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lunes, 22 de junio de 2015

Indalecio Prieto: España en el corazón, en el tuétano mismo de mis huesos



En 1975, en Ediciones Turner, Edward Malefakis reunió una serie de discursos del político socialista pronunciados entre 1918, en Bilbao, y 1942, en México, bajo el título de Discursos fundamentales. En uno de los más célebres, el pronunciado en Cuenca el primero de mayo de 1936, editado con el título de "La conquista interior de España", entre otras muchas ideas interesantes, don Inda, como le llamaban castizamente sus correligionarios, nos deja una defensa de España que no deberían echar en saco roto los actuales dirigentes socialistas. 

Esa defensa, con todo, tiene sus límites y sus matices, muy importantes, pues recogen otra idea fundamental del pensamiento político de Prieto, idea que ya expuso en su conferencia dictada en la Sociedad El Sitio de Bilbao, en marzo de 1921 y que se recoge en el libro bajo el título de "La libertad, base esencial del socialismo"; dice Prieto que "la idea de libertad es superior a la idea de patria; la idea de libertad es superior a la idea de socialismo". 

Ahora, en esta época en la que parece que algunos quieren hacer tabla rasa del pasado, es bueno volver a leer textos como este en los que el patriotismo, íntimamente sentido, no enmascara la necesaria preponderancia de las ideas de justicia y libertad; con estas palabras se dirigió Prieto al numerosísimo auditorio que lo escuchaba en aquel mes de mayo de 1936:

Se nos acusa, a quienes constituimos el Frente Popular, de que personificamos la antipatria, de que odiamos todo lo español, o se nos dice que, si no lo odiamos, tenemos para lo español, por estar embebidos en ideales de tipo universal, desdén y desprecio.

Yo os digo que no es cierto. A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más profundamente español. Siento a España dentro de mi corazón, y la llevo hasta en el tuétano mismo de mis huesos. Todas mis luchas, todos mis entusiasmos, todas mis energías, derrochadas con prodigalidad que quebrantó mi salud, los he consagrado a España. No pongo por encima de ese amor a la patria, sino otro más sagrado: el de la justicia.

No estaría con España si España cometiera, en el orden internacional, una villana injusticia.Si la injusticia fuera patente para mí, de la misma manera que se sacrifica el afecto a un ser querido, sacrificaría yo también mi devoción a España ante el deber imperioso de rendirme a la justicia, cuyo sentimiento ha invadido siempre mi alma desde que tengo uso de razón.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Barcelona, octubre de 1934 / y 3


Julián Marías, Una vida presente. Memorias 1 (1914-1951), Alianza Editorial, Madrid, 1988. Pág.161.


Paralelamente a la insurrección de Asturias, en Barcelona, Companys, que había sustituido a Maciá en la presidencia de la Generalidad, proclamó la República catalana, en franca rebeldía frente al Gobierno nacional, con las fuerzas que estaban a sus órdenes y otras improvisadas, paramilitares. El general Batet acabó prontamente con esta rebelión, que ofreció muy escasa resistencia, pero dejó en suspenso el Estatuto y produjo una situación de tensión y descontento.

En ambos casos, se trataba de una ruptura de la convivencia, por una parte; de la legalidad, por otra. La Constitución y el Estatuto fueron igualmente violados por ambas rebeliones. Faltó en absoluto el respeto a las leyes, incluso a las más altas, reguladoras de la vida nacional. Tuve la impresión, pronto confirmada, de que la República había quedado herida mortalmente, y sería muy difícil salvarla; para ello habrían sido necesarias grandes dosis de inteligencia, energía y generosidad; las tres escaseaban.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Barcelona, octubre de 1934 / 2


GARCÍA OLIVER, Juan, El eco de los pasos, Ruedo Ibérico, Ibérica de Ediciones y Publicaciones, París, 1978, pág. 159.

En Barcelona lo acontecido fue de comedia. Dencás, cabecilla máximo de Estat Català, dirigía el movimiento desde el edificio de Gobernación. Badía, segundo que aspiraba a primero, acompañado de policías catalanes, de Guardias de Asalto y de algunos escamots, paseaba con descaro por las calles de Barcelona, "Thompson" en mano, deteniendo a anarquistas y a militantes de la CNT. Asaltó los locales de Solidaridad Obrera y algunos otros de la CNT.

Aunque Companys se consideraba el jefe del Frente Popular en toda España, el movimiento, tal como lo estaban llevando a cabo Dencás, Badía y sus escamots, era la iniciación de un movimiento de tipo fascista. Solamente los lerdos podían ignorarlo. En el Palacio de la Generalidad, Companys, con su mirada un poco torcida, resplandeciente de gozo, proclamaba una Cataluña libre, federada a una España federal. Los desmanes de Dencás y Badía desmentían las buenas palabras de Companys.

Companys se fue quedando solo ante el micrófono de Radio Barcelona instalado en el Palacio de la Generalidad. El Frente Popular no daba señales de vida. La Alianza Obrera, con "treintistas" disidentes de la CNT, minúsculos residuos de rompehuelgas de la UGT y microsindicatos del POUM, tampoco hicieron acto de presencia. Los rabassaires estaban muy lejos, allá donde hacía poco tiempo se había pisado las uvas. De los cinco mil prometidos, los pocos escamots que habían salido a la calle empezaban a sentir el frío de las miradas despectivas de los barceloneses. Fue un continuo abandonar los fusiles y las pistolas de que estaban armados. Las bocas de las alcantarillas eran los lugares preferidos para deshacerse de los armamentos.

"Hombres y mujeres del Frente Popular y de la Alianza Obrera, acudid en defensa de la Generalidad", clamaba Companys, llamando a las fuerzas disciplinadas de que hizo gala ante Largo Caballero.
"Rabassaires, no me dejéis solo en este momento solemne."
Las palabras resbalaban por las paredes de las casas y los balcones cerrados.
"Hombres de la CNT, siempre tan generosos, acudid a defender esta causa".
El silencio de la ciudad ultrajada por aquellos forajidos de Dencás y Badía era impresionante. 

Aquel silencio fue interrumpido por los estampidos de un tiroteo que provenía de las Ramblas. Eran Comte y sus muchachos del Partit Proletari Català, separatistas y marxistas, que intentaban resistir ante el batallón de infantería del ejército que anunciaba la proclamación del estado de guerra decidido por el capitán general de la IV Región, el general Batet.

Murió Comte. Companys y los miembros del gobierno de la Generalidad que lo acompañaban fueron detenidos, procesados, condenados y enviados a extinguir condena al penal del Puerto de Santa María.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Barcelona, octubre de 1934 / 1


Gabriel Jackson: La República española y la Guerra Civil. 1931-1939, Princeton University Press, México, D.F., 1967. Páginas 133-135.

A pesar del Estatuto y de la gran popularidad personal de Companys, Cataluña fue sacudida por una oleada de nacionalismo incontrolado. En la Universidad, los profesores castellanos veían cómo sus discípulos y sus colegas catalanes se mostraban deliberadamente hostiles al uso continuado de la lengua castellana en las aulas. Aparecieron octavillas exhortando a los catalanes a no contaminar su sangre casándose con castellanas. Más grave que tales síntomas era el crecimiento de un movimiento casi fascista dentro de las filas juveniles de la Esquerra. Llevando camisas verdes, llamándose a sí mismos escamots (pelotones), y denominando a su movimiento Estat Català, hacían la instrucción en formación militar, con fusiles anticuados o inservibles, reconociendo como jefe a José Dencás, consejero de Orden Público de la Generalidad. (...) Los escamots, a veces amenazando con sus pistolas, detuvieron tranvías y autobuses, dijeron a los expendedores de billetes en las taquillas del Metro que se fueran a sus casas, y amenazaron con destrozar los escaparates de las tiendas que no cerraran. También se informó que estaban levantando los raíles del ferrocarril al este de Lérida para separar "Cataluña" de "España". (...) El presidente Companys se vio metido en medio de una tormenta en formación. (...)  La tarde del día 6, los nacionalistas exaltados esperaban la proclamación de la plena independencia de Cataluña. Dencás planeaba por su cuenta la proclamación del Estat Català. Companys, en medio de tantos fuegos cruzados, tomó el micrófono de manos de Dencás y proclamó el "Estado catalán dentro de la República federal española". Luego él y su Gobierno se atrincheraron en la Generalidad, dependiendo para su defensa de unos 100 mozos y esperando desesperadamente que el general Batet permaneciera neutral. (...) Dencás, olfateando el fracaso, huyó de Barcelona aquella noche. A las cinco de la mañana, Companys acordó por teléfono los términos de la rendición. El general Batet ordenó que se abrieran las puertas y que los mozos salieran con los brazos en alto. (...) La revolución catalana de octubre costó algunos muertos en las escaramuzas habidas en la noche del 6 al 7 de octubre, y al amanecer el Gobierno de Companys fue a la cárcel para aguardar el proceso bajo el cargo de rebelión contra la autoridad debidamente constituida.

miércoles, 25 de julio de 2012

Indalecio Prieto y la banca



El 17 de junio de 1931 Indalecio Prieto hizo unas declaraciones al diario Crisol en las que daba, siendo, muy a su pesar, ya ministro de Hacienda, sus opiniones sobre la banca española. Pareciéndome, ahora que releo el libro de Alfonso Carlos Saiz Valdivielso Indalecio Prieto. Crónica de un corazón, de mucha actualidad, las traigo a estas páginas volanderas y virtuales:


Creo que la banca española está llena de defectos; el más grave de todos es el de su falta de organización, de modo que la expansión del crédito no responde a un planteamiento verdaderamente democrático. La banca parece estar, efectivamente, organizada para amparar, de modo predominante, los negocios de sus consejeros; y los consejos de los bancos, en consonancia, constituyen unos cacicatos, desde los que se despliega un desmesurado afán de absorber el crédito en beneficio del desarrollo de las empresas tuteladas por ellos. Creo además que existe un número excesivo de bancos y que este exceso, con la multiplicidad de agencias y sucursales, determina el encarecimiento de la función bancaria.


Si esto declaraba Prieto lúcidamente en 1931, qué no hubiera declarado viendo el estado actual de la banca. En fin... 

jueves, 22 de marzo de 2012

La Constitución de Cádiz


Faro y norte de los partidarios de la libertad en España, ahora que se conmemora su bicentenario, no estaría de más que se recordara a los que dieron su vida por la causa liberal que tan bien supo recoger el espíritu de ese texto jurídico. Tampoco sería ocioso que se dijera quién o quiénes estuvieron en contra de ese sentir y desataron una orgía de sangre para imponer sus ideas, cosa tan frecuente, por desgracia en España. Fernando VII promulgó un decreto, después de que se ahorcara a Riego el 7 de noviembre de 1823 en la plazuela de la Cebada de Madrid, que comenzaba así: "Con el fin de que desaparezca para siempre del suelo español hasta la más remota idea de que la soberanía reside en otro que en mi real persona...". Que cada palo aguante su vela y que no se disfrace lo que cada uno hizo y dijo. Que no sirvan las conmemoraciones para ocultar la verdad del pasado.

Benito Pérez Galdós escribió unas páginas estremecedoras en El terror de 1824 sobre el ahorcamiento de Riego. Federico García Lorca dramatizó la historia de la heroína granadina Mariana Pineda en su obra teatral de título homónimo, Mariana Pineda. José Esteban, el crítico y escritor interesado por el fenómeno de los exilios en España, escribió un libro, al que ya me he referido en este blog, titulado La España peregrina, editado por Mondadori en 1988, en el que apoyándose en los mecanismos de la ficción, narra en una suerte de diario fabulado, las circunstancias en que se produjo el asesinato de Torrijos y sus cincuenta y dos compañeros, el once de diciembre de 1831, en las costas de Málaga, que les vieron en desdichado día, como dejó escrito José de Espronceda en su célebre soneto "A Torrijos y sus compañeros", cuyos tercetos, vehementes y exaltados, cerraban así el poema: "Españoles, llorad; mas vuestro llanto / lágrimas de dolor y sangre sean; / sangre que ahogue a siervos y opresores; / y los viles tiranos, con espanto, / siempre delante amenazando vean / alzarse sus espectros vengadores." Cito a continuación las palabras de la última entrada de ese diario ficcionalizado en el que se reproduce con tanto acierto la voz íntima de Torrijos:

Iremos caminando por la playa, que se extiende ondulada hasta el infinito, con cierta dificultad y con fatiga. Nos acompañará la curiosa y anhelante multitud. Sonarán los tambores. Los capuchinos irán a nuestro lado dándonos sus últimos consuelos. De súbito, se parará la comitiva. Un toque destemplado y agudo de corneta, nos dejará inmóviles en el punto en que vamos a ser sacrificados. Todos, olvidando a los frailes, iremos a ocupar nuestro último lugar entre los vivos. Nos erguiremos frente a los fusiles. Yo volveré a reclamar mi derecho a dar la voz ejecutoria de fuego. No hay presente otro mariscal. Pero mis verdugos volverán a negarme ese honor último que me corresponde. El padre Vicaría no soltará llorando a su grumete, que terminará desplomándose sin sentido al contemplar tan tremendo espectáculo. Ni siquiera el tirano nos consiente morir en paz y soledad, a solas con el más allá, que me espera inflexible. Unos nos abrazaremos emocionados; otros se aislarán en su definitivo silencio. Los soldados nos irán agrupando para fusilarnos. Yo estrecharé las manos de mis compañeros, me adelantaré hacia el pelotón y cuando oiga el grito de ¡Fuego!, gritaré fuerte ¡VIVA LA LIBERTAD!, que es la última palabra que quiero oír en mi vida.

domingo, 5 de febrero de 2012

Al correr de los años


 

Después de ser liberado del campo de concentración nazi de Oraniemburg en el que estuvo preso, Francisco Largo Caballero, presidente del Gobierno, se instaló en París y allí, en 1946, escribió las cartas que se editaron en el libro Mis recuerdos. En una de ellas, titulada "Pensando en España", deja estas significativas palabras que traigo hoy a estas páginas volanderas para que, siguiendo a su autor, cada uno las interprete como tenga a bien:

Hace años, en un mitin celebrado en el Cine Pardiñas, en el que hablamos Saborit, Besteiro y yo, cuyos discursos se publicaron en un folleto, decía yo que si me preguntasen qué quería, mi respuesta sería esta: ¡República! ¡República! ¡República! Si hoy me hicieran la misma pregunta contestaría: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Luego que le ponga cada cual el nombre que quiera.

lunes, 23 de mayo de 2011

Ajustada victoria, febrero de 1936


Consulto el libro de Antony Beevor sobre la Guerra Civil Española –iba a escribir sobre nuestra guerra, pero no, no es la nuestra, por lo menos no es la mía, es la de ellos, la de los que la impusieron y no fue civil, sino profundamente incivil- y me llama la atención el ajustado resultado de las elecciones de febrero de 1936:

Votantes 9.864.783 (el 72% del censo electoral)
Frente Popular: 4. 654.116
Nacionalistas vascos: 125.714
Centro: 400.901
Derechas: 4.503.524

Con ironía británica, llama Beevor la atención sobre el hecho de que Falange obtuviera 46.000 votos en toda España, unos 1.000 votos por provincia, e ironiza sobre el peligro de la amenaza fascista proclamada por Largo Caballero.

Copio a continuación una reflexión que hará pensar, como me ha hecho pensar a mí, a quien la lea acerca de ciertas actitudes tras las elecciones:


La izquierda, sin pararse a considerar la estrechez de su victoria, procedió a comportarse como si hubiese recibido un mandato aplastante para el cambio revolucionario. Como era de esperar, la derecha se exasperó al ver cómo las multitudes corrían a liberar a los presos, sin esperar siquiera a una amnistía.

jueves, 15 de octubre de 2009

Zugazagoitia, Cruz Salido y catorce más


El Govern de la Generalitat, con acierto, ha solicitado la anulación del Consejo de Guerra sumarísimo que se llevó a cabo contra el presidente de la Generalitat Lluís Companys i Jover, capturado en Francia por la GESTAPO y entregado a la España de Franco. Fue sentenciado a muerte y ejecutado por fusilamiento en el Castillo de Montjuich el 15 de octubre de 1940.

Curiosa España esta. No han tenido tanta suerte, ningún gobierno los ha respaldado, Julián Zugazagoitia, Francisco Cruz Salido y los catorce republicanos fusilados la madrugada del 9 de noviembre de 1940 contra las tapias del Cementerio del Este de Madrid. Por cierto, la peripecia de Zugazagoitia es similar a la de Companys. Fue detenido por la GESTAPO en Francia y entregado a la España de Franco. Juzgado de urgencia en Consejo de Guerra sumarísimo y condenado a muerte. Estuvo recluido en la cárcel de Porlier.

Nadie ha pedido la anulación del juicio contra Zugazagoitia como nadie ha pedido tampoco la anulación del juicio, con condena de muerte conmutada, contra Julián Besteiro. A lo mejor es que no tienen la fuerza de un gobierno autonómico detrás.

Esta es la narración que hace de los hechos el historiador Francisco Moreno en el libro colectivo coordinado por Santos Juliá Víctimas de la Guerra Civil (Editorial Temas de Hoy.Historia, Madrid, 1999):

Aunque el grueso de los fusilados pertenecía a la clase obrera y eran gentes anónimas, también cayeron nombres importantes y apellidos sonoros, como Julián Zugazagoitia, diputado socialista y ex ministro. Detenido por la GESTAPO en Francia, fue devuelto a Franco y vino a parar a la cárcel de Porlier de Madrid. Fue fusilado en el cementerio del Este, en la madrugada del 9 de noviembre de 1940, junto con Francisco Cruz Salido, en una saca de 14 víctimas. Para mayor sufrimiento, por la mañana del día 8 hicieron correr el rumor de que sus penas habían sido conmutadas, hasta que llegó la trágica sorpresa del llamamiento para entrar en capilla. En aquel trance estuvieron acompañados por Cipriano Rivas Cherif, el cuñado de Azaña, compañero de celda, cuyas impresiones recoge Mirta Núñez: “Cruz Salido me hizo pocas recomendaciones. Él no perdonaba; pero no quería que su mujer viviera con la obsesión de un pedazo de tierra en España ante el cual venir a arrodillarse, ni que sus hijos volvieran nunca, si era posible, con idea alguna de venganza ni revancha inútil. Por eso no quería escribir ni que avisáramos a su familia de Madrid; para que no reclamaran el cadáver y se le enterrara en la fosa común... Zugazagoitia habló mucho más. Estaba terminando, con la misma letra clara, menudísima y regular, el cuento marinero para su hijo. Había escrito ya a los suyos. Me encargaba, sin embargo, para que no cupiese duda alguna de la última voluntad suya y de su compañero, que recordara siempre que tuviera ocasión a todos sus amigos y correligionarios aquel su firme deseo de que su sangre no sirviera nunca de mínimo pretexto para verter más sangre de españoles.”


Nota. Se advierte, tras la lectura de estas estremecedoras palabras pronunciadas con un pie puesto en el estribo, la fidelidad y la lealtad de estos hombres a España, a su España republicana, por la que acabaron dando, en contra de su voluntad, la vida. Honor y gloria a su memoria y a la de quienes murieron con ellos aquella madrugada.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Julián Besteiro: morir en Carmona / y 4


Los escenarios de la memoria

El Monasterio de Dueñas


Aparcaron los coches frente a la fachada, un tanto escurialense, del monasterio. Al descender del vehículo, Besteiro se detuvo un instante a contemplar una era en la que algunos labradores trillaban el trigo recién recogido. Al fondo de la era, un edificio alargado en forma de nave industrial, con una sola chimenea en la parte central del tejado. Construido con ladrillos de color rojizo, tenía todo él doble hilera de ventanas. La fachada, orientada al mediodía, era igualmente rojiza. En la esquina más meridional del edificio, en el piso superior, había una galería acristalada con ventanas de cuarterones; unos metros más allá, una alta chimenea arrancaba desde el piso bajo.



Una puerta con contraventana separaba la estancia de la galería acristalada. Besteiro abrió la puerta y accedió a ella. Era un agradable cuarto, muy al estilo de las casas del norte, muy soleado y amueblado con un tresillo y una mesa camilla. A través de los cristales se podía ver la casa de labranza que quedaba junto al monasterio, la tapia que corría paralela a lo largo del camino, y, al fondo, la alameda del río, apenas a kilómetro y medio de aquel lugar.



La estación de Guadajoz

La luz cegadora del mediodía los vio llegar y el aire estremecido por el sofocante calor fue para ellos como un desolado recibimiento de bienvenida. La estación de Guadajoz los envolvió en el ámbito triste de su desamparo y no vieron entonces, cuando abandonaron los desvencijados vagones de aquel tren, sino el pequeño edificio y los muros de un patio en el que crecían algunos limoneros.


El camino, pedregoso y polvoriento, discurría en línea recta atravesando llanuras y campos de mieses amarillentas. Pequeños alcores, desiertos de vegetación, apuntaban en el horizonte. Dispersos grupos de árboles con sus hojas bamboleadas por el escaso viento. El cielo, de un azul intenso, estaba surcado por errantes y algodonosas nubes. Los camiones dejaban tras de sí una nube polvorienta en su lento traqueteo, en su avance cansino a lo largo del camino.



Carmona


Instalada la celda a la que había sido trasladado Besteiro en la parte alta de la prisión, se accedía a ella a través de un oscuro y destartalado desván al que los presos llamaban el "palomar" (...) En los días claros, que eran la mayoría, se divisaba, desde la ventana enrejada, aunque fuera necesario subirse para ello a una silla, un panorama de tejados y campanarios. Se veía también la fachada del Palacio del Marqués de las Torres y ya muy de refilón se dejaban ver las almenas del Alcázar del Rey don Pedro y la llanura del Corbonés que se iba perdiendo en el horizonte.



En el pequeño patio, frente a la puerta principal de la iglesia, se reunió la reducida comitiva que iba a proceder a la exhumación de los restos de Besteiro. Precedidos por el enterrador, Fernando Gómez, el hijo mayor del Antequerano, salieron a la calle y rodearon la iglesia para llegar a la entrada del cementerio.



El sol declinaba y dejaba su luz rojiza a lo lejos. En silencio llegaron hasta la puerta del corralito que era el cementerio civil. Nadie había sido enterrado en los últimos veinte años en ese lugar. El patio volvía a mostrar un aspecto desolador y descuidado. La maleza lo invadía todo. El enterrador procedió a destapar el nicho. Primero retiró, después de desclavarla con cuidado para que no se rompiera, la lápida.





Cementerio Civil de Madrid: 1960

Llegaron al cementerio y se dirigieron al lugar donde una tumba abierta en el suelo esperaba la llegada del féretro. Los funcionarios lo sacaron del coche y mediante cuerdas lo bajaron hasta el fondo de la tumba. Jaime Cebrián arrancó una pequeña ramita de uno de los árboles de los alrededores y la arrojó sobre el ataúd que contenía la memoria de su tío. Después los funcionarios procedieron a sellar la piedra granítica que habría de cubrirlo con su color gris pardusco. Lisa de todo adorno. Sólo su nombre en la cabecera de la tumba.



Una mujer, que ha estado observando las operaciones de los enterradores desde lejos, espera a que éstos terminen y se acerca, cuando ya no queda nadie frente a la tumba. Mira la inscripción, el nombre, el apellido. Vuelve a donde estaba y toma un clavel rojo de los que ha llevado a la tumba de su marido, muerto por fusilamiento en septiembre del treinta y nueve. Regresa junto a la tumba de Besteiro y lo deposita sobre la lápida de granito, junto a su nombre. Vestida de negro, se aleja caminando lentamente por los senderos de gravilla, bajo la luz cegadora del mes de junio.

Julian Besteiro: morir en Carmona / 3


Los escenarios de la memoria: Madrid.

El Ministerio de Hacienda


Las primeras luces del alba del martes 28 de marzo de 1939 iluminaban un paisaje gris y desapacible que presagiaba un día frío. Un viento racheado movía las copas de los árboles y arremolinaba los papeles en los rincones de las calles, desiertas a esas horas tempranas. Un coche se detuvo frente al viejo edificio del Ministerio de Hacienda en la calle de Alcalá. Los sacos terreros protegían la entrada. Los soldados de vigilancia se parapetaban tras ellos. La luz de lámpara del vestíbulo estaba apagada.


La cárcel de Porlier

No era, la cárcel de Porlier, una verdadera cárcel. Se trataba del edificio de un colegio que había sido habilitado como prisión en tiempos de la República. Ocupaba la manzana entre las calles Bravo, Padilla y Conde Peñalver. La entrada principal estaba en la calle Díaz Porlier. El edificio, de planta baja y tres pisos, era todo él de ladrillo rojo. Las ventanas del primer piso remataban en arco circular y constituían largas galerías en las que se encontraban las celdas de los presos. Los árboles casi se pegaban a las paredes del edificio.


La prisión del Cisne

Dejando atrás la plaza de Rubén Darío y la iglesia de San Fermín de los Navarros, el vehículo llegó a la prisión. El edificio tenía forma cuadrangular, con dos patios interiores y otras tantas galerías, perimetrado por un muro de ladrillo rematado en una pequeña verja. La última luz de la tarde dejaba una claridad ambigua flotando en el ámbito de la galería. Las ventanas de estilo gótico, con cristales esmerilados, se asomaban a un patio con una vegetación densa de árboles altos y frondosos y parterres delimitando pequeñas zonas ajardinadas.


Nota. Las fotos de todos los lugares que constituyen los escenarios de la memoria de la pasión y muerte de Julián Besteiro fueron tomadas mientras me documentaba para escribir el libro. Las descripciones que se incluyen proceden de la redacción final del libro. Había previsto tres entradas, pero será necesario hacer alguna más, pues faltan Dueñas, Guadajoz y Carmona. Quiero dar las gracias a todas las personas que, durante estos días, han querido, visitando este blog, compartir la memoria de uno de los hombres más íntegros que ha dado nunca este país.


lunes, 28 de septiembre de 2009

Julién Besteiro: morir en Carmona / 2

Mi interés por la figura de Besteiro se remonta a los primeros años de la transición, cuando empezamos, los que entonces teníamos veintipocos años, a descubrir tantos aspectos de nuestro pasado que nos habían sido ocultados. A mí me llamó siempre poderosamente la atención la actitud de Besteiro, quien tuvo el coraje y la entereza moral de quedarse en España y no marchar al exilio. Besteiro fue detenido en los sótanos del Ministerio de Hacienda de Madrid el día 28 de marzo de 1939. La tarde-noche del 29 de marzo ingresó en la cárcel de Porlier, de tan infausta memoria, hoy colegio privado de los Salesianos, después de haberle sido tomada declaración por parte del juez militar encargado de las diligencias previas en el proceso sumarísimo abierto contra él y contra Rafael Sánchez-Guerra, asesor político por entonces del coronel Segismundo Casado.

¿Por qué no se marchó al exilio Besteiro cuando tan fácil le hubiera sido hacerlo? La respuesta no es fácil, pero creo que Besteiro se quedó en España por coherencia política, por integridad moral y para dar una suerte de lección ética a todos aquellos que en los últimos años de su vida le habían calumniado y hasta ridiculizado acusándole de haber pactado previamente con la “quinta columna” las condiciones de su estancia en la España nacionalista, obteniendo la promesa de que su vida sería respetada. Los hechos, desde luego, desmintieron dramáticamente esas voces injuriosas, que tienen nombre y apellidos, algunas aún vivas y casi todas agrupadas bajo la misma bandera. Hay quien ha escrito, sin embargo, bien recientemente, que se quedó por “orgullo suicida”, casi como un ingenuo incauto. Sin medir, como quien dice, el alcance de sus actos.

Del mismo modo, la participación de Besteiro en el Consejo de Defensa fue un hecho extraordinariamente controvertido que ha dado lugar a muchas interpretaciones, no todas respetuosas ni justas, es necesario decirlo; la que roza lo inadmisible es la que insinúa “insania mental” en Besteiro al aceptar participar en el Consejo. ¿Por qué aceptó Besteiro colaborar con el Consejo? Probablemente porque pensó que con su prestigio y moderación podía contribuir a negociar las condiciones de una paz que fuera la paz de la reconciliación y no la paz de la victoria. En eso es obvio que se equivocó; pero no debe achacarse a él el error, sino a la falta de magnanimidad de los vencedores y a su poco sentido del Estado, pues prefirieron, con injustificable ceguera histórica, la vía de la represión, de la eliminación física del adversario, aun siendo conscientes de que abrían heridas que dejarían huella perenne en la sociedad española; Besteiro lo advirtió con toda claridad: “Pensar en que media España pueda destruir a la otra media, sería una nueva locura que acabaría con toda posibilidad de afirmación de nuestra personalidad nacional o mejor, con una destrucción completa de la personalidad nacional.” El fracaso de Besteiro, pues, es el fracaso de todos los españoles que aún creían posible la concordia y la reconciliación.


Lo que sucedió a partir del momento en que Besteiro tomó la decisión de no marchar al exilio, es una historia que, como escribió Miguel Mena en El Periódico de Aragón, merecería figurar, con permiso de Borges, en la historia universal de la infamia. Los hechos narrados en mi novela parten de ahí, de la decisión, nunca del todo bien entendida, de Besteiro de permanecer en España.

Podría decir que, aunque conste de siete capítulos, la novela se divide en dos partes: el ruido y el silencio.

El ruido se arma en torno al hombre público, al dirigente socialista, al político, al expresidente de Las Cortes, al catedrático de Lógica de la Universidad de Madrid: primeras declaraciones, trasiego de cárceles, designación del abogado defensor, Ignacio Arenillas de Chaves, aceptación de éste, idas y venidas de la mujer, Dolores Cebrián, aportando documentos para la defensa, las esperas a pleno sol para poder visitarle en la cárcel del Cisne, el juicio, el discurso de dos horas y media del fiscal militar, Felipe Acedo Colunga, la petición efectuada por éste de pena de muerte porque “las ideas del procesado habían hecho mucho daño a España”, la deliberación del Tribunal, presidido por el general Manuel Nieves Camacho, la comunicación de la sentencia: cadena perpetua sustituida por treinta años de reclusión mayor por el delito de “adhesión a la rebelión militar”, el rechazo del recurso presentado por el abogado.
Después, el silencio, la soledad, el desamparo. Después el hombre de carne y hueso, casi un anciano a los sesenta y nueve años de su edad, con la salud profundamente quebrantada, enfrentándose como un héroe trágico a la adversidad de su destino, al último acto de una vida que las circunstancias convirtieron en tragedia. La historia se fue volviendo triste y los Officium Deffunctorum de Tomás Luis de Victoria ponían la melodía melancólica y sombría a la agonía de un hombre desamparado y abandonado a su suerte en una oscura celda de una destartalada y obsoleta prisión de una pequeña y hermosa ciudad del Sur.

Después, la amargura, los sinsabores, la derrota, los quebrantos, la soledad de las prisiones, la angustia y otra vez el silencio, la enfermedad, la negligencia de un médico que equivocó en su terquedad el diagnóstico e impidió el traslado a un hospital-prisión cuando era evidente para todos menos para él la gravedad extrema del enfermo, y, finalmente, la muerte; y poco antes de morir estas palabras: “Muero siendo socialista. Cuando la libertad en España vuelva a hacer a los hombres libres, quiero que mis restos sean envueltos en una bandera roja y enterrados al lado de la tumba del que fue mi maestro: Pablo Iglesias.”


Es cosa sabida que la historia la escriben los vencedores, y a nadie deben extrañar, por tanto, ni las tergiversaciones, ni los olvidos, ni los cuentos vueltos del revés de la historia “oficial”; sin embargo, la verdad de los hechos acaba siempre por imponerse, aunque sea a destiempo. Han transcurrido más de sesenta años desde que sucedieran los tristes acontecimientos de que en la novela se da cuenta. Hoy su protagonista ocupa el lugar en la Historia que le corresponde y es un referente necesario en la memoria histórica colectiva, a pesar de quienes no escatimaron esfuerzos para emborronar su buen nombre y de quienes le persiguieron hasta después de muerto, negándole el derecho a ser enterrado en Madrid, como era su explícito deseo. ¿Quién se acuerda hoy de Acedo Colunga o de los generales que lo juzgaron y lo condenaron?


Tantos años después, una plaza, en el lugar en que se levantaba la cárcel, lleva su nombre y apellido en la ciudad que le vio morir de modo tan menesteroso como injusto. En un rincón olvidado de lo que fue cementerio y hoy es campo de fútbol, la maleza inunda los restos de la bóveda del nicho que le sirvió de ignominioso lecho de muerte durante veinte largos años. Una tarde de junio, de hace doce años, para sorpresa de futbolistas y árbitro, dejé un ramo de rosas blancas entre medio de la maleza. Después, luchando a brazo partido por desterrar la melancolía, no pude hacer otra cosa que escribir este libro.




Nota. La foto de Besteiro en la cárcel de Carmona junto a los curas vascos está tomada de la página web de PSOE. Las demás son fotos procedentes de la edición del libro de Andrés Saborit sobre Besteiro que publicó Losada en Buenos Aires en 1967. Las fotos de Carmona, la de la plaza y la de los restos de la tumba de Besteiro, puede apreciarse el libro Cartas desde la prisión y el ramo de rosas blancas, las tomé durante el viaje que hice a esa hermosa ciudad sevillana mientras me documentaba para escribir el libro. Son de cuando no tenía cámara digital y de ahí su baja calidad, por la que pido disculpas.