoración cambia diametralmente y se da uno cuenta de su precipitación al juzgar el libro y su consideración hacia él cambia de medio a medio. Eso es lo que me ha ocurrido a mí con este libro, releído catorce años después, cuyo título procede de un romance de los del ciclo de El Cid: "caminan días y noches / con camino apresurado."

"La portada reproduce -siguió diciendo Leonardo- un cuadro del pintor Ramón Gaya, titulado Veracruz, 1949. El libro es un diario escrito por un tal Justo García Valle, un joven combatiente republicano que en la retirada abandona España por Molló y el Col d'Ares y va a parar al pueblo francés de Prats de Molló. Luego, en una serie de duras peripecias es recluido en el campo de concentración de Saint Cyprien. Más tarde, consigue dejar el campo y llegar a París. Después de un tiempo, con la ayuda de un personaje llamado Lechner, una estupenda creación novelesca, consigue que el SERE, el servicio de ayuda a los refugiados republicanos auspiciado por el expresidente Negrín con el respaldo del PCE, lo incluya en las listas del Sinaia junto a su amigo, barco que finalmente zarpó de Sète con destino a México llevando a bordo a mil quinientos republicanos. El diario va anotando, en una prosa certera y expresiva, todas las vivencias del personaje en este trayecto. Observen estas citas que les voy a leer de la narración de Justo García Valle -Leonardo cogió el libro de su mesa de profesor y con voz alta y clara, con la debida lentitud, leyó los siguientes fragmentos a sus alumnos mientras no se oía una mosca en clase-:

Sobre la pérdida de la Guerra, p.143

No fue lo peor el cansancio, el frío y el hambre. Lo más inhumano fue y es, en mi modesta opinión, nuestra propia desmoralización, pues a nadie le cabe en la cabeza que, siendo nosotros los mejores y los más numerosas, hayamos perdido la guerra. Nosotros teníamos la razón y detrás a todo el pueblo, y nos han destruido. Nos obligaron a hacer una guerra que no queríamos y que ellos empezaron. Eso es así. Pero al mismo tiempo se siente uno culpable por no haberlo dado todo.

Sobre las desigualdades en la derrota, p.183

Ya han salido de Francia, con dinero del gobierno español, muchos refugiados, en su mayor parte peces gordos. Encuentro eso injusto. Hasta que perdimos la guerra era natural que existieran las jerarquías y los grados. No todos podíamos ser iguales. No es lo mismo un sargento que un coronel. Pero hemos perdido la guerra. El general y el miliciano, el ministro y el obrero, el secretario general y el último de los afiliados son ya lo mismo; entonces, ¿por qué nuestro gobierno en el exilio favorece a unos más que a otros? Los comunistas son los que mejor parados están saliendo, no se sabe cómo lo consiguen siempre. A muchos de ellos se los llevan a Rusia.

Sobre la muerte del padre, p.204

He recibido carta de casa. Padre ha muerto en la enfermería de Porlier. Ha sido como una puñalada en el corazón. Noto aún la hoja de torvo acero clavada aquí. Padre mío... Allí, como un perro, en la enfermería de una cárcel, tú, que jamás hiciste daño a nadie, al contrario, que dedicaste tu vida a los demás.

Sobre el distanciamiento de la política. En el barco, p.238

Hoy hubo una discusión sobre Prieto y Largo Caballero en la que intervinieron algunos compañeros y algunos comunistas. Se lanzaron acusaciones muy fuertes. Me pasa con la política lo que me ha pasado con la baraja. Mientras viva seré socialista, pero no quiero volver a oír hablar de algunos asuntos en mucho tiempo.

"¿Es real ese diario o es una invención del autor? -preguntó una muchacha a quien interesaba de verdad la literatura-. Créame -respondió Leonardo- que eso importa poco, lo que cuenta es que el relato sea verosímil y se ajuste a la verdad histórica de la materia que se narra y en este caso puedo decirle que esa máxima cervantina se cumple con creces. Pero si no queda contenta con la respuesta, le diré que el autor recurre a la técnica del manuscrito encontrado, la misma que empleó don Miguel de Unamuno en la novela que les propuse leer el curso pasado, San Manuel Bueno, mártir. El autor dice haber encontrado el manuscrito del diario en la biblioteca de la Fundación Pablo Iglesias, ligada al PSOE y dirigida por Alfonso Guerra, que atesora un importante fondo documental sobre la Guerra Civil y el exilio republicano. Seguro que si va allí a preguntar por el manuscrito de Justo García no lo encontrará, o tal vez, sí, ¿quién sabe dónde termina la realidad y dónde empieza la ficción?"

De nuevo, como en otras ocasiones, Leonardo terminó su clase con una pregunta sin respuesta, mientras en los cristales de la clase resbalaban lentamente las gotas de lluvia de aquel frío lunes de febrero.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Con tenacidad, lo consiguieron



Lleva años quejándose Leonardo del arrinconamiento al que han sometido a la literatura en las aulas los jerarcas educativos. Cada vez se queja menos, porque aunque le cueste, ha acabado por reconocer la derrota y retirarse, como se suele decir, a sus cuarteles de invierno, en la certeza de que no han de venir tiempos mejores. Con todo, hace unos días, explicando a sus jóvenes alumnos la importancia de la prosa modernista de Valle-Inclán, tras la lectura de un fragmento de la Sonata de Otoño, recurrió al libro de texto que se utilizaba en COU para la asignatura de "Literatura Española del siglo XX", de Fernando Lázaro Carreter y Vicente Tusón y  leyó el siguiente fragmento:

Las Sonatas son las supuestas memorias del Marqués de Bradomín, un "don Juan feo, católico y sentimental". Con una frecuente aureola de leyenda y de misterio, se suceden aventuras y amores, episodios de exquisita elegancia o de un amoralismo provocador. Es la exaltación de un mundo decadente, visto con una mirada nostálgica y distanciada. Por su estilo, suponen para la prosa española lo que la obra de Rubén Darío supuso para la poesía: es una prosa rítmica, refinada, rica en efecto sensoriales, bellísima.

"De paso -dijo- y sin querer hacer comparaciones, que ya se sabe que siempre son odiosas, observen el listado de libros de lectura que los alumnos debían leer a lo largo del curso en aquella asignatura que disponía de cuatro horas semanales en el horario lectivo:

Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir.
Pío Baroja, El árbol de la ciencia.
Ramón del Valle-Inclán, Luces de bohemia.
Antología poética de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba.
Antología poética de la Generación del 27.
Camilo José Cela, La colmena.
Luis Martín-Santos, Tiempo de silencio.
Miguel Mihura, Tres sombreros de copa.
Antonio Buero Vallejo, El tragaluz.
Antología poética de Blas de Otero.
Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Juan Rulfo, Pedro Páramo.


Cuando Leonardo terminó, algo fatigado, la lectura del listado de autores y títulos de obras, añadió que había un capítulo final del libro dedicado a las literaturas catalana, gallega y vasca en la que se leían poemas de Salvador Espriu y fragmentos de Mercè Rodoreda en catalán; textos de Castelao y Celso Emilio Ferreiro en gallego y poemas en vasco de Gabriel Aresti, todos con traducción al castellano. Una asombrosa pregunta tuvo aún que atender: "¿Y todo eso lo leían en un curso?" "No solo -respondió Leonardo-, a ello deben añadir una selección de la bibliografía de consulta", "¿y eso qué es -volvió a preguntar la joven voz-?" Leonardo guardó silencio y en vez de contestar decidió empezar la lectura de un poema de Rubén Dario: Yo soy aquel que ayer no más decía / el verso azul y la canción profana.

Nota. La cita procede del libro Literatura Española, Manuales de Orientación Universitaria, Ediciones Anaya, Madrid, 1985.

lunes, 8 de abril de 2013

Cervantes en Tiempo de silencio



A veces a Leonardo le gusta rendir homenaje, en sus clases, a los grandes filólogos, esos que nos han ayudado a leer mejor a los clásicos con sus análisis y sus comentarios. "Cuando murió -les cuenta cuando por enésima vez le toca explicar la obra de Cervantes- en 2001 Edward C. Riley, quien en su Introducción al Quijote escribió que la locura de don Quijote "no es una locura caprichosa que lo abarca todo, sino que se dirige únicamente a su obsesión caballeresca" y que cuando sale de ella "puede hablar y actuar tan cuerdamente como cualquiera y la gente se maravilla del buen sentido y de la inteligencia de su discurso" y que, por tanto, se puede considerar al personaje "como un loco con intervalos lúcidos", cuando murió -dice Leonardo- en 2001, la reseña necrológica la escribió, en El País, otro gran filólogo, Francisco Rico. También los escritores, en este caso un novelista célebre, no olviden que la literatura se nutre a menudo de literatura, Luis Martín-Santos, hace que en una noche de sábado, después de haber cenado una emblemática pescadilla mordiéndose la cola, en el Madrid del franquismo, Pedro, el investigador personaje principal de la novela, reflexione lúcidamente sobre Cervantes al hilo de un paseo por lo que hoy se conoce como el barrio de los escritores; escuchen:  

Por allí había vivido Cervantes -¿o fue Lope?- o más bien los dos. Sí; por allí, por aquellas calles que habían conservado tan limpiamente su aspecto provinciano, como un quiste dentro de la gran ciudad. Cervantes, Cervantes. ¿Puede realmente haber existido en semejante pueblo, en tal ciudad como esta, en tales calles insignificantes y vulgares un hombre que tuviera esa visión de lo humano, esa creencia en la libertad, esa melancolía desengañada tan lejana de todo heroísmo como de toda exageración, de todo fanatismo como de toda certeza? ¿Puede haber respirado este aire tan excesivamente limpio y haber sido consciente como su obra indica de la naturaleza de la sociedad en la que se veía obligado a cobrar impuestos, matar turcos, perder manos, solicitar favores, poblar cárceles y escribir un libro que únicamente había de hacer reír? ¿Por qué hubo de hacer reír el hombre que más melancólicamente haya llevado una cabeza serena sobre unos hombres vencidos? ¿Qué es lo que ha querido decirnos el hombre que más sabía del hombre de su tiempo? ¿Qué significa que quien sabía que la locura no es sino la nada, el hueco, lo vacío, afirmara que solamente en la locura reposa el ser-moral del hombre?

"Ignoro -continuó Leonardo después de cerrar el ejemplar de la edición de la novela Tiempo de silencio, a la que pertenecía el fragmento que leyó a sus alumnos- si han reflexionado ustedes alguna vez acerca de la locura y su naturaleza, si no lo han hecho ya, pueden empezar a hacerlo a partir de la metáfora de Martín-Santos: la locura no es sino la nada, el hueco, lo vacío. Convengan conmigo en que no está nada mal, para empezar, ese aforismo. La clase ha terminado."  

sábado, 2 de febrero de 2013

Escribo como hablo


Partidario como fue siempre Leonardo de la naturalidad expresiva, no podía sino recomendar a sus jóvenes alumnos, muchos de ellos educados en la falsa idea de que escribir bien es escribir en un estilo complicado, las sabias palabras de Juan de Valdés que eran por sí solas todo un tratado de estilística.

"Llaneza, señores, llaneza -dijo Leonardo un día en que decidió empezar su clase sorprendiendo una vez más a sus pupilos-, saquen sus cuadernos y tomen nota de lo que voy a escribir en la pizarra y ténganlo como norma básica para expresarse; no se preocupen si de este escritor nada dicen sus libros de texto, basta con que sepan que en el primer Renacimiento, el conocido como la época del Emperador, fue un destacado autor en el ámbito de la prosa didáctica. La defensa de sus ideas erasmistas le costó el exilio a Nápoles -donde residiría hasta su muerte acaecida en 1541-, ya que la Inquisición abrió un proceso contra él al publicar su Diálogo de doctrina cristiana en 1529, en Alcalá. Fíjense bien ahora en sus consejos estilísticos, que provienen de otro libro suyo, el Diálogo de la lengua, que, como curiosidad se lo digo, nunca vio publicado su autor; la primera edición se debe a don Gregorio Mayans y Siscar quien lo incluyó en el tomo II de Orígenes de la lengua epañola, este sí publicado en Madrid en 1777:

"El estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua está bien la afectación.

Todo el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis decir con las menos palabras que pudiéredes, de tal manera que, explicando bien el concepto de vuestro ánimo y dando a entender lo que queréis decir, de las palabras que pusiéredes en una cláusula o razón no se pueda quitar ninguna sin ofender a la sentencia della o al encarecimiento o a la elegancia." 

domingo, 28 de octubre de 2012

La metáfora



"Hubiera podido escribir el poeta su pandereta Preciosa tocando viene; pero tal vez sus lectores, acostumbrados a su brillantez metafórica, se hubieran sentido defraudados. Así que sustituye pandereta, término real, por la imagen que esta le sugiere luna de pergamino, similitud, pues, en la redondez y en el color blanco roto y algo rugoso de la superficie; de modo que el verso queda su luna de pergamino Preciosa tocando viene. Pues bien, jóvenes, a esa operación intelectual y estética es a lo que se suele llamar metáfora. García Lorca, fiel seguidor de Luis de Góngora, andaluz como él y a quien tenía por maestro, comprende que el uso de la metáfora es una forma manifiesta de embellecer la realidad."

Un muchacho, tímido, inquieto y curioso, de los más jóvenes alumnos de Leonardo, levanta la mano y pregunta: "¿Vive Lorca aún?" Leonardo, sin salir de su asombro, responde: "No. Lo asesinaron al inicio de la Guerra Civil, pero no me hagan ahora contarles su historia."

Tal fue la insistencia, quién sabe si Leonardo provocó el interés con su respuesta, que no le quedó otra que, en medio de un silencio sepulcral, hablarles del poeta. Los jovencísimos alumnos le escucharon atentamente decir que el poeta está enterrado en algún lugar de Víznar, Granada, junto a un maestro de escuela y dos banderilleros, en una fosa común, abandonado a su frío destino de lluvia.

Cuando terminó de hablar, el mismo muchacho, inquieto, tímido y curioso, volvió a preguntar: "¿Y por qué si era un poeta tan importante como usted dice lo mataron de eso modo?" Leonardo enmudeció y se quedó mirando el vacío, ese sepulcro abandonado sobre la nada, para instantes antes de dar por terminada la clase, responder: "Eso mismo me pregunto yo". 

domingo, 12 de febrero de 2012

Palabra sagrada



En tanto que lee un soneto de Garcilaso de la Vega, oye Leonardo inopinadamente voces, murmullos graciosillos que interfieren la música que, procedente de las palabras del poeta, va inundando el aula de armonías que se posan, en sosegado vuelo, en el alma incipiente de sus jóvenes alumnos. Ante las voces discordantes, insolentes y fuera de lugar de algunos de ellos, detiene Leonardo la lectura y se dirige a quienes hablan y en el fondo a todos en general:

La poesía es como la palabra sagrada. Debe oírse en actitud de respetuoso silencio. ¿Se concibe que alguien se ponga a hablar mientras un violonchelista interpreta una suite de Bach? Viven ustedes en la civilización del ruido absurdo.


Para mañana, termina por decirles, quiero que me escriban una redacción de diez líneas acerca de ese tema: el ruido absurdo. En adelante, cuando en esta clase se digan los versos de los poetas o los relatos de los narradores, háganse al caso de que el silencio ha de ser total, absoluto.

miércoles, 2 de marzo de 2011

El mundo de los sentidos



"La espiritualidad renacentista supo armonizar muy bien las ideas paganas con el cristianismo. A esa nueva filosofía se le dio el nombre, algo confuso, de neoplatonismo. Se trataba, una vez más, de explicar el mundo y la vida. ¿Quién de entre ustedes no ha sentido algo especial al contemplar el cielo estrellado en una noche de verano? ¿Quién, en ese momento mágico, no ha notado que le recorría los adentros un anhelo de plenitud, un ansia de eternidad? Copien estos versos que voy a escribir en la pizarra," dijo Leonardo mientras se giraba hacia el encerado y con su letra menuda y su peculiar caligrafía se disponía a escribir:

Cuando contemplo el cielo,
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente,
Loarte, y digo al fin con voz doliente:

"Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, oscura?

"Esa morada de grandeza y ese templo de claridad y hermosura, que el poeta sitúa en lo alto, en el cielo, háganse a la idea de que se corresponde con lo que Platón llamaba el mundo de las ideas, donde todo es eterno e inmutable y de donde procede el alma, que tiene, pues, origen divino. Sin embargo, vive encerrada en la cárcel del cuerpo, que es efímero, caduco, transitorio, y pertenece al mundo de los sentidos, donde nada permanece y todo pasa. El alma, pues, anhela y añora su origen divino y se siente desterrada en eso que el poeta llama suelo oscuro. Ello provoca ese ansia y hace que la voz doliente de Fray Luis de León se queje en estos espléndidos versos que acaban de copiar."
De repente, desde el fondo del aula alguien levantó el brazo para pedir la palabra. Leonardo se la concedió y la alumna dijo: "Lo siento pero no me creo esa diferenciación que hace usted entre mundo de las ideas y de los sentidos, como tampoco creo que exista el alma ni que sea eterna, nada lo es en nosotros. Para mí no hay más vida que la terrenal y cuando se acaba, se acabó todo."
Al terminar, Leonardo preguntó al resto de la clase si estaban de acuerdo con lo que su compañera había dicho. El silencio fue la única respuesta, así que Leonardo se quedó mirando a la alumna y le dijo: "¿Y cómo y por qué está usted tan segura de lo que dice?" A continuación y sin esperar respuesta, como si hubiera sido la suya una pregunta retórica, dio la clase por terminada.

viernes, 14 de enero de 2011

Qué cosa es ser tirano



No dejan, por más años que pasen, de sorprender a Leonardo las preguntas, o las consideraciones, pretendidamente ingenuas que sus jóvenes pupilos le plantean no pocas veces de manera imprevista. Aquella mañana iba Leonardo dispuesto a explicar el nacimiento de la prosa en castellano cuando por esos azares extraños que suelen suceder en las aulas se suscitó un vivo debate en torno a las formas de gobierno y un curioso muchacho intervino para preguntar si tirano y dictador significaban lo mismo. Leonardo observó con detenimiento al joven que había hecho la interesante pregunta y guardó silencio en espera de que fueran sus propios compañeros quienes respondiesen. Pero se hizo el silencio. Era como si no se atrevieran a decir lo que pensaban, tal vez por miedo a no saberse expresar en voz alta, tal vez por no tener, ellos que no habían conocido la dictadura y eran hijos de la democracia, las ideas demasiado claras al respecto, quizá fuera que la figura de Leonardo les imponía, el caso es que guardaron silencio. Aprovechó Leonardo, ante la ausencia de respuesta, para ir a su mesa, sacar de su cartera el libro Antología Mayor de la literatura española, compilada por Guillermo Díaz Plaja y disponerse a leer:



TÍTULO I. LEY X

QUÉ QUIERE DECIR TIRANO, ET CÓMO USA DE SU PODER EN EL REGNO DESPUÉS QUE ES APODERADO DÉL.

Tirano tanto quiere decir como señor cruel, que es apoderado en algun regno o tierra por fuerza, o por engaño, o por traición: et estos tales son de tal natura, que después que son bien apoderados en la tierra, aman más de facer su pro, maguer sea a daño de la tierra, que la pro comunal de todos, porque siempre viven a mala sospecha de la perder.

Et porque ellos pudiesen cumplir su entendimiento más desembargadamente, dixieron los sabios antiguos que usaron ellos de su poder siempre contra los del pueblo en tres maneras de artería: la primera es que puñan que los de su señorío sean siempre necios et medrosos, porque cuando atales fuesen non osaríen levantarse contra ellos, nin contrastar sus voluntades; la segunda que hayan desamor entre sí, de guisa que non se fíen unos dotros; ca mientra en tal desacuerdo vivieren non osarán facer ninguna fabla contra él, por miedo que non guardaríen entre sí fe nin poridat; la tercera razón es que puñan de los facer pobres, et de meterlos en tan grandes fechos que los nunca puedan acabar, porque siempre hayan que veer tanto en su mal que nunca les venga a corazón de cuidar facer tal cosa que sea contra su señorío. Et sobre todo esto siempre puñaron los tiranos de estragar a los poderosos, et de matar a los sabidores, et vedaron siempre en sus tierras confradías et ayuntamientos de los homes: et puñaron todavía de saber lo que se decíe o se facíe en la tierra: et fían más su consejo et la guarda de su cuerpo en los estraños porquel sirven a su voluntad, que en los de la tierra quel han de facer servicio por premia.

Otrosí decimos que maguer alguno hobiese ganado señorío de regno por alguna de las derechas razones que deximos en las leyes antes désta, que si él usase mal de su poderío en las maneras que dixíemos en esta ley, quel puedan decir las gentes “tirano”, ca tórnase el señorío que era derecho en torticero, así como dixo Aristóteles en el libro que fabla del regimiento de las ciudades et de los regnos.

Cuando hubo terminado, apostilló Leonardo: “así que ya saben, jóvenes, no sean necios ni medrosos, ni tengan entre ustedes desamor para que el tirano no llegue al poder por la fuerza, el engaño o la traición y lo use para su propio beneficio olvidándose del bien común. Piensen, de paso, qué sabio era el Rey Sabio.”




Nota. El texto de Las Partidas procede del libro mencionado en el texto de la entrada, publicado por Editorial Labor en Barcelona en 1969.

domingo, 25 de abril de 2010

Un ser inútil, una figura de cartón



“Ocurre algunas veces que la brillantez de una parte de la obra de algunos autores oculta la valía del resto, o dicho de otro modo -dijo Leonardo un día en que tenía ganas de remar contracorriente-, ocupan un lugar tan destacado en la historia de la literatura como prosistas, poetas o dramaturgos que lo demás de su producción literaria no se valora de igual modo. Para que me entiendan, jóvenes, la enorme calidad de la obra en verso de los poetas de la Generación del 27 ocultó, o no dejó ver con la suficiente claridad, el hecho de que también existió un grupo de prosistas en la estética vanguardista que dejó obras de auténtica valía. El Larra novelista, el de El Doncel de don Enrique el Doliente, sucumbió hecho pedazos ante la enorme fuerza del conjunto de sus artículos periodísticos. Cervantes dejó escrito, para paliar el poco favor que tuvo su obra en verso, que “siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo”. Sin embargo, Rosalía de Castro, al revés que Cervantes, creó una obra poética que la trascendió y la hizo inmortal en libros como En la orillas del Sar o Cantares Galegos; sin embargo, su labor novelística está hoy muy olvidada y es poco tenida en cuenta. Estas son, jóvenes, las paradojas de la historia literaria”.

Su atolondrado auditorio, compuesto de adolescentes, una buena parte de los cuales ni sabía el nombre de la poeta gallega, se desperezó cuando Leonardo abrió un libro y se dispuso a leer. “Esta novela que hoy les traigo, El caballero de las botas azules, la publicó Rosalía en 1867 y es una “novela urbana, social, satírica, cervantina, realista y fantástica, rupturista, proteica...” como la califica Ana Rodríguez-Fischer, la profesora que escribe con fino criterio de análisis la introducción de esta edición moderna. En un diálogo que mantiene el misterioso caballero de las botas azules con una dama, la señora de Vinca-Rúa, se ataca a cierto tipo de mujeres improductivas, perdidas en costumbres superficiales y absurdas, clasistas a más no poder; fíjense que Rosalía es más feminista en este texto que la más ferviente defensora actual de la igualdad entre hombres y mujeres:

Tantas criaturas devoradas por la miseria y el trabajo, tantas otras también devoradas por el fastidio y el ocio..., es una terrible calamidad y en vano se habla de adelantos, de progreso; las mujeres siguen atormentadas, las unas teniendo que hacerlo todo, que trabajar para sí y para los demás; las otras haciéndose vestir y desnudar la mitad del día, teniendo el deber de asistir al baile, a la visita, viéndose obligadas a aprender la equitación y las lenguas extranjeras. (...) Dicen que las mujeres no deben ser literatas ni politiconas, ni bachilleras y yo añado que lo que no deben es dejar de ser buenas mujeres. Ahora bien, ninguna que no sepa hacer más que andar en carretela, tumbarse en la butaca, y decir que se fastidia, por más que sepa asimismo la equitación, las lenguas extranjeras y vestirse a la moda, nunca será para mí otra cosa que un ser inútil, una figura de cartón indigna de oír la más pequeña de mis revelaciones. Estas solo son dignas de ser confiadas a cierta mujer hacendosa como la hormiga, semejante a mi bisabuela, aquella condesa que hilaba en medio de sus doncellas. La ando buscando por todas partes... no sé si la encontraré...



“Ignoro si deben ustedes, me refiero al estamento femenino de la clase, ser hacendosas como hormigas, pero lo que sí deben procurar ser, creo yo sin estar muy seguro de lo que les digo porque poco me gusta a mí dar consejos, es independientes, no depender de nadie, ni en lo laboral ni en lo económico; construyan su propio proyecto de vida y luego compártanlo, si ese es su gusto, en un plano de igualdad y de no dependencia. Se ahorrarán futuras fatigas.” Dio así, con esta advertencia y esta premonición que quedaron flotando en el aire, Leonardo la clase por terminada.

Nota. El retrato de Rosalía de Castro es obra del pintor G. Bello, realizado en 1952 en el exilio de Buenos Aires, ciudad en cuya Casa de Galicia se conserva. está tomado de la página web “galiciaaberta” de Xunta de Galicia.

jueves, 4 de marzo de 2010

Cervantes: un microrrelato y cinco aforismos



“Enorgullecíase Cervantes de haber sido el primero en novelar en lengua castellana, refiriéndose, claro está, al término “novella” que, procedente del italiano, designaba un tipo de relato breve y empezaba a introducirse entonces en la lengua. Se refería el gran escritor a sus “Novelas ejemplares”, que vendrían a coincidir con lo que se llama hoy novela corta. Pues bien, de igual modo, hubiera podido ufanarse nuestro autor de haber utilizado antes que nadie un género narrativo ahora muy en boga y de complicada denominación, aunque tienda a imponerse la de microrrelato.”

A Leonardo le gusta a veces establecer relaciones un poco traídas por los pelos, inestables como pompas de jabón sobre el vacío, frágiles como los hilos con los que las arañas tejen sus mortales celadas a los insectos. Juega de ese modo con la historia literaria, se muestra irrespetuoso con los géneros, trata de despertar la curiosidad de sus jóvenes alumnos por el hecho literario.

“Pródigo como fue siempre a la hora de mostrar sus dotes narrativas, en el “Prólogo” a la Segunda Parte de don Quijote nos dejó no uno, sino dos cuentos breves que utilizó para arremeter contra el falsario que le robó los personajes y le llamó viejo y manco entre otras lindezas. Este es el cuento en cuestión:


CUENTO CON PERRO Y LOCO

Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro, y, dando ladridos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió, pues, que entre los perros que descargó la carga fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, asió una vara de medir, y salió al loco, y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía:

- Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?

Y repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña. Escarmentó el loco y retiróse, y en más de un mes no salió a la plaza; al cabo del cual tiempo volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y mirándole muy bien de hito en hito y sin querer atreverse a descargar la piedra, decía:

- Este es podenco: ¡guarda!

En efecto; todos cuantos perros topaba, aunque fueran alanos, o gozques, decía que eran podencos; y así, no soltó más el canto.

“No sólo arremete contra el falsario sino que el hecho le sirve, cómo no podía ser de otro modo tratándose de Cervantes, en el mismo prólogo y en los primeros capítulos de la Segunda Parte, cuando se habla en ellos de las aventuras de la Primera Parte, que ya corren impresas de boca en boca y son de todos conocidas y celebradas, le sirve, digo, para reflexionar con sosiego sobre el hecho literario y así nos deja Cervantes estos cinco aforismos que ahora les quisiera hacer llegar, tomen ustedes nota –y dictaba Leonardo a sus aplicados alumnos:


CONSEJOS DE ESCRITURA

1. No se escribe con las canas sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.

2. Para componer historias y libros de cualquier suerte que sean, es menester un gran juicio y un maduro entendimiento.

3. No hay libro tan malo que no tenga algo de bueno.

4. Es grandísimo el riesgo a que se pone el que imprime un libro, siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que le leyeran.

5. Una de las mayores tentaciones del demonio es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con el que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama.



Pidiéndole a sus jóvenes alumnos que no echaran en saco roto esos aforismos, dio, con cierta melancolía, Leonardo la clase por terminada.

Nota. El grabado de Cervantes está tomado de www.cervantesvirtual.com

domingo, 8 de noviembre de 2009

Miguel Delibes: en adelante nada sería como había sido


Del libro que están leyendo, jóvenes, podría decirse que es una novela de aprendizaje, uno de cuyos temas principales es el acceso a la experiencia –dijo Leonardo a los más jóvenes de sus alumnos una tarde en que acabó de leerles un párrafo de la novela mientras el crepúsculo de la tarde otoñal dejaba un cielo amoratado por encima de los edificios-. Se preguntarán aprendizaje de qué y acceder a qué experiencia, supongo. Lo podemos resumir en dos palabras: del vivir. En la vida siempre hay sucesos, avatares, que de una u otra forma te marcan, te influyen, te cambian, no eres el mismo antes y después de ellos. Para Daniel, el Mochuelo, no olviden que tiene la misma edad que ustedes tienen ahora, la muerte de Germán, el Tiñoso, su amigo más querido junto a Roque, el Moñigo, es una experiencia que le afecta en lo más profundo de su ser. El hecho luctuoso, triste, deja tal huella en él que nunca volverá a ser el mismo. Podemos verle, sí, casi literalmente verle a través de las palabras, crecer, reflexionar con increíble madurez sobre el alcance de lo sucedido, en definitiva, le vemos despertar a su, a nuestra condición efímera, transitoria, pasajera, la de Daniel, la de los habitantes del valle, la de todos nosotros, ustedes y yo mismo; le vemos, en suma, descubrir su propia soledad. Lean ahora en silencio el párrafo que yo les he leído, léanlo por lo menos dos veces y crezcan con Daniel y denle secretamente las gracias a Miguel Delibes por haber escrito libros como este. Crezcan, jóvenes, crezcan.”

Daniel, el Mochuelo, pasó la noche en vela, junto al muerto. Sentía que algo grande se velaba dentro de él y que en adelante nada sería como había sido. Él pensaba que Roque, el Moñigo, y Germán, el Tiñoso, se sentirían muy solos cuando él se fuera a la ciudad a progresar, y ahora resultaba que el que sentía solo, espantosamente solo, era él, y sólo él. Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarían muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiaba. Vivir de esta manera era algo brillante, y a la vez, terriblemente tétrico y desolado. Vivir era ir muriendo día a día, poquito a poco, inexorablemente. A la larga todos acabarían muriendo: él, y don José, y su padre, el quesero, y su madre, y las Guindillas, y Quino, y las cinco Lepóridas, y Antonio, el Buche, y la Mica, y la Mariuca-uca, y don Antonino, el marqués, y hasta Paco, el herrero. Todos eran efímeros y transitorios y a la vuelta de cien años no quedaría rastro de ellos sobre las piedras del pueblo. Como ahora no quedaba rastro de los que les habían precedido en una centena de años. Y la mutación se produciría de una manera lenta e imperceptible. Llegarían a desaparecer del mundo todos, absolutamente todos los que ahora poblaban su costra y el mundo no advertiría el cambio. La muerte era lacónica, misteriosa y terrible.

Nota. La foto de Miguel Delibes procede de blogeducastur.es. La de la edición de El camino, de la red. La cita está tomada de la primera edición del libro en la colección Áncora y Delfín, volumen 57, Editorial Destino, Barcelona, 1950. Texto en las páginas 205-206 de dicha edición.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Pasar a la historia


"Señores -dijo de golpe Leonardo, a contramano, por sorpresa, para desconcierto del atolondrado y semidormido auditorio de muchachos que lo escuchaban entre espesas brumas durante la primera hora de clase de aquel lunes-: Para nada debe preocuparles el oscuro concepto que encierra la consabida y lexicalizada expresión de pasar a la historia. Piensen que quien está inquieto por pasar a la historia, es decir, por quedar en la memoria de los demás, suele desatender, a menudo, los avatares de su propia y única existencia. Fíjense en que los grandes genios, los artistas consagrados que ya están en la historia, nunca lo buscaron deliberadamente y seguro que les importó un comino la susodicha cuestión. Por ello, no voy a hablarles hoy de eso, sino de quienes pasan a la historia por méritos ajenos, en función de lo que otros, y no ellos, hicieron. Lo mejor es empezar por poner ejemplos. Ahí van unos cuantos en forma de interrogaciones retóricas. ¿Quién se acordaría hoy de Isabel Freyre, de Antonio de Fonseca, si Garcilaso no la hubiera convertido en la Elisa de sus versos? ¿Quién de la duquesa de Soma si Boscán no le hubiera escrito tan celéberrima epístola? ¿Quién habría rescatado del olvido el nombre de fray Juan Gil de no haber sido por Cervantes? ¿Y de Casta Esteban quién se acordaría de no ser por Bécquer? ¿Y de Felipe Acedo Colunga si no fuera por Besteiro?" Leonardo observa que una mano se levanta e interrumpe su discurso. Con un gesto Leonardo concede la palabra a su joven interlocutor y este pregunta: "¿Quién era Besteiro?" Leonardo le mira con ojos de desconcierto y le responde: "Alguien que merece sobradamente estar en la historia, esto es, en la memoria y la consideración de las gentes. Me anticipo a su porqué y le invito a que descubra por usted mismo las razones."

Leonardo dio la clase por acabada cuando llegó el momento no sin poder evitar pensar que sus jóvenes alumnos y él vivían en países diferentes con historias distintas.

Nota. La foto que ilustra la entrada es de la estatua de Ataúlfo Argenta y la tomé en Castro Urdiales.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Tu oficio, tu vocación, tu estrella




A Leonardo con el paso de los años se le agotan los discursos. Después de semanas inmerso en el silencio de su propia vida, que es un silencio ancestral, que atiende solo a la naturaleza y al rumor sosegado de las aguas y los pájaros, al ulular del viento en las frondosas ramas de los álamos, un silencio espeso que le envuelve mientras escucha con sus ojos a los muertos, se presenta inhóspita la hora de volver. Hay que arroparse otra vez con los ropajes clamorosos de las palabras, volver a hablar, a comunicarse con esos jóvenes que le escuchan atentos aunque sea solo porque es el primer día del nuevo curso. Y Leonardo, dejando escondido su viejo escepticismo, les habla y los anima a que se comprometan con ellos mismos, a que sean consecuentes con la opción que han tomado, a que ejerzan sin miedo su libertad y su responsabilidad, a que vayan construyendo su propio camino y cimentando su propia manera de ver e interpretar las cosas del mundo, a que vayan tomando conciencia de que su vida es un milagro único e irrepetible y que es suya y de nadie más y que deben vivirla intensamente sin tregua, sin esperas, sin demoras estériles, eligiendo en cada momento una o varias de entre las muchas opciones que la realidad les pone delante de sus ojos, los anima a que crezcan como personas y a que comprendan que no son nadie sin los demás y les lee los versos del poeta “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno son como polvo, no son nada.” Y cuando parece que la primera clase va a terminar con más pena que gloria, les lee un fragmento del “Elogio de la vida”, del poeta catalán Joan Maragall:

Ama tu oficio, tu vocación, tu estrella, aquello para lo que sirves, aquello en que realmente eres uno entre los hombres. Esfuérzate en tu quehacer como si de cada detalle que piensas, de cada palabra que dices, de cada pieza que pones, de cada golpe de tu martillo, dependiera la salvación de la Humanidad. Porque depende, créelo. Si olvidado de ti mismo haces cuanto puedes en tu trabajo, haces más que un emperador rigiendo automáticamente sus Estados; haces más que el que inventa teorías universales para satisfacer sólo su vanidad, haces más que el político, que el agitador, que el que gobierna. Puedes desdeñar todo esto y el arreglo del mundo. El mundo se arreglaría bien él solo, con sólo hacer cada uno todo su deber con amor, en su casa.


Leonardo observa gestos de perplejidad ante la expresión que emplea el poeta de olvidarse de uno mismo; advierte que les choca, ¿qué querra decir eso de olvidarse de uno mismo? Al darse cuenta, Leonardo les dice: vayan pensándolo y me traen mañana por escrito el fruto de sus reflexiones. Bienvenidos, la clase ha terminado.

jueves, 11 de junio de 2009

Un alma siempre en borrador




Lo difícil es acabar, dar algo por cerrado, despedirse, decirse adiós. Cada año que pasa Leonardo está más cansado y le cuesta más encontrar las frases con las que terminar el curso. No es fácil, es una de las tareas que más se le resisten. El azar quiso que, releyendo a su admirado Juan de Mairena, ese peculiar profesor de retórica tan amigo de don Antonio Machado, encontrase un texto que, paradójicamente, podría servirle para la ocasión. Mairena lo dice en el inicio de sus clases, pero Leonardo piensa que es bueno para ser leído durante los cinco últimos minutos del curso, cuando las clases se acaban y no volverán a empezar hasta septiembre. A Leonardo le gusta porque las palabras de Mairena ponen patas arriba aquella máxima terrible que trataron de inculcarle en su niñez: "La caridad bien entendida empieza por uno mismo". Mairena no enseña a tener seguridad, sino a desconfiar de uno mismo y esa es la paradoja que a contramano se acerca a la verdad: la duda metódica, desconfiar de todo, planteárselo todo, analizarlo todo. Como siempre, la lectura, en silencio sepulcral de respeto hacia el poeta amigo de Mairena, desconcierta una vez más a los muchachos, que ya solo piensan en las vacaciones y en ir a la playa. Tomó Leonardo el libro y leyó:

"Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena fe os digo cuanto me parece que puede ser más fecundo en vuestras almas, juzgando por aquello que a mi parecer, fue fecundo en la mía. Pero ésta es una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace posible la convivencia entre personas durante algunas horas. Pero no me toméis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo y que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo -no el demonio de Sócrates-, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos."



Al terminar la lectura, Leonardo dio la clase y el curso por acabados. Dos alumnos levantaron la mano para preguntar. Leonardo los miró con cara de sorpresa y les dio la palabra. "¿Cuándo son los exámenes de recuperación?", preguntaron casi a coro. Leonardo los miró detenidamente, muy serio, durante unos instantes y sembró después el desconcierto con su respuesta: "Ya están ustedes recuperados, pueden ir en paz."


Nota. La cita del Juan de Mairena, de Antonio Machado, procede de la edición que José María Valverde hizo del texto para la Editorial Castalia hace ya algunos años. La foto de las aulas vacías está tomada de la red.

lunes, 18 de mayo de 2009

Miguel Delibes: de la cáscara amarga


A Leonardo la novelística de Miguel Delibes le ha interesado siempre. Lee y relee sus obras y no sabe de qué maravillarse más, si de la creación de personajes, de las historias estremecedoras y desgarradoras que cuenta en ellas o del lenguaje que emplea para narrar y describir. Será de todo un poco. Como profesor, Leonardo, cuando ha tenido oportunidad de hacerlo, ha puesto de lectura muchas veces los libros de Delibes: El camino, El príncipe destronado, Las ratas, Los santos inocentes y en tiempos recientes, Cinco horas con Mario. Precisamente es esta última obra mencionada la que Leonardo considera una lección magistral de lenguaje familiar y coloquial. Cuando Leonardo lee en sus clases algunos capítulos de esta novela, los bolígrafos echan humo anotando giros coloquiales de la máxima expresividad puestos en boca de Menchu, esa mujer insatisfecha, reaccionaria y tan humana, sin embargo.

Hace pocos días, una alumna atenta e interesada preguntó a Leonardo qué significaba ser “de la cáscara amarga”. La joven había leído y subrayado el siguiente pasaje del texto de Cinco horas con Mario: “ Por mucho que te rías, Mario, don Nicolás es un hombre de la cáscara amarga, no sé si de Lerroux o de Alcalá Zamora pero significado y, desde luego, muy rojo, de los peores, de los que no acaban de dar la cara.” Leonardo se sorprendió de que la alumna no le preguntase acerca de la personalidad compleja y contradictoria de Lerroux o de Alcalá Zamora o del hecho de ser calificado como “rojo”. Ello se debía a que la mencionada alumna había conseguido información relativamente fácil sobre esos personajes y sobre el uso del color rojo con connotaciones políticas. Así que Leonardo le respondió a la pregunta y dijo:

“Lo mejor es que en vez de explicárselo yo, se lo aclare alguien que se interesó por el sentido y el origen de los dichos. Les estoy hablando de José María Iribarren cuyo libro El porqué de los dichos es uno de los más instructivos y divertidos tratados que sobre paremiología, el estudio de los refranes y de las frases hechas, se pueden leer. Al referirse a esta expresión, “ser de la cáscara amarga”, escribe Iribarren:

Según el Diccionario de 1970, ser una persona de la cáscara amarga siginifica “ser de ideas muy avanzadas.” Es ésta una de las tantas expresiones que con el tiempo han cambiado de sentido. Covarrubias no la trae en su Tesoro. Pero sí el Diccionario de Autoridades de la Real Academia (1726-39), que dice así: “Ser de la cáscara amarga: Ser un hombre travieso o valentón.” El paso de este significado al de hombre de ideas avanzadas debió de producirse a mitades del siglo XIX. En la obra de Julio Nombela Impresiones y Recuerdos, (tomo I, pág. 32, Madrid, 1909) leí lo siguiente, con referencia al año 1854: “Los amigos con quienes pasaba mi abuelo la primera hora de la tarde en el café que frecuentaban, eran de la cáscara amarga, como llamaban entonces a los progresistas.”
O sea, jóvenes, dijo Leonardo tras cerrar el libro y depositarlo en su mesa de profesor, que visto lo visto, de muchos de nosotros también podría decirse, sin que fuera desdoro, lo mismo que de ese “amigote” de Mario, el tal don Nicolás, que somos de la cáscara amarga. Dio después, como solía hacer casi siempre, la clase por terminada, no sin recomendarles que no dejaran de echar una ojeada, cuando el tiempo se lo permitiese, al sustancioso libro de Iribarren.



Nota. En la presentación a la obra mencionada, escribe Luis Carandell: “José María Iribarren nació en Tudela de Navarra en 1906 y murió en 1971. Abogado de profesión, fue en 1936 secretario particular del general Mola y publicó un libro de gran interés para el estudio de la Guerra Civil; un libro que prohibieron inmediatamente las autoridades franquistas. Se dedicó a la investigación histórica con biografías como la de Espoz y Mina pero se hizo famoso sobre todo por sus obras de literatura costumbrista relacionadas con Navarra y otras regiones de España. El porqué de los dichos es un verdadero tratado de paremiología o ciencia de los refranes.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Afirmarse siquiera en apariencia


Algunas veces Leonardo siente que le faltan las fuerzas de tanto nadar contracorriente. Lleva años dando de leer a unos muchachos somnolientos, que apenas prestan atención a lo que leen, a Unamuno. Tantas veces le han dicho que San Manuel Bueno, mártir o Del sentimiento trágico de la vida ya no interesan a los jóvenes de la generación del ipod, los móviles, el messenger y demás que, a veces, tiene la tentación de pensar que es un esfuerzo inútil, baldío. ¿Qué les dice Unamuno a unos muchachos más preocupados por si gana la liga el equipo de fútbol de su ciudad o por la marcha que les espera la noche del sábado? Ay!, don Miguel, el que pensaba que “quien escribe es porque quiere dejar una sombra de su espíritu, algo que le sobreviva, que le singularice, que le haga sobrevivir en la memoria de los otros, que le permita afirmarse siquiera en apariencia”.

Pero Leonardo no ceja, no desiste. Y algunas veces se asombra. Hace un par de semanas, en una clase en apariencia anodina, leyendo San Manuel Bueno, mártir, quiso hacer énfasis en la siguiente frase del texto: “Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir.” Lo hizo con más elocuencia de la debida y se armó el belén: que si ellos no necesitaban que la religión les consolase de nada, que si las religiones, todas, era una engañifa y un fraude, que si la única religión digna de ser seguida es la de la decencia, y cosas por el estilo. Les dejó hablar Leonardo. Cuando las voces se amansaron, les leyó una nota a pie de página, enganchada con una llamada a la palabra “morir”, la última de la cita que provocó el acalorado debate, que decía lo siguiente: “Idea fundamental del existencialismo: el hombre nace para morir, es un ser para la muerte.” Leonardo se armó de valor: “Vayan, jóvenes, escribiendo una redacción en tres párrafos acerca de lo que les sugiere la idea de marras.” Treinta y cinco minutos después recogió los trabajos y dio la clase, meditabundo y con una sensación extraña, por terminada. Esa noche, en la soledad de su estudio, leyó con asombro lo que había escrito una jovencita que no quiso participar en el debate:

Cuando se afirma que el ser humano nace para morir y que es un ser para la muerte, se está expresando una obviedad y al mismo tiempo una contradicción. Biológicamente hemos sido diseñados para morir; nuestros órganos vitales se consumen en el tiempo y acaban por dejar de funcionar y producen así la muerte. Ésta también puede llegar por accidente o por enfermedad incurable. Se trata de una verdad científica y hay que aceptarlo así.

La contradicción consiste en que se nace para morir, o sea, el destino de la vida es la muerte y ese oxímoron nos atormenta y nos angustia. Si después de morir nos diluimos en la nada, es posible que la vida se nos muestre como algo carente de sentido. Por eso, para combatir ese sinsentido, necesitamos creer en la inmortalidad de una parte de nosotros, el alma, puesto que el cuerpo es caduco y transitorio.

Pero no es fácil que nuestra razón acepte semejante dilema y división de nuestro ser. Ese desajuste entre razón y sentimiento es la base de nuestra angustia existencial. Buscamos desesperadamente consuelo ante esa angustia, en la religión, en el arte, en el amor. Probablemente estemos ante un dilema irresoluble, ante el que sólo cabe la resignación y aprender a convivir con él, esto es, en la “desesperación resignada” de que hablaba Unamuno.

Al día siguiente, Leonardo encontró, a la hora de su clase, el aula vacía. Ningún alumno había acudido a clase, todos habían secundado una convocatoria de huelga convocada por un sindicato estudiantil. Boloña, la selectividad, la privatización de la enseñanza, las becas, vaya usted a saber... Habrán querido, pensó Leonardo, afirmarse siquiera en apariencia.

martes, 3 de marzo de 2009

Gramática parda


Puesto entre la espada y la pared, cuando ante la pregunta de aquel alumno a quien no bastaba el "a leer y a escribir solo se aprende leyendo y escribiendo", a Leonardo no le quedó otro remedio que descender a la arena y echar mano de su instinto pedagógico para dar una respuesta más o menos adecuada a las inquietudes de aquel muchacho. Como profesor era Leonardo, cada vez más, firme partidario del método intuitivo y de echarle a la cosa, a contramano y sin previo aviso, lo cual no pocas veces confundía a su joven auditorio, buenas dosis de gramática parda, lo que equivale a decir, de sentido común. Así que, frente a la pregunta de qué se puede hacer para redactar mejor, que descolocó a Leonardo, respondió este: "Dispónganse al método y al orden y tomen nota", dijo con el tono de voz de quien aparentaba estar enfadado ante la impertinencia de la pregunta:

"Regla primera. Escribir es expresar lo que se piensa, así que antes de que se echen a escribir, piensen primero en lo que quieren decir. Regla segunda. Controlen en todo momento los constituyentes inmediatos de la oración: sujeto, verbo y complementos. Nunca den por buena una oración que vulnere gravemente las normas sintácticas y gramaticales. Es conveniente que las oraciones sean breves. Regla tercera. Organicen en párrafos el contenido de lo que quieren decir. Mantengan un control estricto sobre el párrafo. Piensen bien en los conectores que engarzan las oraciones y asegúrense de que el párrafo esté bien cohesionado y mantenga la coherencia. Regla cuarta. Estructuren y ordenen bien los párrafos y comprueben que su escrito cumple las propiedades textuales: adecuación, coherencia y cohesión. Regla quinta. Inicien, desarrollen y cierren bien sus textos. Cerciórense de que lo que han escrito responde a lo que querían decir. Corrijan siempre lo escrito."

Cuando Leonardo hubo terminado su retahíla de lugares comunes, añadió: "Colofón: a leer y a escribir sólo se aprende leyendo y escribiendo; he dicho." Al acabar, dio la clase por terminada y por mal empleada.