lunes, 31 de enero de 2022

Consolación y Encargo para después del miserere, de Alberto Ruiz Borau


Cartas de un ateo se acabó de imprimir el 30 de enero de 1976 en la Imprenta de San Francisco, S.A. Española de Artes Gráficas, Cervantes, 36, Zaragoza 6. Fue el primer libro de Alberto Ruiz-Borau Gracia y estaba dividido, a su vez, en cuatro libros cuyos títulos son: Cartas de un ateo, De Guerra, Cálido equipaje y Voz del tiempo. Solo conocía, gracias al envío generoso de Alberto, el segundo libro. El primero, y más extenso, es una meditación sobre Dios y sobre el tiempo, sobre el sentido del vivir, sobre los sueños perdidos y sobre la nostalgia de la infancia. O mucho me equivoco o ahí están los mejores poemas de Alberto. En la página catorce, de esta edición de autor, se encuentra el primero de los poemas que traigo a esta entrada en recuerdo de Alberto:

Consolación

No llores por mí, hermano,
si es verdad que hay otra vida,
que Dios existe y me espera
para acogerme bajo su mano,
entonces, no es triste la muerte,
solo es un cambio a lo perfecto
y tú vendrás conmigo un día
detrás de nuestros padres y abuelos
y antes que nuestros hijos
en la gran fila de lo eterno.

Pedía, el yo poético de estos hermosos poemas, que tras su muerte sus cenizas fueran subidas al Pirineo, "vosotros solo subidme / a lo alto del Pirineo / yo me entenderé con Dios para quedarme / cabalgando sobre el cierzo." Ahora, tras esta nueva lectura del libro, es como si me llegara el eco nostálgico de la voz de Alberto pidiéndome que se cumpla el encargo que en su día, tantos años antes, hizo en sus poemas. Esto fue lo que pidió Alberto entonces:

Encargo para después del miserere

En mi funeral que llueva
para que al menos el tiempo esté triste
cuando me cubra la tierra
que canten el miserere
y haya un fraile de estameña
un almuecín o un rabino
que recen a un Dios cualquiera
y que el sacristán del pueblo
haga sonar la campana
para que Dios sepa que he muerto
y que espero su llamada
que lean los santos libros
y si hay una chispa eterna
que la pongan en mi frente, antes
de que me cubra la tierra.

Seguro que si Dios existe te habrá devuelto los Sueños perdidos de los que hablas en otro de tus poemas, Alberto, "los que estaban en aquel zurrón con que viniste al mundo, tu caballo de cartón, el asombro de vivir, el vuelo de los vencejos, los prados de hierba y hayedos, las tormentas de verano, el frío de enero, los padrenuestros tras los cristales del colegio, los rumores domingueros, el primer amor y el primer beso." Seguro que así habrá sido, seguro que sí.