lunes, 8 de abril de 2019

Cuentos de arrabal, de Alberto Ruiz-Borau


Cuando ya no lo esperaba, porque imaginaba a su autor cuidando los rosales de su jardín -como dicen que hacen, a determinadas alturas de la vida, los pocos sabios que en el mundo han sido-, me llega este Cuentos de arrabal, el nuevo libro de cuentos de Alberto Ruiz-Borau.

En la solapa biográfica se dice que el interés del autor por la literatura fue muy precoz y tempranero, pero que no sería hasta mucho tiempo después -debido a los avatares de la de la larga posguerra y a las difíciles circunstancias por las que tuvo que atravesar el autor y su familia- que retomaría la actividad creadora hasta llegarla a convertir en "una necesidad existencial" que acabaría alumbrando un buen nutrido grupo de títulos en varios géneros, poesía, novelas y cuentos.

Ignoro en qué momento fueron escritos los once que integran este volumen, pero doy fe de que lo que se dice en el texto de la contraportada no es mera palabrería y que verdaderamente estos cuentos ponen de manifiesto un "profundo conocimiento del alma humana", con sus grandezas y sus miserias, siempre tratadas, estas últimas, con benevolencia y con una cierta dosis de desengaño y escepticismo, tan consustancial, por otra parte, a la obra literaria de Ruiz-Borau.

Dos cuentos han llamado mi atención sobre los demás: "Un retrato de 1940" y "De cuando el hermano Pánfilo". El primero de ellos, en el ámbito de la memoria personal, tiene como protagonista a uno de los personajes de La piel de la serpiente y está ambientado en Montesnegros -trasunto literario de Monegrillo- en 1940. El fallecimiento de un familiar y el reparto de la herencia que deja son el eje de la trama. Antonina, la protagonista del relato, reflexiona así: "Cómo se repiten las cosas. Nos hacen nacer y hacemos nacer. Enterramos y nos entierran. Así una generación tras otra. Al final todo se queda en silencio".

La vuelta a los lugares donde antaño vivió la protagonista le hace revivir escenas y escenarios pertenecientres al pasado pero que siguen vivos en su memoria las escenas y en su sitio los escenarios, como la ventana de la casa familiar desde la que se veía una parte del claustro del convento de benedictinas.

Con todo, en la hora del regreso tras el cataclismo de la guerra, el ambiente del pueblo resulta opresivo y desagradable para la protagonista. Tanto es así que, desde que terminó el conflicto, "nunca quiso regresar a su pueblo -dice el narrador- era demasiado orgullosa para mostrar su pobreza". En el regreso a los escenarios de la memoria falta el hijo de la protagonista y ella piensa que todo hubiera sido diferente de haber estado él. Pero ese regreso es imposible porque su hijo está en el exilio. En ese momento, el lector que conozca la obra de Ruiz-Borau ya sabe de quién se está hablando y quién es el hijo de la protagonista, lo que conlleva un sentimiento inevitable de melancolía. Después, el lector asiste, entre divertido y asombrado, a la irónica situación creada durante la lectura del testamento del fallecido, tío de la protagonista, que resulta ser adverso a los intereses de esta.

El segundo, "De cuando el hermano Pániflo", es un cuento que tiene que ver con la vida monástica, ya reflejada en una de las mejores novelas del autor, El año que perdí el otoño. Pánfilo se pone en viaje para asistir a una pecadora llamada Rosaura, que está en trance de muerte. Las estrechas relaciones entre el monje y esa mujer en el pasado alumbran una situación divertida en la que la doble moral del monje se cuestiona severamente. Pánfilo tiene un enfrentamiento con el Demonio a costa de la salvación del alma de Rosaura. Ese diálogo, lleno de viveza, de ironía y hasta de sarcasmo, pone nuevamente de manifiesto el alma acomodaticia del monje y cuestiona seriamente la sinceridad de su posición moral. El diálogo es lo mejor del cuento y el cuento, a nuestro juicio, lo mejor del libro y constituye por sí solo un gran acierto literario.

Libro de lectura amena, nostálgica en algunos momentos, estamos seguros de que despertará el interés del lector que se acerque a ellos. 

Nota. El libro se presentó en diciembre en la Biblioteca de Aragón. Está editado, como casi toda la obra del autor -seguimos echando de menos una edición prologada y anotada de La piel de la serpiente- en la editorial aragonesa "La fragua del trovador", Zaragoza, 2018, 137 páginas. El lector interesado puede consultar la página web de la editorial en "www.lafraguadeltrovador.com".  
  

martes, 2 de abril de 2019

Campo de retamas: Sánchez Ferlosio



Ayer falleció Rafael Sánchez Ferlosio y hoy quiero traer aquí, como homenaje de agradecimiento a lo mucho que ha aportado a la lengua y a la literatura escrita en castellano, algunos de los pecios reunidos en el libro cuya portada ilustra esta entrada. A pesar de la advertencia que Ferlosio hace en el prólogo sobre los textos breves y lo mucho que se prestan a "ese fraude de la profundidad, fetiche de los necios", creo que los pecios constituyen una buena muestra de su sabio quehacer literario; me uno desde estas páginas volanderas al dolor de su familia; descanse, maestro, en paz.

[1] (Alonsanfán) La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra.

[2] (Honda raigambre)  ¿De verdad que tiene usted raíces? ¿Y qué se siente? ¿No es desagradable?

[3] (Hoy sí que) La política es una actividad cuyo ejercicio consiste en volver a empezar de nuevo cada día.

[4] (Libertad de movimientos) Suelo decir que no sé lo que es la libertad, pero como en muchas otras cosas el argumento más sólido que tengo no es más que una alegoría: la de las cuerdas de la marioneta: cuantas más, más libertad.

[5] (Alma de siervo) Tan despiadadamente autoritario debía de ser el ángel o el demonio que me veló en la cuna, que nunca me ha dictado más que un único, omnímodo y vacío mandamiento: "Obedece". Jamás he sido libre; toda la vida he estado obedeciendo con la paciente desgana de un burócrata pasmado, y encima siempre sin saber a qué.

[6] (El Alagón) Encuentro finalmente un tramo del río donde digo de pronto: "Esto es todavía exactamente como era en mi niñez", y acto seguido, sin pensarlo, añado con pasión: "Y, por lo tanto, como tendría que haber seguido siendo y seguir siendo, para siempre, todo".