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domingo, 5 de octubre de 2014

El Romanticismo: Duque de Rivas y Casalduero / y 3


[1] Esta es la situación trágica que descubre el romanticismo. No que el corazón tenga sus razones que la razón no entiende, como en el barroco; sino que el corazón tiene una fuerza que choca contra la razón, y aun sabiendo que acarrea la perdición del hombre, su magnetismo nos atrae y nos sentimos felices al vernos en medio de esa corriente de pasión que todo lo inunda y todo lo arrastra.

[2] El hombre romántico queda reducido a la mirada -ese paisaje del alma-.

[3] El sino es una fuerza ciega que se va apoyando en azares sin sentido. El romántico, lo único que puede hacer es seguir ese frenesí entre dos gritos: la maldición y la misericordia.

[4] El hombre romántico quiere ser él, romper cadenas que aprisionan su voluntad.

[5] Entre Dios y Luzbel, el hombre romántico siente que quien triunfa es el Malo. Incomprensiblemente, absurdamente Dios ha abandonado al hombre.

[6] Si el destino es una fuerza cuyo sentido nos escapa, el amor llega hasta la muerte. El amor romántico no florece en el jardín; su pasión, su ardor agosta todo lo que toca, convierte el edén en un desierto.

Aforismos procedentes del prólogo de Joaquín Casalduero a la edición de Don Álvaro o la fuerza del sino reseñada en dos entradas anteriores.

jueves, 25 de septiembre de 2014

El Romanticismo: Esquivel y Casalduero / 1



EL CUADRO DE ESQUIVEL


Esquivel pintó el famoso cuadro de Zorrilla leyendo sus poesías  en el estudio del pintor. Esta reuniones de artistas y escritores que nos dejó el pincel del siglo XIX son equivalentes a las enumeraciones literarias de los siglos XVI y XVII. Del valor social de esas presencias nos queda un testimonio en la sátira en verso de Martínez Villergas: Cuadro de la pandilla. Lo mismo que con las antologías, ocurre con esas reuniones. Aparte todos los motivos que puedan existir para censurar la selección, hay siempre uno poderoso: el no encontrarse entre los elegidos. Pero cesado el tumulto de la actualidad, esos grupos tienen un gran encanto, que deriva no solo de los protagonistas, sino también de los que sirven de coro y contribuyen a crear el ambiente.

 Esquivel compuso su cuadro con un hondo sentido de espiritualidad social. Zorrilla está leyendo sus poesías y da a la reunión un elevado acento; el pintor casi en el centro, pero al fondo, obliga a la mirada a no fijarse en un punto, sino a abarcar el conjunto, mientras que el empaque del actor, enfrente del poeta, con su elegancia algo teatral, quita al grupo el aire íntimo y le impone, sin forzarlo, cierto tono de solemnidad. Parece como si viéramos al verso dramatizar su lirismo y salir a las tablas, en tanto que el pintor entrega al lienzo el espectáculo que no podría existir si no hubiera oyentes, todos pendiendo de la poesía, atentos también a su papel de espectadores y al puesto que ocupan en la representación.

 Presidiendo ese momento se ven dos cuadros: el retrato del duque de Rivas y el de Espronceda. De las figuras vivas pasamos a las inmortales. No son la musa trágica y la lírica, sino el poeta dramático y el lírico, que no simbolizan, sino que románticamente encarnan la creación del drama y del lirismo español de la época.

Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuera del sino, Prólogo y notas de Joaquín Casalduero, Edción de Alberto Blecua, Col. Textos Hispánicos Modernos nº 30, Editorial Labor, Barcelona, 1974; cita de las páginas 7 y 8.