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domingo, 20 de septiembre de 2009

Lasciate ogni speranza



En 1907 publicó Joan Maragall el opúsculo “Elogio de la poesía” en el que reflexionaba acerca de la palabra y la creación poética. Escribe Maragall: “Poesía es el arte de la palabra; arte es la humana expresión de la belleza; belleza es la revelación de la esencia por la forma; forma es la huella del ritmo de la vida en la materia.” El arte es, para el poeta catalán, lo que llama la “belleza trashumanada devuelta a Dios” por la expresión del ritmo revelador de la forma natural. Debe ser ese ritmo revelador espontáneo, puro y sincero. La inspiración, que hay que saber esperar, es la señal de la voluntad divina de revelar ese ritmo. El poeta no debe empeñarse en buscarla, debe dejar que fluya en él como un estremecimiento interior, como un escalofrío que no engaña, como una voz que debe ser obedecida y atendida, porque en esto la voluntad, tan poderosa en otras actividades humanas, tiene poco papel. Leyéndolo, en esta nublada mañana con la que se despide el verano, he comprendido por qué se dice que los poetas, los que lo son de verdad, como García Lorca, están tocados por la mano de Dios y se me han iluminado los versos de Cervantes: “yo que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo.” Eso es, la gracia, el ritmo revelado, el escalofrío que no engaña. Escribe Maragall:

Es falsa la distinción entre fondo y forma: poesía, propiamente hablando, no es más que la forma, el verso. La poesía no está en lo que se dice, sino en el modo de decirlo; o mejor, en la poesía, forma y fondo son una misma cosa. Porque en ella, cuando es verdadera, no precede la idea a la palabra, sino que ésta, al acudir sólo por el ritmo, se trae impensada la idea. En poesía, el concepto viene por el ritmo de las palabras: ésta es su señal inconfundible y su misterio; así se realiza en ella la revelación de la esencia por la forma.


El concepto de la eternidad de las penas del infierno –por ejemplo- nos ha sido dado por muchos y de muchas maneras fuera de la poesía; pero sólo el Dante vio encima de la puerta aquellas palabras: Lasciate ogni speranza voi che entrate. Así nos revela poéticamente la eternidad del infierno: el ritmo de sus tercetos le trajo esta expresión. El concepto en ella contenido ya lo sabíamos: nada nuevo nos dijo el Dante; pero con su modo de decirlo nos hizo temblar nuevamente. El poeta no suele decir cosas nuevas, no es su oficio: lo es el echar sobre las ideas la luz de la forma en que vienen dichas; y esto es lo nuevo, su revelación de la esencia por la forma.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Tu oficio, tu vocación, tu estrella




A Leonardo con el paso de los años se le agotan los discursos. Después de semanas inmerso en el silencio de su propia vida, que es un silencio ancestral, que atiende solo a la naturaleza y al rumor sosegado de las aguas y los pájaros, al ulular del viento en las frondosas ramas de los álamos, un silencio espeso que le envuelve mientras escucha con sus ojos a los muertos, se presenta inhóspita la hora de volver. Hay que arroparse otra vez con los ropajes clamorosos de las palabras, volver a hablar, a comunicarse con esos jóvenes que le escuchan atentos aunque sea solo porque es el primer día del nuevo curso. Y Leonardo, dejando escondido su viejo escepticismo, les habla y los anima a que se comprometan con ellos mismos, a que sean consecuentes con la opción que han tomado, a que ejerzan sin miedo su libertad y su responsabilidad, a que vayan construyendo su propio camino y cimentando su propia manera de ver e interpretar las cosas del mundo, a que vayan tomando conciencia de que su vida es un milagro único e irrepetible y que es suya y de nadie más y que deben vivirla intensamente sin tregua, sin esperas, sin demoras estériles, eligiendo en cada momento una o varias de entre las muchas opciones que la realidad les pone delante de sus ojos, los anima a que crezcan como personas y a que comprendan que no son nadie sin los demás y les lee los versos del poeta “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno son como polvo, no son nada.” Y cuando parece que la primera clase va a terminar con más pena que gloria, les lee un fragmento del “Elogio de la vida”, del poeta catalán Joan Maragall:

Ama tu oficio, tu vocación, tu estrella, aquello para lo que sirves, aquello en que realmente eres uno entre los hombres. Esfuérzate en tu quehacer como si de cada detalle que piensas, de cada palabra que dices, de cada pieza que pones, de cada golpe de tu martillo, dependiera la salvación de la Humanidad. Porque depende, créelo. Si olvidado de ti mismo haces cuanto puedes en tu trabajo, haces más que un emperador rigiendo automáticamente sus Estados; haces más que el que inventa teorías universales para satisfacer sólo su vanidad, haces más que el político, que el agitador, que el que gobierna. Puedes desdeñar todo esto y el arreglo del mundo. El mundo se arreglaría bien él solo, con sólo hacer cada uno todo su deber con amor, en su casa.


Leonardo observa gestos de perplejidad ante la expresión que emplea el poeta de olvidarse de uno mismo; advierte que les choca, ¿qué querra decir eso de olvidarse de uno mismo? Al darse cuenta, Leonardo les dice: vayan pensándolo y me traen mañana por escrito el fruto de sus reflexiones. Bienvenidos, la clase ha terminado.