lunes, 23 de enero de 2017

La amistad: Galdós y Pereda


Es proverbial y sobradamente conocido el espíritu tolerante de don Benito Pérez Galdós, aunque no lo entendieran así algunos periódicos carlistas que en 1912 organizaron una feroz e insidiosa campaña en su contra al ser propuesto como candidato al Premio Nobel por un nutrido grupo de académicos, amigos y escritores de su tiempo. José Carlos Mainer cuenta, en la introducción a su edición de Misericordia (Vicens Vives, Barcelona, 2007), que los que alentaron esa campaña, El Siglo Futuro, entre otros, pedían a sus lectores que enviaran a la Academia sueca un telegrama con un texto en el que se decía que Galdós n'est aucunement digne prix Nobel porque no representaba a España, mientras que Menéndez Pelayo, en contraposición, sí lo era. 

Uno de los valores que caracterizaban la personalidad de don Benito era el de cultivar con constancia y dedicación el sentimiento de la amistad. Podría decirse, sin temor a equivocarse, que Galdós fue siempre amigo de sus amigos, aunque estos estuvieran en posiciones ideológicas, políticas o religiosas, muy alejadas de las suyas, no importaba; Galdós demostró con su ejemplo, y dio con ello una admirable lección de tolerancia, diálogo y respeto, que se puede ser amigo de quienes no piensan como uno. 

En el libro que editó Federico Carlos Sainz de Robles bajo el título Recuerdos y Memorias, (Ed. Tebas, Madrid, 1975), en la parte titulada "Memorias de un desmemoriado", escribe Galdós:

Del 72, el primer año que yo visité la capital cantábrica, data mi entrañable amistad con el insigne escritor montañés; amistad que permaneció inalterable, fraternal, hasta que acabaron los días del glorioso autor de Sotileza y Peñas arriba. Algunos creen que Pereda y yo vivíamos en continua rivalidad por cuestiones religiosas y políticas. Esto no es cierto. Pereda tenía sus ideas y yo las mías; en ocasiones nos enredábamos en donosas disputas, sin llegar al altercado displicente. En verdad, ni don José María de Pereda era tan clerical como alguien cree, ni yo tan furibundo librepensador como suponen otros. En mi copioso archivo epistolar conservo como un rico tesoro multitud de cartas de Pereda, escritas maravillosamente en aquella prosa fluida, galana, incomparable.

Viendo los cauces por los que discurre hoy la realidad social y política, más sectaria y enconada que nunca, el ejemplo de Galdós y Pereda es digno de ser imitado o cuando menos, tenido en cuenta.

2 comentarios:

Rafael Hidalgo dijo...

Para mí es, sin comparación, el mejor escritor español del XIX y principios del XX.

Es más, cada vez que releo los Episodios Nacionales no puedo evitar preguntarme: Después de esto, ¿cómo nos atrevemos a seguir escribiendo? ¿Para qué?

Su bonhomía se palpa en el trato que da a sus personajes, incluso los más siniestros como el tío Candiola del episodio "Zaragoza" son humanos, miserablemente humanos si se quiere, pero un punto de redención (el mismo tío Candiola es amado por su hija, aunque esté atrapado por su codicia).

Por cierto, uno de los tesoros que guardo en casa es la primera edición de "Misericordia", otro monumento a la condición humana.

Gracias por la entrada y un saludo cordial.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Muchas gracias, Rafael, por tu comentario, cuyo contenido suscribo de principio a fin.

Yo también he sido y soy lector de los "Episodios", y los he disfrutado mucho, y me gusta "Misericordia" y "La desheredada" y muchas otras, pero don Benito tocó el cielo, y creo que no es ninguna exageración, en "Fortunata y Jacinta", para mí, una de las más grandes novelas que se hayan escrito nunca en España.

Guarda y custodia bien ese tesoro, un ejemplar de la primera edición de "Misericordia".

Un abrazo, Javier.