sábado, 4 de mayo de 2013

El lugar más hermoso


A vosotras, que estuvisteis allí conmigo,
y a ti, que sin estar siempre me acompañas.

En el lugar más hermoso las piedras entablan, calladamente, un inusitado diálogo con el agua. Cielo y espumas son testigos mudos del prodigio.


Una geología caprichosa ha ido labrando las piedras al correr de los siglos; la salitre y el viento han sido cooperadores activos, agentes necesarios.


El águila de piedra extiende sus alas, y como si de un albatros se tratase, se dispone, después de observar el azul en el horizonte, a desplegar su vuelo poderoso y desgarrador.


En el lugar más hermoso conviven armoniosamente las especies animales; su obligada quietud las mantiene inmóviles, con la vista perdida en el mismo mar que labró, olas, salitre y espuma, su ser de piedra.


La intervención del hombre, de los arquitectos del paisaje, facilita la contemplación de la naturaleza en estado puro, y nos ofrece observatorios privilegiados.


Así, donde antes había viviendas usurpando los espacios comunes, bajo el amparo de legislaciones autoritarias y obsoletas, se levanta hoy un mirador geométrico de formas rectangulares sobre la inmensidad del mar; simetría panorámica que nos devuelve lo que es de todos.


Paisaje lunar de piedras movidas por el viento, oscuros peñascos, abruptos acantilados, islotes coronados en su base por la espuma que blanquea entre las mil tonalidades del azul: Dios en la creación del universo. El lugar más hermoso es un espacio único y así debe seguir, silencioso entre el rumor bravío del mar, desamparado ante la fuerza desaforada del viento, para siempre.


El color de la piedra lavada por la sal y las olas, bajo un cielo esplendente de azul.


El mar inmenso baña la tierra con su lengua y la sombra oscurece las piedras lunares, que contemplan calladas el paso de los siglos.


Lugares de pausa reposada para leer los poemas que el viento y la lluvia han escrito sobre las piedras. Sosiego, soledad. Un vuelo de eternidades a ras de suelo.


El beso de piedra becqueriano cobra aquí forma en estas rocas que, cual amantes desolados, intentan unir sus bocas en el instante último antes de quedar presas e inmóviles para siempre en la soledad de las estatuas.


Tierra casi volcánica a la orilla del mar, curiosas formaciones dibujadas por el agua.


El camino de vuelta orillado por una geología inquietante.


Asombro ante la belleza de este locus amoenus, de este remanso de poesía natural: piedra, sal, agua, cielo.


El lugar más hermoso es un destello de luz primigenia sobre las piedras y el agua, un bálsamo de belleza indolente para mis cansados ojos, que no dejan de asombrarse al contemplarlo.

Nota. Las fotos fueron tomadas por mi hija Marta en Semana Santa, en el Espai Tudela del Cap de Creus, Girona. El arquitecto del paisaje, diseñador de la intervención, fue Martí Franch Batllori fundador del EMF.

2 comentarios:

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Hermoso lugar este que suscita tus poéticas reflexiones. Algunas de las formaciones pétreas recuerdan algunos de los inquietantes cuadros de Max Ernst
Saludos.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Claro, José Miguel, porque ese lugar del que habló es como un santuario natural para los surrealistas, sobre todo para Salvador Dalí.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo, Javier.