miércoles, 9 de marzo de 2011

Pequeños grandes aciertos: Un padre de película, de Antonio Skármeta



Hace algunos años, influenciado por las malas críticas que se le dispensaron, postergué la lectura de El baile de la victoria. Presentando El cartero de Neruda, que sugerí como lectura en un club de lectores al que había sido invitado, me vi en la obligación de hablar sobre el autor y el resto de su obra. ¿Me creerán si les digo que reconocí no haber leído esa obra por la mala recepción de que fue objeto en los suplementos literarios de los más importantes periódicos? Hablé muy bien del autor, a pesar de que ese alter ego que es el narrador de la novela sobre Neruda diga que era “un flojo rematado” y que mientras en un lapso de tiempo Vargas Llosa había escrito seis o siete obras maestras de considerable extensión, él apenas había podido rematar una novelita de algo más de cien páginas. Me dije, al terminar aquel encuentro que debía reanudarse una semana después, que tenía que leer esa obra y subsanar el no haber sabido capaz de decir nada sobre ella. La compré en una librería de lance y en tres tardes la leí. Estaba equivocado. Era una buena novela. Quizá no fuera una obra maestra, pero era una obra de mérito. Cuando volví, una semana después, reconocí ante los lectores del club que estaba equivocado y que la crítica fue injusta con esa novela. Los palos que le dieron eran del todo inmerecidos. Tal vez no fuera comparable a La Fiesta del Chivo, por seguir con Vargas Llosa como ejemplo, pero era una buena novela. Hace unos días vi en la televisión la versión cinematográfica que hizo Fernando Trueba. Me bastó. Tenía razón. La crítica se equivocó con esa obra.


Ahora leo esta novelita, o cuento largo, quizá, en la línea de otros aciertos suyos en la distancia media, como No pasó nada, y corroboro la maestría de Skármeta en este tipo de narraciones breves. A medio camino entre sus novelas extensas, como la arriba mencionada o La boda del poeta y La chica del trombón, y las novelas cortas tipo El cartero de Neruda, es este un relato bien construido, bien contado y que mantiene el pulso y la atención del lector desde el principio hasta el final. Naturalmente, tratándose de un relato tan breve, no cometeré más imprudencia que la de recomendársela al lector para que la disfrute como lo hice yo hace unos días. El joven profesor que lleva la voz narradora y que ejerce en un pueblo perdido del sur de Chile en los primeros años sesenta, responde así cuando un muchacho de unos catorce o quince años, Gutiérrez, le pregunta, desde su hastío, en qué se diferencia él de una vaca: “En que tú sabes lo que quieres y tienes conciencia de ti mismo. La vaca es vaca todo el tiempo. No tiene ni siquiera conciencia de que es vaca. Es totalmente vaca. En cambio, a ti la conciencia te hace libre.”

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